Sleeping Lucy, Enigma Para La Ciencia

in #spanish5 years ago

Antes de que Edgar Cayce, se hiciera famoso por sus fantásticas curaciones, que realizaba estando dormido, existió una dama conocida desde niña con el nombre de Sleeping Lucy (Lucy la durmiente), que a fines de siglo realizaba portentosas curaciones en la población de North Cambridge, Massachusetts. Al morir llevaba cincuenta y tres años
practicando la única forma de medicina que conocía.

Poseía Extraños Poderes

Lucy Ainsworth nació en 1819 en Calais, en el estado norteamericano de Vermont, famoso por sus poblaciones con nombres originarios de Francia.

Tenía catorce años cuando un día descubrió por casualidad sus extraños poderes. Un vecino, Nathan Barnes, había perdido un valioso reloj de oro que estimaba enormemente, y toda la familia lo buscó sin éxito por toda la casa. La señora Barnes, estando una tarde en casa de los Ainsworth, les informó de la terrible pérdida, que tenía a su esposo tan afligido.

Cuando la buena señora se despidió y regresó a su casa, Lucy se retiró a un rincón de la sala, tomó asiento en un sofá, y sin darse cuenta se quedó dormida. A la hora de comer se levantó bruscamente. Su madre y sus dos hermanos se habían sentado a la mesa y esperaban pacientemente que Lucy despertara para acompañarlos. La muchacha se acercó despacio, caminando como sonámbula, y sin ningún preámbulo, declaro:

-El reloj del señor Barnes cayó de su bolsillo mientras dormía en la hamaca, bajo el peral. Díganle que lo busque ahí.

Así lo dijo Lucy, y la noticia se conoció en el pueblo sin tardanza. Después de esto, localizó otros objetos perdidos, y no tardó en ser conocida como Sleeping Lucy, porque cada vez que caía dormida decía algo en sueños que no podía recordar más tarde.

Realiza Difíciles Curaciones

Lucy se casó muy joven con un granjero vecino llamado Cooke, quien, en unión de Luther y George, hermanos de ella, dirigieron sus actividades en lo sucesivo.

La recién casada carecía de educación, y nada sabía de medicina, y sin embargo no tardó en recetar, diagnosticar e incluso componer huesos fracturados estando en trance. Desde muy lejos venían personas enfermas a consultarla, y regresaban entusiasmadas por los aciertos de la "doctora Cooke". Decían que curaba los huesos rotos o los miembros dislocados sin causar molestias ni dolores, y sin recurrir a la anestesia.

Un día le trajeron un niño de once años que al caer de un árbol se quebró la pierna derecha por encima del tobillo y se dislocó el hombro al mismo tiempo. El niño fue tratado por el médico de su pueblo, que era Montpelier, pero sufría tales dolores que no podía dormir. Además, tenía fiebre muy alta. A pesar de lo duro del viaje, los padres del niño lo llevaron en tren hasta la granja de Lucy.

El niño fue acostado sobre un diván, a un lado de la "doctora", que entro en trance sin tardar mucho. En primer lugar, describió con todo detalle los problemas que aquejaban al niño. Después ordenó que prepararan una receta para bajar la fiebre. Y en trance todavía, se levantó de su sillón y se acercó al niño que sufría. Tocó con suavidad el brazo lastimado y bajo la mano despacio, hasta el tobillo. Sin dudarlo un instante, acomodó la parte fracturada, y la vendó después. El niño ni siquiera se enteró. Sólo suspiro profundamente, y se durmió por primera vez en una semana.

Era Una Autoridad Médica

Cuando entraba en trance, Lucy cambiaba por completo. A veces procedía de modo contrario a lo diagnosticado por otros doctores, y recetaba un tratamiento que a veces se anticipaba a su tiempo.

A la muerte de su esposo, Lucy se casó con Everett W. Radkin, de la localidad de Danvers, Mass. El propio esposo se encargaba de inducirla al trance, que al paso de los años se hacía más difícil. Al mismo tiempo, con objeto de atender más eficazmente a la clientela, estableció su propio laboratorio, donde unos empleados preparaban a todas horas las recetas especificadas.

Sleeping Lucy practicó la medicina durante veinte años en Montpelier, y otros doce en Boston. Los últimos años de su vida los paso en North Cambridge, y a su domicilio acudían a diario pacientes de toda la Nueva Inglaterra, en busca de alivio para sus males. Y esa extraña mujer, cuya ciencia no ha podido ser explicada ni emulada, nunca los defraudaba.
Al igual que Edgar Cayce, que vendría después, Lucy parecía hallar su saber en alguna fuente que no comprendía ni podía controlar.

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