Reflexión sobre la aristocracia intelectual mexicana

in #spanish8 years ago

Todos los días son nuestros. Catalina Aguilar Mastretta. (2016) Ed. Oceano.


He leído, incrédulamente, como espejo de los demonios de mi ignorancia, con remordimiento e irritado a la Srta. Cati M. -de ascendencia poblana-, sorprendido por la carismática estética inmanente de sus textos, el flujo artificial pero embelesante de sus palabras. Hay, en esa clase rancia, añeja, ese sabor de pendanteria grandilocuente que deja un sentido de certeza que es incomodo y, a un punto, grotesco. De ahí que vayan a New York como quien va a un Centro Comercial o a Xochimilco, que su cotidianeidad les parezca un circo divertido y que vivan la agonía del Distrito Federal como vorágine de sus propias carnes en decadencia, con la misma intachable pulcritud con que devoran un guisado francés o recorren las avenidas de Madrid; que hablen con el mismo desenfado de Tiffany que del Metro Balderas y los animales de circo que pueblan sus alegrías y miserias.


Nada me provoca más escozor que la literatura mexicana aristocrática: Reyes, Paz, Fuentes, Mastretta, Loaza, Castellanos, Sabines -la aristocracia intelectual-. Generalísimos hijos de puta de las letras y damas emperi-folladas de buenas costumbres léxicas, linguísticas; llevan en la sangre la cadencia de su alcurnia. No queda nada de la confusión que menciona Cioran, ni la originalidad de Artaud o Rimbaud o Baudelaire o Lautréamont. Amos y dueños de las letras, los aristocratas intelectuales -tan revolucionarios en sus paráfrasis, metáforas y retóricas- refulgen en sus artificios, recetas ancestrales heredadas de bisabuelos, abuelos y padres, como el mismo fuego del infierno. Así arden sus letras agónicas y llenas de los lugares comunes de la banalidad y el tedio de sus desiertas vidas, con decorados abigarrados de coloquialismos y frases populares. Sus guantes blancos, impecables por fuera, llevan el olor a tricomona por dentro, probablemente consecuencia de algún excéntrico que tuvo el desatino de inmiscuirse con algún plebeyo -acaso José Agustín o Parménides García Saldaña-.


Tan joven la Srta. M, huele a la pestilencia de su abuela. Personas como M. no necesitan diccionario, ya las tienen en la punta de la lengua: estulticia, círculos rectos, estética chilanga, disclaimers, greiskol, Wall Mart, disección de la neurosis crónica y la paranoia intelectual… Su basta cultura absorbe, como buena cortesana, el luteranismo, el judaismo y el provincialismo; el arrabal, paracaidismo y el kitsch; la física cuantica, la hermenéutica y la fenomenología aunque poco o nada sepan de Santo Tomas, Husserl o siquiera Einstein. Saben tanto de política aunque por prudencia apenas y lo mencionen y se desenvuelven con tal encanto que dejan su aroma aun sin la mínima intención de hacerlo, lo mismo en un mercado de la Guerrero o el centro del Distrito Federal que en Bosques de Chapultepec o Cuajimalpa. Se trata de ese olor sui generis que tanto disfrutan los perrillos falderos y que requiere del olfato fino y educado.


Cuando pienso en Popper y su filosofìa histórica no puedo dejar de pensar en estos seres privilegiados, en esta clase elegida, en ese fascismo lacónico que no deja luz al espíritu democrático. Por eso no es París sino Madrid, por eso no son Los Ángeles sino Nueva York. Existe un recelo comprensible hacia esas ciudades: la primera por la maldad de la República de Robespierre y la segunda porque, con sus grandes avenidas, es símbolo de las venas abiertas de América, una madre no un útero caliente y plácido donde los sueños de grandeza puedan ser contenidos. Pero no es casualidad su existencia, aun en su orfandad y miseria. ¿Quien no ha ojeado con curiosidad una revista de Hola? ¿O mirado de reojo, y con culpa, una serie de E!? Ellos representan el Páramo de Rulfo, el Manicomio de Parménides, la Tumba de José Agustín. Tras de ellos cobijamos los demonios que nos atosigan en nuestra vulgaridad e intranscendencia. ¿O se equivocaban Platón y Heráclito cuando criticaban un vulgo furioso y ansioso de sus propias decisiones? ¿Acaso no es este mundo la decisión griega, cristiana, protestante? No es casual que sus cadáveres pueblen nuestros sueños y deseos más secretos, que admiremos con fascinación sus discursos llenos de coherencia y congruencia y que, embelesados por su canto de sirena, nos rindamos a sus palabras. El embrujo del Kitsch. ¿Dónde más sino en América? Tampoco es coincidencia sus premios y aplausos. Todo ello producto de su origen grandioso, trascendental aun en su tedio y banalidad, ellos son la fantasía del México violado que busca sus raices en el lenguaje revolucionario de esta clase aristócrata. Así pues, ¡que viva el rey!, aunque haya más nobleza en un indio zapoteca que en estos señores de las letras.

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