DIOS EXISTE.

En la universidad, uno de nuestros profesores se ufanaba de haber hecho dudar a muchos de sus alumnos sobre la fe y de la existencia de Dios. Al parecer se sentía muy feliz de ser un ateo y de confundir a algunos con sus razonamientos. De vez en cuando mostraba cierto resentimiento hacia “un Dios que no existe”. :D Nos decía, en un tono burlón: “Yo no les dije que dejaran su religión, sólo les hice las preguntas correctas, y ellos decidieron”

Esta imagen que muestro (la saqué prestada de una página por ahí), me hizo recordar la sonrisa de satisfacción de aquél “ilustrado y profundo” defensor de las ideas de Jean Paul Sartre y Friedrich Nietzsche.

Siempre digo, el ateo no tiene pensamiento científico, tiene un pensamiento limitado. Porque, limitar a Dios al tiempo y al espacio, que apenas conocemos, para negar su existencia, es como tratar de ver los cráteres de la luna con un microscopio. Por supuesto que Dios no necesitaba de un sol o una luna para iluminar todo desde el prime día; Dios es luz. Además, "Porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió" (Sal 33:9). Él dijo: “Sea la luz y la luz fue hecha”. Las grandes lumbreras como el sol, la luna y las estrellas fueron creadas en el cuarto día para complementar la luz elemental.

Hablar de un dios creador, dicen algunos, es una forma sencilla de huir de aquello que no podemos explicar. Y es cierto, para un creyente normal es imposible describir cómo Dios unió los átomos y las partículas en el universo; Dios tampoco se detuvo a explicarnos cómo. También sería estúpido preguntarle eso. Si nos tiene de cabeza con la poca información que tenemos en La Biblia, imagina… Debemos aceptar que hay cosas que nuestra mente finita nunca comprenderá. Jesús le dijo a un principal de una sinagoga: “Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?” El hombre puede pasar siglos estudiando cosmología, astrofísica, física cuántica, decir que todo se originó hace unos 13 730±120 millones de años con un gran estallido; citar a Edwin Hubble, George Lemaitre y Albert Einstein, y nunca dar una respuesta que explique la magnificencia de un diseño tan perfecto como el de nuestro universo.