LA OBRA DE JOAN MIRÓ.
En 1917 inicia su obra pintando retratos y paisajes de sus alrededores y en 1918 viaja a París e inicia su amistad con Picasso.
Miró introdujo las palabras en el color de sus sueños en su obra la pintura y la poesía son inseparables por una lúcida y siempre fresca comprensión y proyección del hombre, de sus fantasmas y su fantasía, aveces trágico otras, plenos de humor, una obra llena de vida, alegrías y sueños.
Esa es quizás la clave para entender la trascendencia de la obra de Miró: la vida misma, el juego de la vida, con todas sus razones y sinrazones, planteado en una metamorfosis nítida de signos ajustados al azar a la necesidad.
Una obra fresca y coherente, el cual no es fácil traducir los poemas de su vida. Lineas tras lineas, hay algo que va quedando en el original y que no pertenece sino a él.
Ese sabor del idioma, de la construcción, resultado de una de las tantas alternativas del juego con las palabras.
Un hombre sencillo y atento, de volcánicos poros donde revolotean extraños insectos de alas multicolores.
El que Miró emplee una gama de colores que, a primera vista, al enumerarlos, parece lo que un europeo calificaría de elemental, pero que por funcionamiento de sus relaciones responde al registro exótico, pero a un eje cromático, es un perfecto paralelo del que escogió basándose en la comparación de los colores en dos idiomas diversos, como el ingles y el galés.
El artista muere en 1993 a los 90 años, en Palma de Mallorca junto a toda su familia.
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