desde el vientre del Seol

Hubo un profeta llamado Jonás quien vivió una de las más horribles experiencias. La Biblia dice que “clamó desde el vientre del Seol”. Dios le había encomendado un mensaje para la ciudad de Nínive, la cual se había convertido en una despreciable urbe. Jonás no escuchó a Dios y se fue en la dirección contraria; se fue en una embarcación hacia Tarsis.

Una fuerte tormenta inesperada se desató en el mar, las olas golpeaban contra la cubierta del barco, y los expertos marineros estaban desesperados por el inusual fenómeno. La tormenta sólo podía calmarse si el profeta salía del barco, y Jonás lo sabía. Los marineros se negaron al principio, pero por la insistencia del profeta y la desesperación de ver que su barco se hacía pedazos, lo arrojaron a las turbulentas aguas.

La Biblia relata cómo Dios, de forma poco usual, lo salvó de morir ahogado en el violento mar. “Tenía preparado un gran pez”, que lo engulló y lo llevó a las profundidades. No parece una buena manera de salvarse, pero Dios se ocupó de él, aun en la profundidad de la muerte.

Y “Desde el vientre del pez”, dice el texto, “oró Jonás”. Ya no era aquél que hacía como bien le parecía. Estaba inmovilizado en la más oscura condición.

Cuando nuestros esfuerzos son inútiles porque nos desbordan las circunstancias; cuando nos inunda el desespero por no ver llegar lo que necesitamos y la frustración nos embarga, sólo nos queda algo por hacer: ORAR.

La Biblia nos dice que Jonás oró desde las profundidades de la tumba. ¿Quién no ha sentido haber estado en las profundidades de la muerte alguna vez? ¿Quién no ha estado en la más oscura situación, donde no encuentra salida? ¿Cuántos de nosotros no sufrimos por no dar a nuestros hijos todo lo que necesitan? ¿Quién no se ha angustiado por falta de empleo? En esas circunstancias sentimos que las sombras de la muerte nos rodean. En ese lugar no valen los consejos de: “no pienses tanto en eso”, “cree que todo se va a arreglar”, “esas cosas pasan”, “debes controlar tus emociones”…  Pero podemos clamar a Dios como lo hizo Jonás, en la angustia y el desconcierto. Dios puede manejar cualquier cosa.

No sabemos cómo responderá nuestras oraciones. Pero sí debemos de estar seguros que Dios se inclina hacia nosotros para escuchar. Es por la fe y la esperanza que oramos. Incluso –y especialmente– desde el oscuro vientre de la bestia.