Fer

Fatal no es el momento en que se vive la fatalidad. Lo desagradable de cualquier situación pesada no es la propia situación, sino el tiempo que uno emplea a continuación dándole vueltas y más vueltas. Es decir, si tras pasar por un mal capítulo de tu vida, o incluso por uno que fácilmente el escritor podía haber obviado, cuanto más inviertes tu tiempo y salud mental en tratar de revertir aquella situación del pasado, más dañino llega a ser su efecto.

Es esta una de las teorías de Ceferino, un hábil pescadero de un barrio aislado en una decadencia miserable que ve pasar, no que vive, las últimas décadas de una muy corta existencia. Entre venta y venta trabaja su mente en otra historia con la que llenar las bolsas de plástico blanco de sus clientes: primero las vive, después las narra y unos días después pelea consigo mismo para borrarlas por completo, evitando así empaquetar de nuevo el mismo pedazo de tiempo que ya ha ofrecido a algunos de sus clientes.

Roto tras cada una de sus pestilentes jornadas en ese antro de mala muerte pasea Fer, como le llaman sus clientas, con los brazos haciendo movimientos que se asemejarían a los de un péndulo y aparentemente pensativo hacia donde luchará por camuflar su hedor con tinto corriente. Ha sustituido en los últimos tiempos al Ribera, que a su vez se había apropiado con el paso de los años del lugar del brandy. Vaso tras vaso.