EL ARDID. CAP X (Novela Corta)
CAPÍTULO X
Sigiloso y cabizbajo, Baltazar abandonó la casa de Mariagracia poco después de dar la medianoche. Vagó por las calles oscuras casi hasta el amanecer. Siguió deambulando entre los recovecos del pueblo; sabía que era seguido por Tanya. La despistó el tiempo suficiente para bajar al inframundo y fortalecerse. En segundos, se encontraba de nuevo en el lugar desde donde había desaparecido. Sintió la energía oscura de la súcubo siguiéndole de cerca. Ya casi amanecía y se observaban muchos habitantes iniciando sus faenas. De pronto dejó de percibirla, pero se mantuvo alerta.
Llegó al bar y aunque su intención era seguir a su habitación, se topó con don Manuel.
—Buenos días, Baltazar —saludó el hombre—. ¿Te sientes bien, muchacho? No traes buen semblante —Baltazar percibió la preocupación del hombre. Era genuina pero en aquel instante no quería nada. Se sentía miserable.
—Estoy bien, no se preocupe don Manuel. Solo estoy cansado —mintió con voz queda.
—Le diré a Julia que te lleve el desayuno a tu habitación en un rato.
La palmada en el hombro que le dio don Manuel le hizo sentir mucho peor. No se merecía consideraciones ni atenciones. Era una bestia, un demonio rastrero, un ambicioso hijo de puta.
—Gracias —contestó, girando en dirección al pasillo sin apenas alzar la mirada.
Entró en su habitación como cualquier mortal por si acaso estuviera Tomás ya levantado.
—¿Muy agotado de tu faena nocturna, cariño? —aquella voz le irritaba sobre manera, pero se contuvo. Sabía que la encontraría allí, incluso antes de entrar.
—No tengo porqué darte explicaciones, Tanya —espetó con tono gélido—. ¿Tengo que repetirte las cosas como a los niños?
—Desde luego que no —murmuró la súcubo con frialdad—. En realidad, no las necesito —Baltazar la observaba moverse de un lado a otro—. Digamos que el espectáculo es más entretenido que mil narraciones.
—No sabía que te gustasen las pelis porno, Tanya —La súcubo abrió la boca para relamerse, descarada.
—Había escuchado de tus dotes en la cama y pensaba que eran más habladurías que realidad —Baltazar fingió sonreír con malicia, provocando a la súcubo—. Pero compruebo que no. Lástima que no pueda disfrutar de eso en un futuro.
Baltazar entrecerró los ojos un instante. Su sentido de preservación había aumentado sus alertas. El tono de Tanya le decía que algo le ocultaba aquella súcubo.
Tanya se paseaba incitadora frente a las narices de Baltazar, pero lo único que conseguía era aumentar la repugnancia del demonio. Puesto que no tenía ánimo de sostener aquella conversación con ella, pasó a la acción. En un movimiento que ni siquiera Tanya pudo advertir, se colocó detrás de ella, la inmovilizó y comenzó a hurgar en su siquis.
Creyendo que el demonio intentaba poseerla, la súcubo se abrió de piernas y bajó la guardia.
—Así, cariño, fóllame por detrás —Baltazar afianzó el agarre de la súcubo y fue demasiado tarde para reaccionar.
Apartando todos los pensamientos lujuriosos y lascivos de ella hacia él, fue abriéndose paso en la siquis de la criatura, sin que le importase el dolor que le podía ocasionar. Revisó uno a uno sus recuerdos con rapidez, mientras Tanya se retorcía con un rictus de dolor en el rostro.
—suéltame —masculló entre dientes, mientras un hilo de sangre le brotaba por las fosas nasales.
La vio recibiendo órdenes del maligno para enviar sus mensajes y también para espiarle y seguirle mientras estuviera en el mundo mortal. La observó escuchando agazapada entre las sombras las órdenes del maligno a Ezequiel.
—Suéltame —rogó, intentando oponer resistencia ante la invasión del demonio.
Baltazar hizo caso omiso y avanzó, agrietando las murallas que intentaba sostener Tanya para no dejar al descubierto la parte más profunda de su siquis.
—Te valgo más viva que muerta —suplicó Tanya, mientras de sus oídos comenzaba a manar una sangre oscura y putrefacta.
Baltazar derribó las murallas y dejó a la súcubo expuesta. Vio por fin lo que más le interesaba. La observó espiando al maligno y gozando de los planes de éste para acabar con él.
Ahora ya tenía claro lo que el maligno buscaba; no había duda de que le había dicho la verdad a medias. Lo del evento cósmico y el alma de Mariagracia era cierto. Lo de hacerlo su mano derecha no. Lo había utilizado para obtener el alma de la chica y como beneficio adicional —si todo salía bien—, el cuerpo que habitaría para reinar en el mundo mortal. Un cuerpo que pudiera ser fuerte y longevo como para albergar al amo de la oscuridad. El fruto entre un ángel y un demonio. Por supuesto que tenía que ser así. El don de Mariagracia no podía ser el de un humano cualquiera. Por decisión propia había bajado a la tierra y olvidado quien era en realidad. Quería vivir entre los humanos y experimentar todas aquellas emociones. Su señor lo había engañado y traicionado. Después de todo su verdadera intención era deshacerse de él.
