Espero un acontecimiento: la luna llena .

Para adecuar mi escenario interno observo el cielo: Se trata solo de mirar cómo en las nubes muta el arrebol, en naranja, en amarillo, en lila… Cómo el cielo de fondo se oscurece: cerúleo, celeste, cobalto, marino, indigo… de aceptar que ya no hay azul en lo alto, que el cielo se ha ido con el sol, se ha apagado. Queda un espacio vacío que la sombra llena, solo la sombra, mirándose en el espejo del mar.

El amor de la naturaleza sigue llegando a la playa en forma de ola, con su sonido sereno y refrescante, vienen también al auxilio los cocuyos, con su pequeño fuego que no extingue la brisa.

Ahí viene la luna llena, esplendorosa, puntual, ya se asoma por encima de aquellas palmas. Ella tendrá la palabra.

Tal vez me explique por qué llegó precedida de nubes cargadas, y me diga si la acompañaban leales o se le resistían. Quizás me cuente de los marinos nocturnos, discípulos de Cherezade, quienes, con sus fábulas tan exageradas, desvían a las sombras de su misión despiadada. O me describa el sentimiento del púber marino que por vez primera sacó las vísceras sangrantes del magnífico pez que lo observaba incrédulo.

Puede ser que hoy permanezca callada, ocupada solo en volver a colorear, de un azul profundo, el cielo nocturno, mientras, magnífica, atraviesa la curvatura espacial que le fue asignada en el big bang inicial para cumplir la misión de ayudar a imaginar a los humanos.