Itinerario de un viaje lector, parte 2

Si tuviese que hacer hoy un balance de las lecturas que han marcado mi vida, me quedaría con unos pocos nombres, sin poder hacer con ellos una lista jerárquica. Todos tienen la cualidad de permanecer desprendiendo como un aroma la sabiduría y la belleza de sus palabras, la seducción profunda de una forma, utilizando la cita que de Nietzsche hace Cabrera Infante: “Se es artista a condición de sentir como un contenido, como la cosa misma, lo que los no artistas llaman la forma”, aceptando con cierta reserva esa condición que supone poder apreciar la extraordinaria construcción del arte literario.

Creo que existe algo en el lenguaje que estos pocos autores han creado que se separa radicalmente de cualquier otra forma de lenguaje: la literatura de Rilke condensa ese carácter seductor y misterioso, de lenguaje que se deja intuir, saborear, sin entregar nunca completamente su sentido último o secreto.

También en la narrativa de Kafka hay como un componente, una materia que es irreductible al entendimiento, y que se queda resonando, haciendo eco dentro del lector, que experimenta a un mismo tiempo fascinación y sobrecogimiento.

Cavafy es otra de esas voces que pasan a formar parte de nuestros fluidos vitales, de nuestro orbe imaginario, sus terribles y hermosas palabras recuerdan a cada instante esa nostalgia por la barbarie que desde Nietzsche recorre el pensamiento occidental, así como la recreación más íntima y viva del mundo helénico, pero también el ámbito más profundo de las nostalgias sensoriales, lo referido a la memoria de la piel.

Pessoa fungirá como una suerte de alter ego, oscuro, melancólico, múltiple, extraordinario en cada una de las máscaras desde las que emana su poesía, aunque tal vez el más afín sea el atormentado Álvaro de Campos.

Cuando se trata de experiencias límite, de lecturas alienadoras, Henry Miller es el escritor. Su literatura licua violentamente entrañas, vivencias, sabiduría, experiencias, no se deja nunca de constatar que se está ante un hombre que ha conseguido un lenguaje que ya no puede ser sólo literario, que está más allá de toda literatura, ya no importa el relato, una y otra vez nos sumerge en ese magma de sangre y belleza que es su lenguaje.

Sus textos participan a un mismo tiempo de lo terrestre y pasional, y de una feroz búsqueda de lo trascendente y espiritual.

Oscar Wilde representa, en cambio, la literatura lúdica y sabia, estética y culta, sus relatos y ensayos conforman un mundo delicioso, alegre y sensual, pero también ingenioso e intelectual. Por otro lado, apreciando el disfrute de que nos hablan desde una lengua materna que se enriquece superlativamente en sus páginas, se deben destacar los ensayos de Lezama Lima, imbuidos de encanto y densidad, y la literatura de Borges, que siempre esboza una sonrisa tras toda su sabiduría y erudición.

Acompaño el post con dos fotos de lámparas misteriosas que vi hace tiempo y que me sugieren esos universos literarios hermosos y extraños a los que hecho referencia.