Novela: La Sociedad de las Bestias. El Infierno en la Sociedad Nazi (1933-1945). El caso de Eberhard Goldstein.

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Aquí les traigo el primer capítulo, de la Novela: "La Sociedad de las bestias. El infierno en la sociedad nazi (1933-145). El caso de Eberhard Goldstein". Se trata de una familia mitad judia y mitad alemana originada en la formación de los matrimonios mixtos entre judíos y alemanes. Cuando los nazis tomaron el poder en 1933, tuvieron que lidiar con una nueva realidad, la conformación de una tercera raza, producto del mestizaje entre judíos y alemanes. Los hijos de estas uniones consideradas hibridas eran llamados mestizos, en alemán, "mischlinge": mitad judíos y mitad alemán, y tuvieron que sacar certificados para ser reconocidos como ciudadanos arios (alemanes) y salvarse de las purgas realizadas por los nazis dentro de las comunidades judías. No era fácil obtener un certificado ario. Esta es la historia de la familia Goldstein. Espero que les guste.

Capítulo I
1933: Los Nazis Obtienen el Poder

El día en que los nazis obtuvieron el poder, al contrario de lo que piensa mucha gente, no hubo un sol negro o nubes negras en un cielo cubierto de penumbras. Ese día hubo sol en la ciudad de Berlín con un cielo limpio y despejado. El frío marcaba cuatro grados bajo cero y había nieve en el suelo. El tráfico era dinámico como todos los días. La gente se bajaba de los autobuses, de los ferrocarriles y tranvías, o salían del subterráneo para comprar después de una mañana de trabajo (a quienes aún tenían la suerte de conservarlo) la prensa vespertina. La noticia del momento era que el ex cabo austriaco Adolfo Hitler había cruzado la calle desde su oficina en el hotel Kaiserhof para entrar a las diez de la mañana en el despacho del anciano Presidente Paúl von Hindenburg. Una hora más tarde, el líder nacionalsocialista que había sido un célebre agitador salió convertido en canciller, había logrado romper la cascara del huevo de la serpiente.

La ciudad de Berlín cuando se enteró de la noticia la recibió con sorpresa y júbilo, doce millones de alemanes habían logrado que el partido nazi subiera como la espuma desplazando inclusive a la tradicional fuerza socialdemócrata. Si bien no todos los alemanes querían y aceptaban a Hitler, y muchos le tenían miedo, ya era indiscutible de que se trataba de una figura nacional, que estaba cada día más ampliando su séquito conquistando y seduciendo a las masas sociales en cada uno de los mítines de su campaña del “Todo o Nada”, del año 1932, financiada por un amplio sector de la derecha, la burguesía industrial y financiera alemana.

Toda la sociedad alemana y por consiguiente todas las clases sociales estaban siendo seducidas por el discurso poderoso y cautivador de Adolfo Hitler quién pregonaba que Alemania tenía que ser solamente para los alemanes de sangre pura pertenecientes a la raza suprema, la raza aria, de alta estatura, piel rubia y ojos azules, la cual tenía un futuro promisor si lograban transformar la economía para alcanzar el desarrollo industrial, pero para ello necesitaban de un gobierno político fuerte que no tuviera las trabas de un sistema débil como la democracia liberal. Con su pensamiento fue cohesionando su manera de actuar. En cada uno de los mítines de masa, les dijo a los alemanes cual era su pensamiento, por lo cual todos sabíamos cómo pensaba. Siempre fue claro al decir que el odio era válido porque se convertía en el único motor para cohesionar a Alemania, por lo tanto nunca dejó de proclamar su odio contra los judíos, los comunistas, la democracia de la República de Weimar y el Tratado de Versalles, a quienes consideraba responsables de haber destruido la antigua gloria del gran imperio alemán.

En horas de la tarde del 30 de enero, la noticia había recorrido como pólvora encendida a la nación entera, y una buena parte de la población de la ciudad de Berlín salió a celebrar que tenía a un nuevo Jefe de Gobierno. Los titulares de la prensa con la velocidad del viento difunden la noticia: “Presidente Mariscal Von Hindenburg conjura la crisis designando a Hitler Canciller del Reichstad”, “Hitler presidirá nuevo Gabinete de Gobierno”, “El todo o nada de Hitler, nueva esperanza para Alemania”. Las emociones eran diversas porque oscilaban entre el creciente júbilo de quienes estaban ansiosos por un cambio, así como por la sorpresa y el miedo de esa otra mitad que no sabían que esperar de las amenazas del líder nacionalsocialista hechas a lo largo de su carrera política.

