En particular desde pequeña siempre he sido una persona súper perfeccionista, me gustaba que todo saliera bien, que las cosas marcharan de la manera correcta y me juzgaba duramente cuando eso no pasaba. Recuerdo que en la primaria, sacar la máxima calificación era lo que me hacía sentir valiosa, pensaba que eso era todo, y no importaba estudiar para aprender me importaba estudiar para sacar buenas calificaciones, luego fui a la secundaria y fue lo mismo, tenía que salir bien porque eso me hacía sentir bien, incluso eso me llevo en varias ocasiones a herir a personas de mi grupo de trabajo de clases, porque cuando no hacían algo como yo quería que saliera pensaba y les decía “Si lo fuera hecho yo, iba a quedar mejor”. Y porque te cuento esto, a veces es bueno ser vulnerables, reconocer que tienes fallas y que no eres perfecto; y es que cuando entendí esto, comencé a ver las cosas de otra manera, entendí que el éxito también se construye con fracasos, que el ganar no siempre es lo mejor, porque el perder quizás te enseñe más cosas, me comencé a dar permiso para equivocarme, corregir, aprender y avanzar.    

Cuando una persona, en cualquier etapa de su vida, se autoriza a equivocarse sin emitir un juicio condenatorio y subjetivo de su persona, contribuye ciertamente a su bienestar, y su vez comete menos errores, puesto que su conducta no es inhibida por el terror a fallar. 

NADIE QUE SE SIENTA INDIGNO POR EQUIVOCARSE PUEDE ALCANZAR EL BIENESTAR. 

Es importante entender que ciertamente en la vida quizás muchas veces nos equivocaremos, o fallaremos en la lucha por cumplir nuestros sueños, pero también es necesario entender que esto no puede limitar tu visión sobre lo que quieres alcanzar. 

Fallar o equivocarte ciertamente, es solo una parte del proceso que tienes que pasar para llegar a la meta. Ir tras el propio bienestar implica aceptar, primero, que somos en gran medida responsables de aquellas cosas que nos suceden y, en última instancia, que somos responsables de nuestra propia existencia. Aprender del error implica ver el lado positivo de cada cosa que te sucede, sacar una experiencia de eso, y seguir adelante. 

A medida que el ser humano evoluciona, se enfrenta con situaciones cada vez más difíciles de resolver en lo que tiene que ver con la toma de decisiones y los juicios de valor que le merecen los sucesos.  

Cuando aceptamos esa responsabilidad, estamos asegurando nuestra independencia, en cuanto a ser los agentes activos de aquello que queremos que nos suceda. A la vez, cuando nos negamos a aceptar ese desafío, por temor a fracasar o a equivocarnos, caemos inevitablemente en una situación de dependencia, sobre todo a la hora de encarar esas decisiones que marcan etapas en el transcurso de nuestra vida.