Itinerario de un viaje lector, parte 3

De nuevo junto a Miller podemos afirmar que “a medida que vamos entrando en años, la fantasía y la imaginación van siendo cada vez más raras. Damos vueltas y vueltas en un sendero de noria que se vuelve más y más monótono.
La mente se embota tanto que se requiere un libro realmente extraordinario para sacarnos de nuestro estado de indiferencia o apatía.”

La lecturas del presente consisten casi todas en deudas pendientes: Thoreau, Dickens, alguna novela erótica del siglo XVII, pero no cabe duda que cada vez es más difícil sumergirse en ese estado tan habitual del joven lector de la lectura alienante, que borra todo resquicio del mundo exterior.

Quizás por ello resulta aún más extraordinaria la significación que la narrativa de Roberto Bolaño ha cobrado en el presente. Eso acotando que como lectura reciente aún no es posible ubicarla de modo veraz en el mapa de lecturas vitales, ya que es el tiempo el que coloca las cosas en su lugar verdadero dentro de una existencia.

Pero ya centrándonos en esta reciente pasión, podríamos definir la literatura de Roberto Bolaño como una máquina trituradora donde su muele la vida propia y la de los otros. Tal y como lo sería en su momento la narrativa de Henry Miller, su combinatoria de la vida personal con la literatura revelará, tal y como afirma Juan Villoro, no un interés por la literatura confesional sino por la autofabulación, es decir, la conversión de su historia particular en material para la máquina literaria.

También podemos definir esta narrativa como una escritura del hambre, de la sed, por el desamparo esencial que se revela en cada uno de sus personajes. Sus textos entregan al lector palabras y silencios, situaciones y pinceladas vitales que, sin embargo, dejan intacto el enigma de la existencia, y así como te dan una verdad, te ofrecen simultáneamente un enigma o varios. Como bien lo va a señalar Jorge Volpi, esta narrativa se va extender como pólvora por las jóvenes masas lectoras de habla hispana, por algo lo designará como una epidemia,

y se apuntará de igual forma en la presentación del libro Bolaño salvaje (2008) que Bolaño es acaso el narrador más influyente de América latina hoy en día, el único que compite con la fama incesante de los autores del boom, y el origen de una nueva manera de concebir el mundo de las letras como aventura pasional y arcana, y de asumir la tarea del escritor con la rebeldía de un perpetuo inconforme. (Paz, Faveron, (2008, P. 9)

No será casual que el proceso del escritor pase por la superación y la distancia respecto a esos referentes insoslayables de la literatura latinoamericana como lo son los escritores del Boom. Destacará Volpi que frente a Cortázar, Vargas Llosa, Fuentes, García Márquez, Borges: “Cada libro suyo intenta ser una respuesta, una salida, una bocanada de aire, una réplica, una refutación, un homenaje, un desafío o un insulto a todos ellos” (Paz, Faveron, (2008, P. 193), expresando de este modo la compleja relación que va a establecer Bolaño con las grandes figuras de la literatura hispanoamericana del siglo XX,

y sobre todo la gran incidencia que tiene esta narrativa en el imaginario de los más recientes lectores de nuestro continente, apuntará Volpi que Bolaño va a significar para los jóvenes un: “objeto de culto, como un nuevo punto de partida, como una esperanza frente al conformismo mágicorrealista, como una fuente inagotable de ideas, como un virus que no tardó ni diez años en contagiar a miles de lectores” (Paz, Faveron, (2008, P. 200), el fervor por esta narrativa así como reafirma la alta calidad del autor, señala unas condiciones de lectura que no son las mismas de otras épocas.

La novela Los Detectives Salvajes, del escritor chileno Roberto Bolaño, se editó por primera vez en 1998. Su nombre, cuando escuché hablar de la novela sugería una especie de relato policial, por lo de detectives. Pero al iniciar la lectura nos encontramos con una suerte de diario o bitácora de un joven de 17 años que, aunque estudia derecho, tiene inquietudes literarias.

De manera instantánea la novela te sumerge en un universo que resulta familiar y conocido, nadie que haya tenido 17 años y haya querido escribir podría dejar de reconocerse en ese joven vanidoso, perdido, caprichoso, casi sin brújulas ni orientaciones para moverse dentro de las laberínticas sociedades humanas, y que explora de manera ferviente su intelecto, su sexualidad, la amistad, el fenómeno de los grupos literarios.

Seduce también esa narrativa tan fresca, tan espontánea, tan acelerada, que va eslabonando con agilidad vivencia tras vivencia, hechos y situaciones que revelan las contradicciones, las paradojas, los impulsos y arrebatos de un joven que necesita mirarse en los otros para encontrar una aceptación, para encontrar su lugar en el mundo.

Podemos afirmar que la experiencia de la lectura pasa por varias fases que se corresponden con nuestros procesos vitales como individuos. En alguna de estas etapas, la relación con los relatos puede ser más visceral, se odia un final, molesta que una historia maravillosa llegue a su fin, se desea intensamente que algunos relatos no concluyan jamás.
Sin embargo, es posible que luego se establezcan relaciones más respetuosas con las historias que se leen.

Por eso pude observar con cierta distancia, como la novela Los detectives salvajes se paseaba por diferentes lenguajes y situaciones, y sobre todo nos separaba del personaje que cuenta toda la primera mitad de la historia: el entrañable García Madero. De esa primera parte localizada en Ciudad de México se sale hacia un mundo, para decirlo en palabras de Ciro Alegría, ancho y ajeno: Europa, África, los países árabes. Lo que ocurre en la novela es la vida: del perfilamiento inicial de unos personajes se pasa a su definición: la traición o la búsqueda de los sueños, las derrotas y las diferentes errancias físicas y espirituales.

Se aceptan esas variaciones en la novela como hoy sé que se deben aceptar las personas amadas con sus defectos y virtudes, pero no se puede disculpar el abandono absoluto del personaje central de los Detectives salvajes y la dispersión que le acontece al relato después de la primera mitad, que le resta mucha fuerza y cohesión. Suponemos que un relato que pasa mucho tiempo escribiéndose revelará de alguna manera los cambios de su autor, pero aunque me parece válido y hasta entendible el notorio cambio de lenguaje y de acontecimientos, el lector que soy se queda con esa perfecta primera mitad del libro.

Sin discutir que luego, como en una especie de mapa loco y extraño, las diferentes partes y relatos se van a ir engranando y completando, hasta constituir una historia caleidoscópica, muy semejante a la estructura compleja de la vida de cualquier grupo humano, cada mirada proporcionará un ángulo de visión y todo estará siempre en un movimiento perpetuo. No puede haber nada definitivo en un cuadro como el que nos presenta Bolaño, pues la dinámica vital asoma formas siempre dinámicas, y a esto le es fiel el autor.

Acompaño el cierre de este viaje lector con la imagen de una gran estructura ubicada en una estación de Suiza, porque la base de esa gran mano metálica me pareció un lugar acogedor para sentarme a leer un rato, mientras eventualmente veía la gente pasar. (la foto es propia)

Bibliografía

-Bolaño, Roberto: Los detectives salvajes. Editorial El Perro y la Rana, Caracas, 200
-Cabrera Infante, Guillermo: Arcadia todas las noches. Oveja Negra, Bogotá, 1987.
-Miller, Henry: Los libros en mi vida. Mondadori, Madrid, 1988.
-Miller, Henry: Trópico de cáncer. Bruguera Alfaguara, Barcelona, 1979.
-Paz Soldán, Edmundo, Faverón Patriau, Gustavo: Bolaño salvaje, Candaya, Barcelona, 2008.