—Ja, ja —rió Tanya con evidente malicia—. Un plan perfecto, ¿no te Parece mentira que después de tantos siglos no sepas como es Lucifer? —Baltazar soltó el agarre, mirando como la súcubo caía despatarrada en el suelo sangrando a borbotones.
—Lárgate, Tanya —la amenaza de Baltazar flotaba en el aire y la súcubo no puso en duda de que sería capaz de acabar con ella.
—De mejores lugares me han echado.
La súcubo desapareció borrando todo rastro sanguinolento tras de sí. Baltazar enfocó su mirada en la puerta; la mano de doña Julia golpeaba sin cesar.
—Te traje tu desayuno.
—Pase por favor, doña Julia —Baltazar abrió la puerta, despacio.
—Es verdad, no traes buena cara —sentirse excrutado por la mujer no tuvo el mínimo efecto en él; tenía otras cosas en la cabeza robando su atención.
Julia lo observaba con atención y lo que vio la llenó de temor.
—En tus manos está que todo sea diferente.
Baltazar la vio abandonar la habitación. Cerró la puerta con suavidad y se dejó caer en la cama. Él sabía que ella tenía razón. Confiara o no en esa mujer, ella tenía esa vez más razón que nunca.
No se sentía capaz de comer; así que limpió la bandeja con un gesto casi imperceptible, dejando apenas lo imprescindible, para guardar las apariencias. Usó parte de su poder para vestirse sin perder tiempo y salió rumbo a la iglesia.
Tal como esperaba ella no estaba allí. Al llegar, Tomás ya se encontraba dando órdenes a los obreros. Estaban recibiendo todo el material que faltaba para culminar la torre del campanario.
—Dios mío… esto es una tragedia, ¡Dios mío! —el padre Nicolás gritaba sin parar mientras entraba en tromba en la nave caminando hacia ellos, con los ojos desorbitados y la angustia reflejada en el rostro.
—¿Qué pasa, padre —preguntó tomás haciendo señas a los obreros para que parasen las obras.
—Es Mariagracia, hijo.
Los obreros se miraron sin entender una palabra.
—Baltazar hijo mío... Mariagracia…enferma… no despierta… el doctor… —tomás veía al sacerdote tartamudear y se apresuró a guiarlo hasta un asiento, donde el hombre se dejó caer, abatido.
—Padre, cálmese, por favor . No le entiendo nada —mintió Baltazar.
—Hijo, que Mariagracia está enferma, no despierta —el sacerdote inspiró profundo para darse aliento—. El doctor dice que está como en catatonia.
El sacerdote exhaló con fuerza, llevándose las manos a la cara.
Tomás y varios obreros pusieron los ojos en blanco.
—¿Dónde está ella, padre? —Preguntó Tomás, preocupado.
—La hemos llevado a la medicatura —respondió—. El doctor dice que si no reacciona habrá que llevarla a la ciudad a que le hagan no sé qué estudios —explicó, con los ojos empañados.
En aquel momento llegó don Sebastián acompañado de un hombre en extremo alto y corpulento. Su piel oscura ofrecía un contraste peculiar con sus ojos que, eran azules y fríos como el hielo.
—Lamento interrumpirlos justo ahora —intervino Sebastián—. Me apena mucho saber que Mariagracia se encuentre tan enferma, pero ha llegado por fin el experto en arte barroco y reliquias que logré contratar y quise presentarlos para que se pongan manos a la obra cuanto antes, a ver si es posible tener la iglesia a punto para día de reyes.
Los hombres miraron al recién llegado en silencio.
—No se preocupe, don Sebastián —Baltazar miraba al recién llegado de soslayo, mientras tomás tomaba las riendas de la conversación—. Todo estará listo para ese día, ya lo verá.
Baltazar no podía creer lo que veían sus ojos. Era el ángel de la muerte, ahí parado en frente de todos.
—Azrael —pensó para sus adentros.
Azrael asintió con un movimiento de cabeza muy leve para que nadie excepto Baltazar lo percibiera.
—Bueno, este es Azrael Quintana—dijo don Sebastián, señalándolo con un gesto de la mano—. Él es Baltazar Garzón y él Tomás Martínez —Baltazar siguió la pantomima de la presentación de don Sebastián—. Baltazar está a cargo de todo el proyecto y Tomás es el maestro de obras.
Algunos obreros se quedaron mirando al recién llegado, sintiendo un frío estremecedor al coincidir con su mirada, pero no dijeron nada.
—Comprendo —la voz de Azrael, gruesa, pausada y serena, retumbó en la acústica de la iglesia.
Baltazar percibió el pensamiento de varios obreros, todos coincidían en que aquella voz era de ultratumba y daba repelús.
Una vez hechas las presentaciones, don Sebastián abandonó la iglesia en compañía del padre Nicolás. Tomás en cambio, dejó a Baltazar en compañía de Azrael con la excusa de vigilar a los obreros en la torre, aunque la verdadera razón era que el hombre le inspiraba un temor que le costaba disimular.
