Playhouses

Playhouses

El silencio es una suerte de gato que no se deja ver.
A veces percibo su presencia, observándome fijamente desde la ventana;
si lo miro de reojo, me permite ver sus ojos:
amarillos, brillantes, como faros iluminando avenidas,
y cuando me atrevo a intentar mirarlo de frente,
solo alcanzo a ver su sombra alejándose, con la cola serpenteando en el aire,
en dirección a esa nada de la que flota el silencio.

Sé que sigue viéndome desde algún rincón.

A veces, el silencio me da tregua
y me habla en el idioma en el que solo el silencio se expresa,
y puedo verme habitando aquellos lugares de nuevo.

El moho aún no domina las paredes de la casa de mi padre,
y las fotos siguen en las repisas, a todo color.
Mi padre aún escucha sus viejas canciones,
mis gatas se persiguen entre ellas, corriendo bajo el intenso azul celeste.
Huele a desayuno.

Al caer la noche llegarían los camaradas,
habría cigarrillos y botellas a medio tomar,
un césped sobre el cual tumbarse
a quejarnos de no ser ni viejos ni jóvenes;
Recordaríamos, por enésima vez, las mismas historias
De bares con poca luz y mucho ruido,
luego imaginaríamos futuros
que serían consumidos por el polvo.

La madrugada sería nuestra.