Relato - La Naturaleza de los Dioses

 Yo condené a los Dioses por su falta de respeto a la naturaleza de la vida y la muerte, alcé la mirada desde el inframundo para promulgar el odio que todos debieran tener a la inmortalidad.
 

Yo, Tánatos me hallo hoy ante la primera roca del monte Olimpo, preparándome definitivamente para asestar mi golpe mortal a todo aquel que ha estado riéndose de mi ley desde los cielos, a todo aquel cretino que crea que la mortalidad no es algo digno de una divinidad.
 

¡Quiero que el peso del sueño eterno caiga sobre ellos!

¡Que no puedan resistir el fin que todo ser debe tener!

¡Que su voluntad no sea suficiente para resistir mi ley absoluta! 

 Juro que aunque mi piel se desgarre, mi corazón no lata y mi carne se pudra, caiga las veces que caiga, llegaré a la cima y les haré ver que no están a salvo de la justicia. Sólo saben mirar por encima del hombro, pero cuando se den cuenta de que todo va a cambiar, no escucharé sus súplicas al igual que ellos no escuchan las de sus hijos. 

 He escalado durante siete lunas y he llegado a la cima de los decadentes interrumpiendo una de sus fiestas para beodos. Soy capaz de mirarles por primera vez a la cara y siento como tiemblan ante mi presencia, tiemblan ante mi espada desnuda mientras mi paso incansable acorta distancias con Zeus, un supuesto gran dios al que ahora le titubean las palabras mientras fija su mirada asustadiza en mis ojos, inmóvil, sólo puede romper la copa en su mano en un gesto de dolor, derramando vino mientras yo atravieso su corazón con mi filo, derramando sangre.  
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Una vez más es día de celebración en el monte Olimpo, una semana llena de los placeres de Dioniso. Ni siquiera el poderoso Ares puede resistir balancearse de un lado al otro mientras llena jarras de vino una tras otra sin intención de parar hasta que sus piernas cedan. Despreocupados, los dioses se dedican a bailar, fornicar y beber en una fiesta que ni ellos mismos saben ya porqué empezaron. La música no consigue esconder los gemidos de placer, que hacen eco en todo el cielo y las risas de Heracles podrían oírse desde el inframundo. 

 El estruendo es tal que nadie se da cuenta de la llegada inesperada de uno de los de su raza. Sólo cuando se alza por completo, con su imponente estatura, los dioses empiezan a poner sus ojos sobre él, incrédulos. Tánatos, el indeseable, está andando hacia Zeus, que en ese momento habla con Hermes ajeno a que a sus espaldas, un dios está desenvainando su espada, haciendo que la música deje de sonar y todos dejen lo que estaban haciendo para temblar ante su presencia. Ares se decide a ir a por él, pero cae a pocos pasos del barril, víctima de su ebriedad. Heracles se enfurece al ver al intruso y le apunta con su arco, preparado para hundir una flecha en su cabeza, pero sus ojos coinciden un momento y queda inmóvil ante la sensación palpable del pesar que a Tánatos le ha estado corroyendo cual ácido durante milenios. La muerte está a simples pasos de Zeus que sólo logra girarse para darse cuenta de su error, el error de dejar vivir al hijo de Nix. Y por éste mismo error, el dios de dioses solo es capaz de titubear mientras maldice su nombre justo antes de sentir el dolor atravesando su pecho y ver cómo su sangre pinta el filo oxidado de su ejecutor. 

 Su cuerpo se debilita hasta caer de rodillas mientras lentamente se desvanece para siempre ante todos los de su clase. 

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Espero que éste relato en dos puntos de vista distintos sobre el mismo momento, haya sido de vuestro agrado, el dibujo es cortesía de mi amigo Ángel Sanchez. Sobre todo tengo fe en que la espera por el relato os haya merecido la pena (si es que es el caso de que hubiera alguien impaciente).

En fin, no dudéis en comentar por aquí abajo y nos vemos la próxima semana :) ~ SAW