—Nos volvemos a encontrar—Baltazar sintió aquellos ojos de acero, mirándolesin parpadear.
—¿A qué has venido? —Azrael esbozó una sonrisa ante la pregunta de Baltazar.
—¿En realidad necesitas que te lo explique? Me parece que no —el tono de certeza del ángel le heló la sangre un instante.
—quizá no lo sepa —Azrael se acercó al demonio. Su semblante resultaba impactante.
—Claro que lo sabes —aseguró Azrael—. Me llamaste y aquí estoy —Baltazar tragó grueso al sentir aquella mirada sobre sí.
Baltazar sintió un fuerte estremecimiento. Intentó oponer resistencia, pero Azrael hurgaba en sus pensamientos recabando toda la información sin que pudiese evitarlo. Nadie escapaba al poder del ángel de la muerte, ni siquiera un demonio superior de la antigüedad de Baltazar.
Si, en un momento de desesperación, al dejarse llevar por sus emociones humanas le había invocado. Sólo que no creyó que su petición fuera escuchada.
—Sabes que yo escucho y atiendo el llamado de todas las almas que pueden y deseen ser rescatadas, Baltazar —Baltazar alzó la mirada y se topó con sus ojos.
—Lo sé —replicó—, solo que… —Azrael lo interrumpió.
—Solo que no lo creías. Creías que era un mito eso de salvar las almas de los demonios atrapadas en el inframundo.
Baltazar asintió con la cabeza.
—He visto lo sucedido y tengo suficiente información —declaró el ángel—. Si esto no es un ardid de tu parte, llegado el momento les daré una segunda oportunidad en la rueda de la vida.
El decreto de Azrael podría significar una esperanza, pero se sentía demasiado miserable para creer que tendría una oportunidad.
—¿hablas En serio? —la incredulidad de Baltazar resultaba irritante, aunque era comprensible.
—Si sigues dudando harás que me arrepienta de haberte escuchado, Baltazar. —Azrael se tronó los dedos; señal de que empezaba a quedarse sin paciencia.
—De acuerdo —Baltazar exhaló el aire despacio—. Debemos planear hasta el último detalle… El tiempo se agota —Azrael observaba la esfera de cristal de color rosa pálido que flotaba sobre la mano del demonio.
—Entrégala —dijo azrael extendiendo su mano—, yo estaré al pendiente de rescatarla antes de que todo acontezca.
—¿Y Mariagracia? ¿Qué pasará con ella? —Preguntó Baltazar mirando la esfera, dudando en si entregarla o no en manos de Azrael.
—Ella estará bien —aseguró el ángel—. Ya dispuse a un ángel para que le cuide mientras el maligno sigue creyendo que has cumplido tu misión.
Baltazar se estremeció, haciendo señas al ángel de que guardase silencio.
—Tranquilo —murmuró el ángel—. No olvides que estamos en una iglesia, Tanya no puede pisar este lugar.
Era cierto, pero Baltazar no confiaba en el maligno. Él sí que podía leer sus pensamientos aunque estuviese en la iglesia.
—Yo tampoco confío y por eso estoy alerta —explicó Azrael, hablando a través de su siquis—. Por ahora todo sigue bajo control. Empezaré con los retablos para no levantar sospechas. Todo debe seguir tal cual se planeó.
Baltazar suspiró; todavía había algo que lo angustiaba pero no se atrevía a preguntar. En su cabeza la idea daba y daba vueltas.
—Entiendo que te preocupe, pero puedo decirte con certeza que no has sembrado la semilla del mal en ella —Baltazar exhaló el aire despacio—. No olvides que te dejaste llevar por tus emociones humanas; por los restos de tu alma mortal. Eso es algo con lo que el maligno no contaba.
Baltazar caminaba junto a Azrael, pensativo; sin perder tiempo se dirigieron al cuarto donde Mariagracia guardaba los retablos. Baltazar abrió la puerta con la llave maestra y se los mostró.
—Pensé que estarían en peor estado —murmuró Azrael acariciando uno de los retablos con los dedos—. Ella hizo una gran labor —el tono de admiración de azrael no pasó desapercibido para Baltazar.
—Será mejor que salgamos —sugirió el demonio—. No deben vernos juntos mucho tiempo.
Azrael dejó el retablo y asintió. Ambos salieron de la iglesia por separado.
¡Gracias por visitar mi blog!
Espero que hayas disfrutado esta nueva entrega y que vuelvas pronto.
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¡Hasta la próxima!
Hola, @halenita.
Tienes fibra para las historias de corte de misterio. Deberías animarte a participar en el concurso de @trenz de MicroTerror.
Mira, necesito comunicarme contigo, te dejé un mensaje directo por Discord.
Saludos,
Hola, @sandracabrera.
Gracias por tu visita, por leer y por comentar.
He participado alguna vez en ese concurso de microterror, creo que es el único que hay de ese estilo, pero entre tantas cosas no le he dado continuidad a ese concurso.
tomaré en cuenta tu sugerencia.
He respondido a tu mensaje en discord, ya seguimos hablando si eso, ¿vale?
que tengas feliz fin de semana.
Un abrazo fuerte en la distancia.