Enna pasa su índice sobre el filo del hermoso cuchillo, se observa en el espejo del metal y sonríe satisfecha. Manuel llegará en media hora, el rojo mantel y la luz de las velas hacen resaltar el brillo de la cristalería. Decide dejar el delantal sobre el vestido de profundo escote trasero.

Anne sale del letargo entre los olores de la habitación clínica, al final del pasillo el enfermero la observa en el monitor; los efectos del medicamento, o las luces, parecen acentuar su muy pálida belleza.

Enna ríe a carcajadas los chistes de Manuel, tres botellas vacías de vino se juntan a la vajilla usada sobre el mármol del mostrador de la cocina. Manuel olvidó su abstinencia, solo piensa en el momento en que suelte el lazo del delantal de Enna.

Anne llora cuando el enfermero le entrega el pequeño vaso con las cinco pastillas de esa hora. No las quiere; argumenta que la marean, que solo quiere hablar, que si suelta sus manos consentirá... Le habla quedamente de su soledad, necesita un abrazo. El enfermero duda, ¡es tan atractiva con su mirada perdida! La básica bata verde no oculta el joven cuerpo; la imagina desnuda y sin memoria.

De espaldas al mostrador, Enna recibe el peso del cuerpo de Manuel, la chispa de sus ojos se transforma en gélida mirada, el magnífico espejo, a su derecha, devuelve la escena; la mujer no está en el reflejo, pero goza profundamente.

Como un amoroso padre el enfermero explica a Anne el instrumental médico. Ella, cual niña, pregunta por los tipos de bisturí. Ríe, camina, asombrada… Ahora detiene su deambular mirándolo profundamente; dulce, rodea su cuello con los delicados brazos. Él se siente en el cielo.

A las doce Anne toca la puerta. Enna abre. Frente a frente sonríen con idéntico gesto. En juego especular juntan sus manos. Podrían levitar.

Agradezco su amable lectura.

La imagen es una edición realizada con Paint desde la original tomada de la fuente señalada.