Castropetre
Me considero Pedagoga aunque no soy licenciada en Pedagogía, porque consideró al pedagogo no tanto al investigador de los procedimientos didácticos y condiciones para el óptimo desarrollo de la enseñanza sino que lo considero más bien desde el punto de vista etimológico: en griego “Paidos” significa “niño” y el verbo “agein” significa “llevar, conducir”, que es lo que yo he hecho durante toda mi vida hasta que me jubilé hace 23 años.
Recuerdo el entusiasmo con el que me preparaba para ejercer en mis primeras escuelas en pueblos pequeños y apartados de la provincia de León. Repasaba con fruición los apuntes y libros que había aprendido en la Escuela Normal de Magisterio, la Pedagogía de Pestalozzi que me había tenido que aprender de memoria en la carrera, creyendo ingenuamente que tanta teoría sería lo fundamental en el ejercicio del magisterio. Hoy voy a recordar y describir someramente uno demás primeros pasos profesionales en uno de los primeros pueblos en los que fui “La Señora Maestra”, entonces así se nos trataba tanto por el Presidente del pueblo como por los vecinos, padres de los que iban a ser los alumnos.
Para llegar al pueblo, mi padre, también Maestro Nacional, me dijo que me acompañaría hasta llegar al pueblo. Yo creía que sería autosuficiente para llegar, pero él no me dejó ir sola la primera vez recordando que a su primer pueblo en el que ejerció el Magisterio fue Bulnes, perteneciente al concejo de Cabrales y el primer día, quiso llegar andando por un sendero, pero se perdió el sendero en el bosque de matojos y tuvo que volver hacia el pueblo del que había partido y esperar a que un hombre del pueblo llegara con un caballo porque los últimos tramos de la montaña antes de llegar a Bulnes ni siquiera había sendero. Algo muy parecido me ocurrió a mí en la llegada a Castropetre. Entonces las maletas no tenían ruedas y llevaba la maleta con todo lo necesario a un pueblo perdido en las montañas sin caminos ni carreteras, tenía que llegar con mi padre a la estación de tren más cercana Rubiana, en la provincia de Orense, y desde allí “a campo a través, a rompemonte, unas veces por senderos de cabras y otros tramos sin senderos entre los matojos, tenía que pasar a los montes de León. Mi padre con gran pesar se quedó en la estación esperando al próximo tren de vuelta. Decidió volver a casa porque una muchacha de Castropetre me estaba esperando en la estación de Rubiana. Castropetre se encuentra muy cerca de la raya de las dos provincias. Quedé algo más tranquila pues la muchacha me aseguró que tenía cobijo en alguna casa del pueblo.
La muchacha estaba esperándome para guiarme por los senderos del monte porque sabían en el pueblo que por mi cuenta hubiera sido imposible llegar y hubiera quedado perdida por los montes de lobos. Pero la maleta era imposible llevarla. Así que le dije al responsable de la estación mis dificultades y accedió a guardar allí la maleta muy pesada por cierto, hasta que alguien con un caballo me la subiera por las cumbres al pueblo.
La caminata se me hacía eterna. No conté las horas del camino pero empleamos toda la tarde andando. Por aquellos andurriales no puedo calcular los kilómetros.
Lo que había sido el mayor sueño profesional con los niños y niñas de mis futuras escuelas cuan do estudiaba la carrera, se modificaba, pero la juventud, divino tesoro, hizo que no me arredrara y siguiera adelante, pues en algún momento me asusté de lo que me esperaba. Me topé con la realidad. Mi padre tenía razón. Me hubiera sido imposible llegar al pueblo. Con este panorama llegamos al pueblo y salieron de sus casas cuatro niños que me esperaban con una ilusión tremenda. Nos recibió uno de los vecinos que era la máxima autoridad del pueblo, el Presidente, que por cierto ya tenía concertada una patrona donde me hospedaría. A donde quiero llegar con este post, antes de redactar el siguiente, es que para mi sorpresa, no veía más niños que los cuatro que me estaban esperando. Pero eso lo dejaré ya para el siguiente post pues, la verdad sea dicha estoy un poco cansada. Son los huesos los que duelen, sobre todo los de las piernas y los de la cadera. pero no vamos a quejarnos sino a seguir redactando lo más significativo de mi vida profesional docente.
Recuerdo los malos tragos que pasé aquellos primeros cinco días en el pueblo, pues no tenía nada más que lo puesto hasta que por fin me llegó la maleta y, hoy parece mentira, apenas nada que comer. Corría la mitad del siglo XX y aquellos trances parecerían de la prehistoria.
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Fotos tomadas de Google maps y de https://www.verpueblos.com/castilla+y+leon/leon/castropetre/