Al mismo tiempo que mis neuronas trabajaban en la creación del microcuento Guerra de Mangos, ganador del segundo lugar de #Missuchallenge // Concurso #2 - MicroCuento promovido por @missu, surgió otro cuento en el cual una madre nos recordará hasta dónde se puede llegar por los hijos.

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Fuente

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Los mangos del deseo

Eran tiempos de crisis y en la casa de Lorenza ya olvidaban el sabor que tenían muchos alimentos. Ella, una mujer sin empleo pero que no tenía descanso. Tenía dos hijos, Lucero y Bartolomé. La pequeña siempre lloraba pues su barriguita nunca estaba llena. Bartolomé quien tenía 15 años y era 5 años mayor ya adaptó a su estómago a comer poco y sostenerse a sorbos de agua.

—¡LOS MANGOS! ¡LOS MANGOS MADURITOS! ¡VENGAN A COMPRAR LOS MANGOS! -Era un señor que pasaba por la calle con una carretilla llena de mangos.

Lucero al verlos sintió anhelo y su boca salivó como un perro cuando muerde un pedazo de carne. Le pidió a su hermano que le comprará uno porque tenía mucha hambre.

—¿Cómo te lo compro, Lucy, si no tenemos ni medio picado por la mitad? Además mamá ya salió al mercado a ver qué consigue..
—¡YO QUIERO MANGO!
—Una nalgada es lo que tendrás si no dejas tu berrinche.

Mientras tanto en los adentros del mercado se encontraba Lorenza. Todos la maltrataban, la empujaban, la quitaban del medio, la tiraban al suelo.

—QUÍTATE LOCA ‘E MIERDA
—FUERA DE AQUÍ, INDIGENTE.
—Yo solo quiero que me ayuden, me conformo con los desperdicios de las verduras. Quiero llevarle algo de comer a mis hijos. –Lorenza respondía con ojos lagrimosos y voz débil.
—QUE TE QUITES. VE A TRABAJAR.

Era poco lo que conseguía. Algunas conchas de auyama, pedacitos de yuca y ocumo, cabezas de sardinas con agallas incorporadas aún. Caminaba todo el pueblo. Ella llegaba cansada y agotada a casa después de mediodía. Con todo eso ponía a cocinar un caldito y eso era lo que daba a sus hijos.

Pasada una semana vuelve a pasar el señor de los mangos y Lucero vuelve a pedir que le compraran uno. Está vez Bartolomé hizo oídos sordos, pues se preparaba para salir en busca de algún tigrito en el pueblo, necesitaba ayudar a su madre. Lorenza ese día regresó temprano y encontró los gritos de Lucero.

—QUIERO UN MANGO. TENGO MUCHA HAMBRE. HERMANO, UN MANGO.
—Hija no armes tanto alboroto. Ve al patio y juega con tu hermano. Yo iré por los mangos.
—Pero, mamá, -replicó Bartolomé- vienes agotada y has traído algo que comer. Deja y te ayudo a cocinar y no gastes el poco ‘e churupitos que has encontrado.
—Tranquilo, hijo mío. Ve con tu hermana y no dejes que entre a casa hasta que yo te avise.

Inmediatamente Lorenza siguió al hombre aquel y lo invitó a casa. Le hizo un trato que fue difícil de negar. Le dejaría cinco kilos de mango a cambio de hacerle favores íntimos. Pasó media hora. El hombre sale de la casa de Lorenza. Sonriente y acomodando su camisa aún. Ella quedó en su cuartito, bañada en lamentos y alistándose nuevamente.

—Todo sea por el bocado para ellos. Ellos son mis hijos y debo ayudarlos a superar todo esto. –Repetía una y otra vez mientras se arreglaba y lavaba el rostro.

—¡BARTOLOMÉ! Hijo, ven con tu hermana. Vengan a disfrutar de estos sabrosos mangos que les he conseguido.