El código eficiente: programa de integración fascista
En la mente del fascista todo proceso cultural es un proceso de comunicación. Así, es necesario codificar las formas de subjetividad de la forma más efectiva y disminuyendo al máximo las formas de energía no aprovechadas, una suerte de ecosofía positivista aun en un medio hostil como lo es el capitalismo mundial integrado. El código integrado a la subjetividad deberá de tener el menor número de errores posibles y transmitir la información de la forma más concreta posible. Es decir que un código que contempla a todo proceso cultural como proceso de comunicación debe disminuir al máximo el margen de error y permitir una interpretación coherente y congruente de todo fenómeno subjetivo ya sea individual o colectivo y principalmente individual dado que no todos los vectores de la subjetividad van hacia el individuo sino que este, de alguna forma, permanece objetivo en su subjetividad. El ejemplo de la psicología analítica en la que cada proceso de interpretación es único y no puede ni debe depender de los modelos operativos a los que las leyes semióticas nos obligan. De la misma forma que la subjetividad lanza diversos vectores que no se dirigen necesariamente hacia el individuo, así también la cultura lanza diversos vectores que no se dirigen necesariamente al proceso comunicativo. Lo contrario, es decir la totalidad de vectores de comunicación convergen necesariamente en los procesos culturales.
Pero volviendo a la necesidad de un código que logre reducir el «ruido» al máximo y utilice todos los significantes sin dar margen alguno a la imposibilidad de interpretación. Y no se trata de una crítica burda a la posibilidad de interacción de signos. Damos por sentado que, aun en un sistema ecológico indeterminado, siempre existirá esa semiótica para darle su lugar a los signos y que éstos no logren jamás desterritorializarse y que todo el sistema se vuelva una torre de Babel. Aun así existen ejemplos de interacción de signos aparentemente desterritorializados que al final logran darle el máximo sentido contextual al código como podría ser Altazor o el Viaje en Paracaídas de Vicente Huidobro. Sin embargo también existen otros procesos de comunicación que a pesar de su coherencia lingüística dan lugar precisamente a un ruido impresionante que no está sujeto a una semiótica como una Teoría General de la Cultura. En este caso me refiero por ejemplo a Epístola de los Transeúntes de Cesar Vallejo. El fascista semiótico solo puede recurrir a estos errores como «ruido» cuando obviamente, ecológicamente no solo son significantes sino que existe un significado que ha logrado burlar el código.
En el caso de Altazor, el código es bastante implícito: se trata de una semiótica de la caída, la letras son signos de la caída, aún al final, las letras, son signos de la caída. El significante siempre ha tenido el mismo significado, desde el inicio hasta el final del poema. Los cantos son claros, cristalinos, ni el emisor ni el receptor podrían tener algún problema, ni para definir los significantes ni para darle el significado, desde el inicio hasta el final. Sin embargo, en el caso de Epístola a los Transeúntes, Cesar Vallejo se ha encargado de que los significantes jamás den pista de un significado. En este caso, el emisor ha lanzado un mensaje en un código que obviamente está contaminado completamente por el ruido:
Reanudo mi día de conejo
mi noche de elefante en descanso.
Y, entre mí, digo:
esta es mi inmensidad en bruto, a cántaros
este es mi grato peso,
que me buscará abajo para pájaro
este es mi brazo
que por su cuenta rehusó ser ala,
estas son mis sagradas escrituras,
estos mis alarmados campeñones.
Lúgubre isla me alumbrará continental,
mientras el capitolio se apoye en mi íntimo derrumbe
y la asamblea en lanzas clausure mi desfile.
Pero cuando yo muera
de vida y no de tiempo,
cuando lleguen a dos mis dos maletas,
este ha de ser mi estómago en que cupo mi lámpara en pedazos,
esta aquella cabeza que expió los tormentos del círculo en mis pasos,
estos esos gusanos que el corazón contó por unidades,
este ha de ser mi cuerpo solidario
por el que vela el alma individual; éste ha de ser
mi ombligo en que maté mis piojos natos,
esta mi cosa cosa, mi cosa tremebunda.
En tanto, convulsiva, ásperamente
convalece mi freno,
sufriendo como sufro del lenguaje directo del león;
y, puesto que he existido entre dos potestades de ladrillo,
convalezco yo mismo, sonriendo de mis labios.
Sin embargo el que el ruido sea la máxima expresión del poema no excluye que el receptor haya optado por reorganizar un código en base a sus propias experiencias –individuales y no subjetivas– para lograr darle el significado. Y digo no subjetivas porque cada frase empleada es en sí una referencia objetiva, tácita, al receptor.
Cuando Guattari afirma que los vectores de la subjetividad no se dirigen al individuo necesariamente, pero que lo contrario no es así, es decir que el individuo dirige sus vectores a la subjetividad lo hace porque la referencia primordial de sus afirmaciones es el inconsciente –un lugar desterritorializado, descentralizado, singularizado. En la semiótica no hay lugar para el inconsciente, es más si lo hay debe clasificarse como ruido, como un error de comunicación. De ahí que el experto en semiótica sea necesariamente un fascista que no reconoce que… la ausencia de un agenciamiento de enunciación que proporcione soporte expresivo… da lugar a la angustia, la culpa, la psicopatología. En Vallejo, la culpa, la angustia, brillan de una forma que el código no ha logrado constreñir.
Si todos los procesos culturales son procesos de comunicación y todas las leyes semióticas son modelos operativos de expresión y contenido entonces hay también un modelo de disidencia que no expresa o contiene. Se trata también de un modelo ecológico mental que ha escapado de los regímenes semióticos del Capitalismo Mundial Integrado. Así, la creación de un código que evite estos errores y logre marginalizar al máximo el «ruido» se logra mediante un código que logre engullir cualquier proceso de comunicación plausible, es decir la intercomunicación y la intracomunicación, la de los procesos oníricos, de los procesos arquetípicos, de procesos subjetivados que han sido alimentados por el individuo y el colectivo pero también aquellos procesos culturales que no son comunicativos o que no tienen ese fin sino que obedecen justamente a esa necesidad de escapar de la semiótica. Un código metafísico –y muy a pesar de los semiólogos, pseudocientífico.
El semiólogo es el nuevo analista del sujeto, es el generador de los códigos que logran significar, simbolizar –tal y como lo hace Eco con el comic o con los mass media– el signo pero no para el signo en sí sino para el sujeto que necesita los modelos operativos que le permitan localizarse, territorializarse, significarse y de esta forma el poder capitalista no sucumba a sí mismo o a las amenazas de las singularidades marcadas como «ruido».
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