Acampando y disfrutando del amanecer (Yapascua, segunda y última parte)
La primera parte de mi viaje a la Ensenada de Yapascua pueden encontrarla en este enlace. Preferiblemente, léanla antes de leer esta segunda parte.
Continúa la historia sobre mi estadía en Yapascua, la playa donde no hay palmeras, pues me faltó contarles qué tal estuvo la noche del sábado y cómo la pasamos el domingo.
Una de mis fotos favoritas, tomada al amanecer.
Luego de cenar perros calientes (o hot dogs, como le llaman en otros lugares) preparados por nosotros mismos, encontramos una tabla que estaba cerca de nuestro "campamento" y la colocamos en la orilla de la playa.
Nos sentamos allí, en la orilla del mar y sobre la tabla, a ver el atardecer, la luna y el rápido pasar de las nubes. Todo mientras conversábamos y reíamos. Fue un momento muy ameno.
Yo estaba maravillada con la luna y en la infinidad de estrellas que adornaban en firmamento. Tengo que admitir que me encanta ver el cielo, a toda hora pues sus colores me maravillan siempre, son un espectáculo para mis ojos.
Así que me sentía como niño con juguete nuevo, muy contenta. Tomé más de una decena de fotos del cielo nocturno o bueno, específicamente de la luna. Unas fotos mejores que otras; pero por supuesto a ustedes les mostraré las más hermosas a mi parecer.
Salieron bonitas, tomando en cuenta que no poseíamos una cámara profesional; solo celulares de gama media-alta.
Olvidé mencionar que nos bañamos en repelente para que los bichos, mosquitos y demás no nos comieran vivos. Igual la brisa colaboró y los ahuyentó. Gracias brisa, eres la mejor.
Mientras estábamos sentados y acurrucados, le llegó señal a uno de los teléfonos que teníamos. Todos nos volvimos locos, mandamos un mismo mensaje a al menos un familiar de cada uno, para que supieran que nos encontrábamos a salvo y que definitivamente no había casi nada de señal en el lugar.
En algún momento de la noche nos encerramos en una de las carpas a jugar caída con cartas y también dominó. Luego salimos a admirar el cielo otro rato más hasta que a eso de las 10:30, el cansancio hizo mella en nosotros y decidimos irnos a dormir.
Los doritos no podían faltar.
Nos abrigamos aún más (con suéteres, medias y pantalones suaves) y nos bañamos en repelente por segunda y última vez ese día. La brisa paro, pero aún así los mosquitos no hicieron acto de presencia. Punto para nosotros.
El sonido del mar llenaba nuestros oídos y fue lo último que escuchamos antes de caer en los brazos de Morfeo.
La noche pasó tranquila. Dormir en carpa fue más cómodo de lo que imaginé, y despertar con el sonido del mar y las primeras luces del amanecer fue una total maravilla.
Cuando uno de los muchachos me comentó que estaba comenzando a salir el sol, salte enseguida fuera de la carpa.
Se veía demasiado increíble. Me dejó sin palabras. Solo podía agradecer a Dios y a la naturaleza por tan magnífica vista. Tomé fotos porque sin duda debía capturar la belleza que estaba viendo con mis propios ojos.
Subí el cerro/colina de nuevo, esta vez con zapatos y seguí tomando fotos (desde donde está el muchacho o pequeño punto naranja es que tomamos las fotos cuando ambos subimos), incluso un vídeo que compartí en mi Instagram (aunque tengo la cuenta privada, lo siento por eso).
Mis ojos se cristalizaban, mis vellos y piel se erizaban con tan hermoso espectáculo.
Estaba enamorada de lo que veía. Era indescriptible.
Cuando el sol estaba saliendo.
Y justo después de que el sol salió.
Ahora vean como los rayos del sol fueron iluminando y tocando de a poco las montañas.
Después de las 7:30, cuando ya el sol había salido en su totalidad, decidimos recorrer el otro lado de la Ensenada que no habíamos visto aún. Pasamos un par de horas allí, disfrutando de la nueva vista y del agua mega fría a esas horas de la mañana.
