Una visión artísticamente borrosa

No había pasado mucho tiempo desde que me levanté aquella mañana, pero solo el hecho de permanecer al pie de la cama con la mirada baja y mirando a la nada, me había hecho perder la noción del tiempo. Quizá se debía a las pocas horas de sueño que había tenido, o a las que ansiaba tener y por ello soñaba despierta, pero lo que sí era seguro, es que no veía absolutamente nada. A la edad de diez años, fui condenada a pasar el resto de mis días bajo una categoría no muy placentera: "miope", una anomalía que no desaparecería nunca y haría que nunca viese las cosas de la misma manera.

Busqué entre mis cosas y tomé mis anteojos, sí, anteojos, me gusta llamarlos de ésta forma, y los coloqué en su sitio ajustándolos, presionando la parte superior del tabique. Ahora tenía una nitidez a medias en una habitación parcialmente oscura. Limpié los bordes de los cristales con mi camisa de pijama y me los puse nuevamente. Busqué la lámpara y la encendí, ahora la habitación estaba iluminada. Tendí las sábanas, acomodé las almohadas, situé a los peluches y los cojines en su sitio. Me incorporé con la ambición de ser parte de un buen día, uno que empezaría con lentes empañados por el vapor del café. Saboreé la dulzura que le otorgaba el azúcar y el fondo amargo propio de su esencia, me serví otra taza y soplé hasta que se enfriara, evaporando mis cristales de nuevo. He de admitir que aún cuando parece un acto de torpeza, disfruto esos pequeños detalles que sólo pocos han de comprender.

Era a través de mis lentes, o mis anteojos, que podía observar una realidad que parecía más distante. La consideraba tan ajena a mí, pero al mismo tiempo me gustaba pensar que era sólo a través de unos cristales que podía detallarlo todo, como si fuese la espectadora de una película que acontece a mi alrededor, como si la voz en mi cabeza se tratara de un narrador omnisciente, tal y como si la vida transcurriese exactamente igual sin mí en ella.

Mis defectuosos ojos, mi alternativa realidad, de todo ello comprendí que mientras mi anomalía se agravaba, otra dicha crecía. Me convertí en alguien capaz de distinguir en otro tipo de visión, una que me permitía observar más allá de la cotidianidad de todos, de la rutina insoportable.

Mi visión no era apta para la realidad, era arte.