La Zaragoza americana. Reportaje fotográfico.

in #spanish5 years ago

Hola amigos, hoy os traigo esta maravillosa exposición sobre de la base americana en la ciudad de Zaragoza.

El 30 de septiembre de 1992, Dan Moyer cerró definitivamente las puertas de la base americana de Zaragoza. Poco antes, Julio J. Torres pulsó el botón con el que apagó las emisiones de la radio que había funcionado ininterrumpidamente durante 35 años, y que no solo fue la primera emisora FM del país sino que propició la llegada del jazz y el rock a la sociedad zaragozana de la época. “Fue uno de los momentos más tristes de mi vida”, recuerda.

Ellos fueron solo dos de los miles de protagonistas de la historia de una instalación militar que marcó durante casi cuatro décadas la vida de la capital aragonesa. Este año se cumple el 25 aniversario del cierre de la base, donde las fuerzas aéreas norteamericanas (USAF, por sus siglas en inglés) llegaron a contar con más de 10.000 militares, trabajadores y familiares.

Su puesta en marcha, junto con las bases aéreas de Torrejón (Madrid), Morón (Sevilla) y la aeronaval de Rota (Cádiz) no solo supuso la salida del ostracismo internacional en el que se encontraba la autárquica España de Franco en la década de los 50 -gracias a los Pactos de Madrid de 1953-, sino que influyó sobremanera en la sociedad de las ciudades donde se establecieron.

El contacto directo con ciudadanos de una superpotencia mundial mucho más desarrollada evidenció contrastes económicos, culturales y sociales, posibilitó oportunidades de negocio -no todas legales-, e incluso matrimonios ‘mixtos’ que todavía perduran. Una pequeña colonia de aquellos norteamericanos decidió echar raíces en Zaragoza, y todos los viernes se les puede encontrar alrededor de una mesa en el Café Levante.

Otros, en cambio, prefirieron aislarse de esa ciudad al noroeste de un país que con dificultad podían ubicar en el mapa, y vivieron su estancia dentro del perímetro de la base, una auténtica ciudad norteamericana en miniatura que contaba con iglesia, colegio, supermercado, bolera y campo de golf propios. “Tuve compañeros que en tres años de destino, nunca salieron de la base”, recuerda Dan.

En el recelo con que parte de la sociedad zaragozana recibió a los estadounidenses radica alguno de estos comportamientos. La presencia de tropas militares extranjeras en territorio nacional no siempre fue bien vista, una percepción que se agudizó con el paso de las décadas y, fundamentalmente, con la llegada de la democracia, que dio pie a las conocidas protestas anti-base y que culminó con la clausura definitiva hace 25 años.

En el camino, jugadores de baloncesto que deslumbraron a la incipiente afición local, accidentes aéreos, intercambio de discos de rock, coches de unas dimensiones nunca vistas hasta entonces, cazas partiendo hacia las guerras internacionales más importantes del momento, la Nasa, peleas en prostíbulos e incluso algún asesinato sin resolver… Todo un contraste cultural que marcó la segunda mitad del siglo XX de la ciudad y que dejó una huella todavía visible.

Lo que terminó siendo un matrimonio de conveniencia entre España y Estados Unidos, comenzó una década antes con un desplante poco alentador para un futuro romance. La postura no beligerante de Franco durante la 2ª Guerra Mundial, que sin embargo no evitó una evidente simpatía hacia Alemania y las potencias del Eje, pasó factura.

Tras la victoria aliada, las potencias vencedoras -USA, Gran Bretaña y Rusia- impulsaron la creación de la ONU en 1945, de la que quedó excluida España, considerada una dictadura fascista. El lustro siguiente, el país vivió en el ostracismo y bajo la vigilancia internacional, tiempo que utilizó Franco en ejecutar un “oportunista proceso de desfascistización” para conseguir una imagen exterior más amable, y a su vez, enarbolar la bandera anticomunista, que en el nuevo contexto de Guerra Fría se convirtió en el flotador al que agarrarse, como explica la historiadora Gema Martínez de Espronceda.

