BUSCANDO UNA INSPIRACIÓN

in #spanish6 years ago

Hola queridos amigos Hispanos, les presento en esta nueva ocasión mi nuevo relato.

FUENTE DE LA IMAGEN

Miraba por la ventana de su choza mientras sostenía una taza de té humeante. Contemplaba las colinas cubiertas de neblina espesa. Un poncho de lana apretada lo protegía del frio de la madrugada. Pensaba en el camino que recorrería esa mañana, en su búsqueda de una inspiración. Tenía miles de imágenes de donde escoger, toda una sinfonía de notas naturales a su alrededor. Cada árbol, cada bestia, cada paraje, le ofrecía un verso infinito; pero él buscaba algo particular. Una pieza de belleza de aquel lugar montañoso.

—¡So, Nacho, so! —le dice el hombre a su asno acomodándole la silla.

El pequeño burro parece haber hecho cientos de viajes durante su vida, aunque aún es un animal joven. El frio parece no tener poder en él. Fiel a su labor es el más confiable de los transportes que se puede hallar en aquellos apartados rincones. Casi se podría decir que es el único disponible. De hecho no hay otro en muchos kilómetros alrededor. Su dueño lo apareja con paciencia, es un ritual que ambos conocen bien.

Envuelve un pedazo de queso en papel encerado y lo guarda en el bolsillo del pantalón, se ajusta a la cintura una cantimplora con lo que quedó del té y monta al peludo Nacho para recorrer el sendero trillado de las ovejas. Observa todo a su alrededor, buscando e imaginando encontrar lo que desea. El paso lento de Nacho le permite ver hasta los montones de arena escondidos en la hierba, las murallas de entrada a los hormigueros.

Unos minutos transcurridos y encuentra una charca a orilla del sendero trillado. Llama su atención el reflejo de las nubes grises en el agua, son como haces de arcoíris. ¿De dónde salen los colores? ¿Qué los hace bailar sobre el agua? El viajero desmonta y se sienta al lado de la charca. << ¿Podría ser esta mi inspiración? >> —se pregunta. Y aunque la charca se ve bellamente adornada, no consigue aquí esa chispa que busca, esa imagen que haga hervir sus emociones. Solo es una bonita charca, con un extraño fenómeno óptico y nada más.

—Parecía prometedor mi compañero —dice el hombre al burro montándose de nuevo en él.

Retoma el sendero trillado y decide marcar rumbo hacia el bosque de almendrones. Quizá allí encuentre esa imagen natural que busca, cargada de vida y sentimientos. Tiene un don para los colores, los percibe como aromas y sabores. Por eso los combina delicadamente como si de un plato suculento se trata. Piensa que su combinación perfecta debe estar viva, por eso se concentra ahora en la fauna.

Justo frente a él, un gran almendrón, maltratado por el tiempo; con una mitad seca y la otra florida. Como sacado de un cuento parece una balanza; en un platillo pesa verdes hojas y hermosas flores, igualados por ramas horribles y muertas en el otro. En el centro del tronco un viejo hueco sirve de hogar a una pareja de potrones. Un trino insistente sale del árbol, es la cría que reclama su alimento. Sus padres han volado con los demás potrones en busca de insectos.

Con sus plumones blancos, propios de su tierna edad, y su pico de terciopelo; adorna al almendrón de una manera única. << ¿Será esto lo que busco? >> —se pregunta a sí mismo el viajero, ahora intruso al acercarse al nido. Da un vistazo rápido al aire, pues no quiere ser sorprendido por los padres del pichón. Suelen ser muy severos con los curiosos y sobreprotectores con sus crías. El ave lo mira y cree que va a ser alimentado. El hombre sonríe y reconoce que muy pocas veces ha tenido este encuentro en su vida.

El contraste de la muerte que toca al árbol y la vida que comienza en él parecen ideal, justo lo que busca. Pero ¿acaso este casual encuentro, este fortuito hallazgo, define bien los sabores de aquel lugar? ¿Cómo puede el trino de un pájaro evocar la sensación de frio del ambiente? ¿Cómo puede un árbol medio muerto representar a montañas llenas de vida?

—No amigo Nacho, es bello, pero no es lo que busco —espetó el hombre.

Decidió ahora seguir su camino hacia el arroyo en las faldas de las montañas. Allí suelen darse cita temprana algunos de los majestuosos habitantes del campo. Al llegar, un suave sonido de chorrillos endulza el aire. El hombre deja al asno atado a un tronco y camina un poco para observar con cautela más allá donde hay unas grandes rocas.

