Todo es un reflejo de lo que alguna vez fue...

Todo es un reflejo de lo que alguna vez fue: Desde el nocturno brillo impoluto de las estrellas que alguna vez existieron, hasta las vetustas ocres fotos carcomidas por el tiempo. Todo es un calco, una fotocopia, una reflexión de un “algo”.

El edificio desvencijado de la esquina, tan marchitado por el paso de las décadas, es un crudo recordatorio de lo que fue. Sus rotas ventanas, sus fragmentados cristales colgando de sus marcos; su pintura blancuzca, ennegrecida y caída; y su solemne aura de decadencia le hacían recordar al cansado caminante mejores años, años que quedarán eternamente sumidos atrás, para perderse en la noche de la historia.

¿Alguna vez escuchaste hablar de la entropía? ¿Aquella magnitud física, que, en un extenuante lenguaje técnico, no es nada más que sinónimo del desorden? Aquella estructura era un ejemplo tangible de ella.
El caminante, deambulando confundido y desorientado por los deplorables pasillos, podía percibir como el abandono y la cruda naturaleza guerrera del hombre habían corrompido cada parte de la casa. Piso a piso y habitación a habitación. Entropía pura manifestándose a una gran escala.

En las décadas posteriores al declive, a él solían (y siguen) llamarlo Gabriel, un nombre de carácter divino, herencia de devotos padres cristianos. Cada parte de esa enana edificación le susurraba su nombre, en forma de recuerdos, diminutos espejismos de la vida que alguna vez vivió. Reflejos.

Desde el primer hasta el segundo piso, todo estaba espolvoreado con la adictiva sustancia. Recuerdos por todas partes. Fácil hubiera sido para él haber cerrado los ojos y dejar caerse en un largo letargo, pero resistió a su impulso y decidió seguir adelante con su meta, con el objetivo por el cual había acudido a su viejo hogar.

(Fin de la parte 1)