Café con papelón.

Estoy aquí entre la ciudad de concreto, en la jornada de trabajo cotidiana. Pinturas, hierros, varillas, todos mis elementos preparados para iniciar la batalla. Pero cada mañana el café me trae el recuerdo de mi hogar y aquella estancia de la casa, los pasillos y los cuartos que mi abuela alquilaba a los turistas que disfrutaban de sus días en mi pueblo.

El café de mi abuela tenía un toque dulce de canela, papelón que le acentuaba un sabor sin igual, sigo preparando aquel café con la bolsita de colar, aunque la nueva cafetera parece que me hablara con las luces que no dejan de titilar, me niego a abandonar el sabor casero que me atrapa.

Sé que debo salir a trabajar, eso la sonrisa no me amarga, planifico pasar con la familia un pronto reencuentro en la playa de mis añoranzas, eso me mantiene despierto, me impulsa a trabajar con más y más ganas. Tengo el firme sentimiento que todo mejorará mañana, esta tierra tiene esperanzas, tengo las ganas de regresar a mi pueblo, a la plaza donde enamoraba a las muchachas.

Al terminar mi café, inicia la nueva actividad de este día que se engalana, quizá mañana me remonte en el pensamiento a una caminata por la Caracola dónde el sol me acariciaba. Se queda el dulce sabor al papelón que me lleva con fe a la jornada.

Me despido dándole las gracias por aceptarme como uno de ustedes y esto es solo un abre boca de tantas cosas y anécdotas que les pudiera contar de mis días, hay quien dice que si me pusiera a contar mi vida pudiera escribir un libro que tengo más historias que condorito, jejeje….

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