El comienzo

Todo empezó muy rápido, fue una sensación divergente entre la complicidad de una emoción y el frío inquietante de la sala. Es como un sueño donde a pesar que se haga realidad termina con algunos peros como retos. Mi sueño: Ser cirujano, mis peros: Toda la responsabilidad que involucra el tocar el cuerpo de otra persona y “curarla” … Suena difícil, y lo es. Pero aún sigo sentado esperando que el equipo realice las acciones pertinentes para preparar el paciente y que luego todas las miradas se dirijan a mí: “el cirujano”. La seguridad del procedimiento en mi mente es fiel, mis manos están afiladas y mi mirada perdida en la espera, cuando una dulce voz me saca del frío lugar donde estoy y me pregunta: ¿Qué se siente operar Doctor Maizo? Me quedé por un momento viendo la cara de esa joven enfermera… Ahí sentada en esa silla endeble.

Luego respondí:

• ¿Qué se siente operar? Es decir... ¡Estás ahí nada más y menos que abriendo el cuerpo de esa persona! ¿Qué se siente? – Repetía como tonto, pues me parecía tan Inefable.

Me sorprendió tanto el simple hecho de que nunca me lo habían preguntado, que me perdí por unos segundos y luego reaccioné. Quería expresar tantas cosas y al mismo tiempo decirlas de una manera correcta y ordenada que todo simplemente fluyo, y le dije...

• Desde aquel momento en que me estoy lavando las manos minuciosamente, luego entro al quirófano y sin tocar absolutamente nada me pasan un paño para secarme; solo pienso en repasar mentalmente el procedimiento y técnica de la cirugía, es como un "flashback" de todo aquello que sé que haré una vez empiece.

• Luego de eso el paciente es preparado y me encargo junto a mi ayudante de cubrirlo con sábanas estériles muy metódicamente para evitar contaminarnos, y una vez toda la mesa y el personal esté preparado: "las luces están enfocadas en mis manos", cualquier duda o temor que tenga se magnificará unas 100 veces y todos lo verán; así que debo tomar el bisturí como un lápiz y empezar con firmeza y seguridad, ¡tengo que creer en mí y simplemente hacer lo que se hacer!, respirar con calma y hablar con fuerza cada vez que pido un instrumento o le dé una instrucción a mis ayudantes, no debo vacilar pero tengo que escuchar sugerencias y establecer prioridades.

Seguía hablando y mi corazón palpitaba enredado entre mi lengua:

• Los pasos de cualquier cirugía están escritos en cientos de libros, pero cada persona es tan única y particular que muchas veces debemos ser capaces de improvisar y analizar situaciones difíciles, incluso diseñar nuevos métodos adaptados a las condiciones precarias de un quirófano con escasos recursos. Puedo reír, cantar, gritar, pensar o dialogar en una cirugía, cada momento tiene sus espacios si los sabes administrar, no podemos tratar a la ligera el caso más simple, pero tampoco somos máquinas y debemos inyectarnos una dosis de emoción.

Cuando finalizaba estas palabras notaba que sus ojos se empañaban de alegría y emoción y aunque no veía sus labios escondidos detrás del tapabocas, sabía que escondía una sonrisa.

• Pero... si me preguntas a mi ¿Qué siento? Te diría que en ese preciso instante un interruptor se prende en mi cerebro y una increíble emoción colapsa mis manos, así como si quisieran descubrir al malhechor oculto debajo de esa piel herida y ponerlo bajo arresto con toda la clase de materiales que nos podamos imaginar... Sientes como una capa de superhéroe se anuda en tu cuello y las cámaras te enfocan, porque simplemente eres el protagonista de esa película.

El desenlace

Cuando finalicé aquellas palabras llenas de ego tuve que pararme como dramaturgo en acción. Estaba tan contento con mi respuesta que juró que ella notó mi emoción de niño con juguete. Terminaba de acomodarme al pararme de aquella silla que escuche al fondo de una sala: “¡Dr. Maizo, su paciente está listo!” y giré la mirada.

Los campos quirúrgicos estaban listos y la mesa de operaciones en su sitio, había sucedido tan rápido que decidí apresurarme mientras pensaba todo lo que había comentado. Me encontré al equipo preparado en su sitio y antes de proceder: con el dedo índice cubierto de mi guante dibujé sobre el delicado lienzo de la piel de aquella dama fracturada el sitio donde iba a comenzar a operar.

Hubo un segundo donde mi mente cambió e inmediatamente como interruptor de corriente pedí el bisturí para transformarse en “cirujano”. No dejé espacio para la duda, pues no lo acostumbraba durante las cirugías, pero si noté con más frecuencia los signos vitales de la paciente en el monitor, estaba sudando a pesar de estar a menos de 10º y hablaba menos pensando el complejo caso de una fractura casi fatal; a veces el silencio mientras operábamos era tan intenso que podía escuchar la respiración de cada persona ahí dentro, de cómo chocaba el aire en su cubre-bocas y como mis ayudantes respondían ante cada movimiento que hacía, tenían que ser rápidos y lo fueron.

El final

Una vez que finalicé la cirugía y una vez que pude ver aquella fractura de tibia casi mortal estable, todo el equipo estuvo satisfecho y contento con el grandioso trabajo. Estaba tan agotado luego de 6 horas incesantes de labor en pie, de martillazos, sierra, sutura y tirones que sentía mil aplanadoras en mi espalda. Con los guantes aun sangrando y un suspiro al sentarme pude ver a través de la ventanilla cerrada de forma hermética del quirófano como empezaba el atardecer mientras una lluvia en pleno verano refrescaba las sedientas plantas de afuera. Podría jurar que sentí el preticor de aquella llovizna que me sacó de mi mente y me llevó a los recuerdos de mi infancia para dibujarme una sonrisa en la cara.

...

Allí sentado… Allí cansado… Allí con una sonrisa calurosa en la sala fría de un quirófano.

Mientras mis ojos se cerraban se abría otra ventana: Aquella de marcos oxidados en el blanco tinte desgastado por los años, donde la madera de pino enarbolaba recuerdos de una escalera estrecha en un patio de flores y un jarrón chino que mi madre decoraba cada cierto tiempo, no recuerdo sus cortinas, pero si sus paisajes... Y ese aroma de lluvia cuando toca la tierra.