La ‘pedida de mano’ tuvo lugar en los denominados Pactos de Madrid de septiembre de 1953. Franco y el presidente norteamericano Eisenhower firmaron una serie de acuerdos por los que Estados Unidos proporcionaba a España material de guerra y ayudas económicas a cambio de la instalación de tres bases aéreas de la USAF (Torrejón, Morón y Zaragoza) y una aeronaval (Rota).

Los pactos sirvieron a España para salir del aislamiento internacional y, junto a la firma del Concordato con la Iglesia Católica de ese mismo año, poder restituir su imagen exterior en el bando de los aliados. Por su parte, Eisenhower lograba un despliegue militar estratégico en su partida de ajedrez con la Unión Soviética.

No obstante, los documentos firmados en Madrid incluyeron una serie de cláusulas secretas que, como reflejó el historiador Ángel Viñas en su libro ‘Los pactos secretos de Franco con Estados Unidos’, evidenciaron importantes cesiones del caudillo en materia de jurisdicción y soberanía, que trajeron más de un quebradero de cabeza a las autoridades locales a la hora de situar ante la Justicia a militares americanos -y sus familias-. Además, los acuerdos no garantizaban el apoyo estadounidense en caso de ataque extranjero a España.

En 1954, Zaragoza contaba con dos aeródromos: el de Sanjurjo, para la aviación civil, y el de Valenzuela, de uso militar. Estas instalaciones preexistentes, su ubicación geoestratégica, y otras ventajas como la firmeza del suelo o la homogeneidad del viento, convencieron a los americanos para levantar en la capital aragonesa una de las tres bases aéreas.

Los trabajos comenzaron en otoño de ese año y se prolongaron durante casi un lustro hasta 1959. Las primeras actuaciones se centraron en la pavimentación y en la construcción de almacenes para la logística de las obras. Pese a que los principales contratistas fueron empresas norteamericanas (Walsh Construction Company, Raymond Concrete Pile Company, y Brown and Root), su ejecución supuso una gran oportunidad para los trabajadores locales.

En 1956, dos años después del inicio de las obras, participaban en las mismas un millar de obreros españoles y cerca de 300 técnicos y especialistas norteamericanos. Para coordinar todo el proyecto y solucionar los problemas que fueran surgiendo se abrió una oficina en el Coso, que posteriormente se trasladó al paseo de los Ruiseñores.

La periodista Concha Roldán señala en su libro ‘Los americanos en Zaragoza’ que los estadounidenses “fueron tan exigentes y cuidadosos durante las tareas de edificación que en tres ocasiones ordenaron tirar lo que se iba construyendo, ya que se deseaba en el trabajo la mejor calidad posible”.

Finalmente se ejecutaron dos pistas de aterrizaje en paralelo, 13 hangares y una ciudad auténticamente americana con 156 chalets y todo tipo de servicios. Además, se construyó un oleoducto entre Rota y Zaragoza de 570 kilómetros de longitud y un coste de 1.600 millones de pesetas que conectó todas las bases solucionando sus ingentes necesidades de combustible.

Autoridades, empresarios y la prensa local celebraron la construcción de la base como una inyección para la economía zaragozana. Los trabajadores cobraban 3 dólares al día, unas 120 pesetas, más del doble del salario medio de la época. Además, los americanos pagaban 7 dólares por cada hora extra.

La mayoría de ellos están jubilados, pero siguen muy activos y quedan a menudo para rememorar un pasado fuera de lo común. En el grupo figuran militares norteamericanos que estuvieron destinados en la Base -y que por amor decidieron quedarse en la capital aragonesa-, extrabajadores españoles del sector americano y empleados que, tras el cierre en 1992, fueron reubicados y continúan su labor en la Base Aérea de Zaragoza.

Este año, en el que se cumple el 25 aniversario del cierre de la base americana, Ángel Díaz, John Ellin, Jesús Matute, Pascual Domingo, Agustín Burguete, Higinio Pascua, Avelina García, Ángel Hernádez y Francisco Soravilla recorren de nuevo las calles del sector sur en un día marcado por el viento y el recuerdo.

La huella de la base americana permanece en quienes formaron parte de ella… y en lo que queda de sus instalaciones: el campo de golf, la bolera, la cafetería (donde se ubicó una bolera anterior a la actual), el cine, el gimnasio, la capilla o los chalés que hoy ocupan oficiales y suboficiales españoles.