Caminamos hacía el lado oeste de la ensenada, es decir, el que se ve en esta foto.
Y de allí veníamos, el lado este. Donde estaba la isla y el montón de montañas.
A las 9/10, regresamos a donde estaban nuestras carpas y preparamos el desayuno. Pan (el cual no sobrevivió del todo, estaba desmenuzado) con atún en salsa y rikesa (es como queso cheddar derretido, para quienes no lo conocen, sabe estupendo).
Por cierto, habíamos llevado jugo de naranja, pero al ser cítrico preferimos beber los cuatro litros de jugo el día anterior. Para prevenir en el caso de que se dañara de un día para otro por el calor o algo. Llevar jugo es una buena opción, permite que rinda más el agua dulce/potable.
Y pueden pescar, dos de los cuatro grupos que estaban ese fin de semana pescó en la mañana para desayunar. Así que si saben, esa es una buena opción.
Algunos se bañaron en la playa otro rato y otros -como yo- solo descansamos mientras disfrutamos nuestras últimas horas en Yapascua.
Empezamos a arreglar nuestras cosas casi enseguida. A recoger las carpas, cambiarse de ropa, bañarse en protector solar, recoger la basura pues hay que llevarla hasta Patanemo y así.
A las 12:15, nos despedimos de Yapascua hasta la próxima oportunidad y emprendimos regreso a nuestros hogares.
Ese día sí rendimos.
Tardamos una hora y media o una hora con cuarenta minutos en llegar a Patanemo.
El camino fue difícil por la falta de agua y porque en la primera montaña de regreso, la más dura, tomamos un camino más corto que no tomamos el día anterior pero es mega inclinado y bajarlo se siente como lanzarse por un tobogán, incluso muchos tuvimos que bajarlo agachados, casi deslizándonos.
Al llegar a la playa de Patanemo, botamos nuestra basura y un señor con una camioneta doble cabina nos cobró 30.000 bolívares por llevarnos hasta una licorería que queda justo en la Y que les mencioné en el post anterior, pues ahí podríamos agarrar el autobús que viene del pueblo de Patanemo.
A los pocos minutos llego, estaban casi sincronizados a decir verdad y partimos rumbo a Puerto Cabello. Sitio donde llegamos a eso de las 3 y donde a pesar de todo no debimos esperar mucho pues a pesar de la pequeña cola que había, nos montamos en el segundo autobús que llegó, pagamos 10.000 bolívares como el día anterior y a las 3:25pm iniciamos nuestro viaje hacía el terminal Big Low Center de Valencia.
Menos de una hora viaje, no demoramos nada. Era hora de la despedida, nos dijimos hasta luego entre abrazos y sonrisas porque habíamos tenido un excelente fin de semana pero era de separarnos y así cada quien se fue a su hogar.
A las 4:40pm llegué al apartamento, dispuesta a cocinar, comer y arreglar un poco todo para luego descansar. No obstante, terminé durmiendo a eso de las 10 u 11 luego de haber contado por nota de voz y de manera más extensa todo lo comentado aquí.
Sí, hablo y escribo mucho. Así soy y más aún cuando algo me hace sentir tan feliz como ese viaje a la Ensenada de Yapascua.
En fin, eso fue todo. Largo pero bonito e inolvidable. Espero que hayan disfrutado de leer mi experiencia tanto o casi tanto como yo disfruté vivirla.
De nuevo, gracias a mi amiga Mayra o May, como le digo yo, por haberme invitado a ir con ella a este viaje. Ha sido uno de los mejores que he hecho.
Ojalá tengan la oportunidad de conocer tan maravilloso lugar, se los recomiendo al cien por ciento y con los ojos cerrados (suena gracioso decir ambas cosas, jajajaha). Eso sí, váyanse preparados y si los invitan a otros lugares donde deban acampar, no duden tanto. Digan que sí, disfruten, gocen, vivan.
Y bueno, es hora de despedirme. Gracias por leerme, los espero en los comentarios si desean pasarse por ahí.
Feliz día, tarde o noche, dependiendo de dónde estén. Hasta luego.