El viento en su contra le permite ocultar su propio olor y no ser detectado por uno de los majestuosos que usa el arroyo como bebedero. Cuenta con cuidado las once puntas de la cornamenta del ciervo de montaña. El pelaje grisáceo con motas pardas le es el camuflaje perfecto entre los tonos oscuros de la mañana bañada por la neblina.

Hunde sus delgadas patas en el barro suave de la orilla, dejando evidencia de su estadía. Parece frágil al inclinarse para beber, inocente ante el peligro. Pero lo cierto es que goza de gran fuerza, de un olfato increíble y oídos muy atentos. No se llega a tener una cornamenta de ese tamaño por ser el más débil.

<< ¿Será esto lo que busco? >> —se pregunta el viajero, pero no termina de responderse cuando un cambio en el viento lo delata y el majestuoso hace gala de su habilidad para escapar.

<< ¿Cómo puede deleitar una escena tan efímera? ¿Qué belleza hay en lo fugaz? ¿Cómo saborear bien lo que no se prueba en detalle? >> —pensó el hombre decepcionado y, sentándose en el suelo, sacó el queso de su bolsillo para darle un mordisco; luego bebió un trago de su cantimplora para calmar el frio.

Nacho lo esperaba paciente, casi dormido, acostumbrado a la soledad que muchas veces lo acompañaba cuando su dueño exploraba a pie el campo.

—Casi lo logro Nacho, pero en el arroyo el viento cambia mucho su dirección —indicó el hombre —y agregó—: tendremos que ir donde hay campos más llanos.

Partieron entonces de allí y luego de una larga y lenta caminata llegaron cerca de los rediles de ovejas. La mañana seguía siendo fría, las nubes grises aún dominaban el cielo pero era poca la neblina que cubría ahora el campo. En los rediles la hierba era más baja y montones de flores silvestres adornaban como alfombra el camino. A Nacho le gustaban mucho esas flores, solía detener el paseo por ponerse a comerlas. Su dueño lo dejaba hacerlo, pues a él le gustaban las flores también pero solo para contemplarlas.

En una antigua cerca de palos, no muy lejos del camino, revoloteaba una mariposa. Buscaba libar el néctar de algunas flores silvestres que salían como retoños de la madera del viejo cercado. ¡Cuántos colores!, que combinación de aromas. Esta parecía ser la imagen perfecta. Con chispa de vida, con brillante delicadeza.

—¿Será esta Nacho? —preguntó el hombre a su burro. El asno se limitaba a comer de las flores.

—Pero falta algo, no sé qué —agregó inseguro. Fue entonces que se fijó que no estaban las montañas.

Entonces no estaba completo el cuadro. Un campo llano no era lo que buscaba. Estaban los colores de las flores, la vivaz mariposa, la cerca vieja. Pero sin las montañas carecía de un importante sabor. Quizá no encontraría hoy lo que buscaba. Había miles de imágenes naturales para escoger, pero él buscaba una en particular. No era esta.

—Vamos amigo, regresemos a casa —dijo dándose por vencido. Arrancó un bulto de flores y pasto para dar al asno más tarde como forraje y retomó el camino trillado rumbo a su casa.

Al llegar ató al burro a su propia cerca, a un lado de su choza. Lo despojó de la silla y le sirvió agua y las flores y el pasto que trajo del campo llano. Nacho devoró con felicidad aquel alimento. Si bien lo largo del viaje había agotado al hombre, al asno parece no haberle afectado; se le notaba lleno de vida, saboreando sus flores.

El viajero estaba decaído, se sentó en el suelo a contemplar como el asno comía. Pensaba en el fracaso de su viaje, en que no había encontrado una imagen que plasmar con sus oleos. Fue entonces que una idea entro de golpe en su mente.

El pelaje oscuro del animal comenzaba a hacerse más claro y brillante a medida que salía el Sol. << ¿Será esta la imagen que busco? >> Se pregunta el hombre y dando unos pasos atrás echa una mirada al burro recostado en la cerca mascando pasto. Parece una postal de ensueño, sobre todo por la choza vieja de barro y paja que decora el fondo montañoso. Las flores del forraje agregan el toque de color que falta.

—¡Tú eres mi cuadro Nacho! —gritó con alegría y se tomó unos minutos para hacer un boceto en su mente. Tenía al fin el tema para su obra, algo que plasmar, la imagen bella que buscaba. Siempre estuvo allí, pero tuvo que hacer un largo viaje para darse cuenta. Quedó una obra hermosa, plasmaba todo los sentimientos y sensaciones que aquel lugar evocaban. Un óleo hermoso, bien logrado, como todo lo que se hace con pasión y empeño.

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Muy buen cuento... Sirve para distraerse un rato

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