Algunas permanecen casi intactas, como el gimnasio o el campo de golf; otras, mantienen el mismo uso pero con alteraciones en su diseño interior original, como la capilla o el cine; y varias han desaparecido o tienen otra utilidad, como el Shopette (una tienda en la que se vendía casi de todo) o la Library (papelería) , ubicadas cerca del cine.

“Tengo buenos recuerdos de aquellos años y aquí conocí a mi marido”, cuenta Avelina García, quien trabajó en la base americana entre 1958 y 1960. En ese último año se casó con Donald Reynolds, un militar norteamericano destinado en la base de Zaragoza, y tras idas y venidas a Estados Unidos, España e Italia, finalmente fijaron su residencia en Zaragoza a partir de 1976. Entonces fue cuando Avelina volvió a la base para trabajar en el economato hasta 1992.

John Ellin fue sargento maestre encargado del sector de mantenimiento de aviones durante 7 años. Llegó en 1969 y conoció a su esposa en Zaragoza, en el 75. A finales del año siguiente le destinaron a Alemania y se marcharon allí, hasta que decidieron regresar en 1997 para fijar su residencia en la capital del Ebro. “Siempre me gustó estar aquí, desde la primera vez hasta hoy. He visto muchos cambios en la ciudad, unos buenos, otros malos, pero todavía me gusta”.

“Al principio llevé la tienda de repuestos de automóvil –todos de coches americanos- y la juguetería y posteriormente trabajé en la cafetería que estaba junto al club de suboficiales. Fue maravilloso: pagaban bien, el clima era agradable y lo mejor es que aquí encontré a mi novia que después fue mi mujer”, cuenta Ángel Hernández Mostajo, extrabajador del sector americano entre 1960 y 1964.

El zaragozano Francisco Soravilla comenzó a trabajar en la base en octubre del 59, con 21 años. “Había estudiado algo de inglés en el bachiller y un amigo que estaba allí me animó a entrar porque necesitaban gente. Hice la entrevista con el jefe de personal, me puso un test y lo pasé”, relata.

“Había una serie de tiendas, una de ellas delicatesen. Allí comencé vendiendo leche, pan, latas de Campbell’s… Luego pasé al Main Store, que era una tienda grande, y ahí vendíamos de todo: frigoríficos, vajillas… productos traídos de Estados Unidos”, añade.

Soravilla también trabajó en el Radio Record Shop, donde se vendían discos y aparatos de radio y magnetófonos. “Por primera vez allí aparecieron los discos de The Beatles, de 45 rpm. Era la época en la que estaba de moda Frank Sinatra, Everly Brothers…”, comenta. Otro de los lugares donde desempeñó su labor, antes de dejar la base, en 1966, fue en la sección de piezas para el automóvil, “donde aprendí más vocabulario y por último acabé de supervisor del almacén. Para mí, francamente, fue una experiencia muy buena”.

El grupo mantiene su vínculo con la base y sus gentes . Pascual Domingo recuerda cuando trabajaba de joven en el Gran Hotel: “Allí se alojaban los ingenieros norteamericanos que construyeron la base". Tres años después entró como empleado de Comunicaciones y, después, como enlace de la Security Police. Estuvo trabajando en la base desde la llegada de los primeros soldados hasta su marcha, en el 92.

Hoy, Pascual Domingo camina por el recinto del sector americano junto a antiguos compañeros entre anécdotas, risas y momentos emotivos y se fotografían junto al avión F-86 Sabre y otros edificios con toda naturalidad, como si el tiempo se hubiera detenido. Algunos compañeros no habían pisado la base en décadas y otros prefieren no volver a pisarla para mantener el recuerdo intacto de una época que, de un modo u otro, marcó para siempre su destino.

Me casé en 1968 con una zaragozana en la iglesia del Perpetuo Socorro, por supuesto, en una boda típicamente española”, comenta con cierta sorna Rogelio Reyna, un militar de San Antonio (EE.UU.) con raíces mexicanas que llegó destinado a la base aérea de Zaragoza dos años antes de contraer nupcias.

Su caso no es nada extraño. Durante la presencia de tropas americanas en la capital aragonesa se celebraron decenas de bodas ‘mixtas’ que afianzaron los lazos entre dos sociedades tan dispares, lo que ayudó a eliminar en parte algunas barreras.

