Zona 42 - Rescate Aéreo

Castillo se acerca y me dice que se aproxima un helicóptero de transporte para evacuar al personal herido y todos los sobrevivientes. Inmediatamente me deja como médico a cargo y se dirige con la tropa activa para inspeccionar el funcionamiento de las unidades que recibieron poco o moderado impacto, recoger las armas y municiones disponibles al mismo tiempo que resguardar el perímetro.

Estaba exhausto, lleno de sudor, arena y grasa de carrocería. Me retiré el casco un momento para refrescarme la cabeza cuando al mirar detalladamente pude darme cuenta de la escena fatal que ocurrió ese instante. Tragué grueso al ver con profunda tristeza y rabia al frente de mí, el cuerpo yaciente de Toledo. Puse mi rodilla derecha en el suelo mientras inclinaba mi tronco para acercarme lentamente y cerrar sus ojos, luego apreté fuertemente su mano y le quité su insignia distintiva para decirle con dureza mientras un mar intentaba salir de mis ojos “No debió pasar así amigo mío”.

El sonido estruendoso y esperanzador de dos helicópteros de transporte a medida que se hacía cercano batía con fuerza para dispersar la arena. Una vez aterrizó un grupo especializado de traslado aeromédico descargó una camilla de transporte y de inmediato se puso en marcha el dispositivo al campamento médico.

El sonido de las hélices batiendo y los cascos especializados con radiocomunicador cambiaron radicalmente el escenario que hacía momentos vivimos. Pinto y Castillo solo veían por la puerta paralizados del recuerdo, hasta que este último reaccionó y con el gesto del pulgar indicó al piloto tomar ascenso. Mientras daba la vuelta, sentí un alivio en mi tan fuerte que dejé caer mi cuello hacia atrás mientras el equipo de rescate se encargaba de los heridos.