Los ciudadanos salían de todas partes de la ciudad, muchos se bajaban de los autobuses, ferrocarriles y tranvías, o salían del metro de Berlín para comprar la prensa en los puestos de periódicos que se agotaban en cuestiones de segundos, algunas personas se abrazaban. Las expectativas se sentían reflejadas en las calles de Berlín tanto en el canto de los pregoneros como en la gran cantidad de personas comprando la prensa. A pesar de que muchos no lo conocían, su apellido, resonaba en las calles como una palabra liberadora. Hitler! Hitler!, exclamaba la gente llena de entusiasmo mientras su nombre recorría kilómetros a todo lo largo y ancho del país entrando a todos los hogares que habían puestos sus esperanzas en el nuevo líder para derrotar la dura situación de los alemanes, golpeados por la depresión económica, las deudas de guerra impuestas por el Tratado de Versalles, la inflación y el aumento de seis millones de desempleados. Para una sociedad desesperada por un cambio y asediada por la hambruna y millones de parados, el discurso del líder nacionalsocialista comenzaba a acariciar los oídos de millones de ciudadanos con un enorme poder de seducción porque les estaba prometiendo a las masas sociales el paraíso, no sólo se trataba de alimentarlos sino que además les ofrecía una vida digna con trabajo, pan, tierras y granjas, confort y comodidades sólo si el pueblo alemán también se comprometía a seguirlo con valor y disciplina para reinstaurar la gloria del imperio alemán.

Al final de la tarde miles de berlineses salieron a las calles a comprar antorchas. Otros colocaron la bandera nacional de Alemania o la de la cruz esvástica al frente de sus casas. También se podía observar a decenas de taxis exhibiendo banderines con la cruz esvástica. Al caer la noche cientos de miles de civiles acompañaron a los nazis a marchar con las tropas de oficiales de la SS y SA, o militares de cascos de acero para entrar con sus antorchas encendidas por la Puerta de Brandemburgo. Marcharon excitados victoriosamente por la avenida de los tilos doblando hacia la Wilhelmstrasse donde se encuentra la sede de la cancillería alemana y del Palacio de Gobierno. Allí saludaron al nuevo líder y al anciano quienes contemplaban la multitud desde los balcones. Un mar de antorchas encendidas se entremezclan con un mar de banderas rojas luciendo la cruz esvástica nazi, era un ambiente de celebración que se extendió hasta bien avanzada la madrugada con restaurantes y cervecerías abiertas.

Si bien era cierto que Hitler había llegado al poder por la vía democrática, también era cierto que entró por la puerta trasera. El pueblo no le había dado el poder. Nunca ganó las elecciones, pero el Presidente Paúl von Hindenburg, quién no le tenía confianza al líder nacionalsocialista no le quedó más remedio que negociar por ser el partido nazi el más fuerte de la contienda electoral, por eso le concedió el poder entregándole la cancillería para evitar el caos político.

La derecha y la izquierda alemana lograron su cometido, ambas odiaban a la República de Weimar y querían sepultarla. Unos por haber firmado el Tratado de Versalles que le quitó a Alemania los territorios de Alsacia y Lorena, sus colonias, e impuso una gigantesca deuda de guerra desmantelando el ejército alemán, y la izquierda dividida en sus pretensiones de cómo debía efectuarse la revolución comunista en Alemania.

Ahí estaba el nuevo Canciller victorioso saludando desde el balcón con una mirada enigmática y misteriosa. Esa noche lucía un elegante traje oscuro, peinado de medio lado con el cabello negro brillante y los bigotes negros cortos observando a las multitudes con placer y júbilo. El nuevo canciller no podía ocultar la alegría por su designación. Desde el balcón lo acompañaban dos figuras tenebrosas de su nefasto régimen, Josep Goebbels y Hermann Göring. El rostro de Adolfo Hitler, un rostro duro con esa mirada enigmática y misteriosa muy poco dispuesto a la sonrisa, escrutaba con su nariz recta y perfilada como las tropas de asalto y de defensa de la SA y SS, se habían convertido en tropas disciplinadas a pesar de ser fuerzas paramilitares del partido nacionalsocialista. Observando la marcha, les dijo: – Ustedes han hecho un trabajo formidable. La disciplina y la fortaleza de nuestros miembros nos muestran que los dioses están vivos urgiéndonos con el poder. Se puede sentir un espíritu sagrado y misterioso, aseveró Hitler. – Así será siempre, gran führer, la masa social alemana sentirá de ahora en adelante con este tipo de ambientes litúrgicos el nacimiento de una religión colectiva en donde usted será el Dios vivo que vino a solucionarles sus problemas; con la propaganda de masas y su carisma, usted será amado por el pueblo alemán, aseveró Goebbels. Ciento de nazis acompañados de miles de ciudadanos se paraban frente al balcón con las antorchas encendidas entonando los himnos y ondeando las banderas rojas con el círculo blanco y la cruz esvástica negra para rendirle tributo al führer por la victoria. Cada uno de los grupos se detenían gritándole con fervor el saludo nazi: ¡Heil Hitler!; las mujeres les tiraban flores, algunas de las cuales fueron atrapadas por el propio führer. Ondeando las banderas con las antorchas encendidas y cantando los himnos, continuaron avanzando para detenerse en los alrededores de la sede de la cancillería. El líder nacionalsocialista no habló esa noche, sólo podía vérsele saludando austeramente a la gente con esa mirada enigmática llena de misterios.

Todas las esperanzas de que Alemania saliera adelante estaban puestas en su liderazgo. Los nazis celebraban victoriosos acompañados de miles de ciudadanos de Berlín que se mostraban emocionados. Millones de alemanes se habían dejado convencer de que formaban parte de un pueblo superior con un destino muy especial y estas ideas lo arrastrarían hacía un estado de horror jamás visto en la historia de la civilización.

Votáme y sigueme. En el próximo capítulo se configura la historia de la familia Goldstein. Esten pendientes. Mil gracias a todos por la lectura.

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