“Mi mujer aprendió inglés y tiene un acento muy bonito, y yo di clases de castellano. Nuestros hijos nos hablaban a cada uno en nuestro idioma, y han crecido bilingües”, apunta orgulloso el que fuera Jefe de Compras de los departamentos de ingeniería de la base.

A María Carmen Gaspar también se le cruzó un americano en su vida, de nombre William Walton. “Le conocí en 1971 en la plaza de San Francisco y un año después nos casamos”, recuerda en el Café Levante, centro de reunión de militares y extrabajadores de la base.

“Cuando terminó el Ejército nos fuimos a Estados Unidos y allí hizo la carrera de piloto de aviación comercial y empresariales. Después regresamos a España y nos dedicamos a la exportación de calzado de Aragón”, relata. El año pasado falleció su marido, a quien recuerda con gran cariño, y del que siempre lleva encima una colección de fotos antiguas, junto con las de su hija y sus dos nietas.

Sus casos son representativos de los matrimonios entre americanos y zaragozanas que echaron raíces en la capital aragonesa. Según Rogelio, “todavía estamos unos 30 americanos afincados aquí de aquella época”. Otros, en cambio, volvieron a cruzar el Atlántico.

Es el caso de Ana Rivas, que conoció en Zaragoza al que sería su marido, Charles Poff, militar americano de la base, con quien vive desde hace 39 años en Estados Unidos. “Trabajaba con españoles y siempre me decía que no le hablaban en inglés, pero aprendió el idioma muy rápido”, relata por correo electrónico.

“Se enamoró del Pirineo, de las tapas del Tubo, del Monasterio de Piedra… y le gustaba hacer paella con sus compañeros, a los que todavía vemos cuando vamos a Zaragoza”, recuerda. Charles tuvo que regresar a su país por trabajo, y allí se establecieron, aunque no sin “ciertos problemas de integración” para ella.

Ahora está totalmente adaptada, es auxiliar de enfermería y su marido ingeniero, tienen tres hijos y seis nietos, y gracias a su abuela zaragozana, “cuatro de ellos ya hablan español”.

Pero no todo fue amor. La presencia de una fuerza militar extranjera en territorio español no siempre fue bien acogida y las voces críticas que reclamaron su salida de Zaragoza fueron in crescendo con el paso de las décadas, en especial por parte de los movimientos de izquierdas.

Durante el franquismo, esas mismas alas de pensamiento vieron la llegada estadounidense como una vacuna democrática con la que luchar contra la falta de libertades en España. Además, la inyección económica, las obras e infraestructuras, los matrimonios ‘mixtos’, el apoyo en tareas logísticas como la extinción de incendios y las posibilidades de negocio con el invitado rico que llegó a la ciudad propiciaron un clima favorable de convivencia.

Sin embargo, la Transición hacia la democracia tras la muerte del caudillo despertó un sentimiento anti-imperialista que se tradujo en una clara presión -tanto en la calle como en las instituciones políticas- para el desmantelamiento de las bases americanas en España. Tampoco ayudó la devaluación del dólar y el desarrollo de una sociedad cada vez menos distante del ‘amigo americano’.

A su vez, el uso de la base en los conflictos armados de Estados Unidos generó entre los años 70 y 90 una sensación de riesgo para la propia población zaragozana que no pasó desapercibida, como sí ocurriera años atrás. En la crisis de los misiles de Cuba (1962), por ejemplo, se elevó el nivel de alerta en la base hasta tal punto que los familiares americanos fueron evacuados al Pirineo ante un posible desenlace fatal, sin que la ciudad se enterase de nada.

La participación norteamericana en disputas como la Guerra de los Seis Días (1967), la Guerra del Yom Kippur (1973) o el bombardeo de Libia (1986) convirtieron la base en un ir y venir de soldados, cazas y aviones de transporte militar. Una situación que se elevó a su máxima expresión en la Guerra del Golfo (1990), en la que se llegaron a registrar cien despegues al día con un total de 20.000 soldados de paso en la instalación aragonesa.

Fotografías por @germanaure

Textos:

@germanaure

https://www.heraldo.es/especiales/base-americana-zaragoza/

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