El cartonero de la avenida Sur [Crónicas]

in #spanish6 years ago (edited)

José Luis tiene seis años en el centro de Caracas. Allí reúne plástico, papeles de archivo y cartón, el material más rentable. Para poder cumplir su oficio en ese "puesto" frente la tienda Ovejita de La Hoyada tuvo que ganárselo. La historia detrás de su llegada a ese punto de la capital es una que vale la pena contar.

josc3a9-luis.jpg

“Mi nombre es José Luis Rosales Rivas. Nací en la Maternidad Concepción Palacios. Soy de La Pastora. Tengo 49 años y no siempre viví de la basura”, luego de la última frase José Luis afirma tres veces, dos con la cabeza y una juntando las yemas de los dedos. La piel de zambo le brilla bajo la luz ambarina de los postes que flanquean las aceras de la avenida Sur.

A esa hora (8:00 p. m.) las fábricas del centro caraqueño tienen las santamarías bajas y la histeria colectiva de la ciudad ya ha abandonado la superficie. Frente a la tienda Ovejita de La Hoyada hay varias pilas de cartón. José Luis y sus compañeros, José Gregorio y Pascual, esperan la llegada del camión con el que cierran su negocio.

Es martes y la recolección de material fue buena. 120 kilos a lo sumo. La paga usual es de 3000 bolívares por kilo en efectivo, lo que representa una gran ventaja en un país donde los bancos no disponen de remesas suficientes para satisfacer la demanda de billetes. El papel moneda se puede vender por comisión o usarse para adquirir productos sin la recarga adicional que supone cancelar vía punto de venta. Ganar-ganar.

En la muñeca derecha José Luis tiene un manojo de ligas de colores “para amarrar la plata”. Los paquetes de billetes los guarda en un koala que disimula bajo la camiseta. Dentro también lleva una caja de cigarros Belmont a medio acabar. Pregunta si puede fumar y saca uno. Entonces prosigue: hace seis años que reúne cartones, plástico y papeles de archivo en ese “puesto”. Admite que no fue fácil ganarse el lugar. Los comerciantes de la zona cargaban con el prejuicio de los mendigos y/o recolectores que dejaban la avenida hecha un caos después de rasgar las bolsas de basura del depósito común en busca de desperdicios u objetos para reciclar.

El descuido de la competencia fue un punto a su favor. Se ocupó de limpiar los espacios que otros ensuciaban al tiempo que iba de local en local poniéndose a la orden de los jefes para recibir sus desechos de fábrica, sobre todo cajas de cartón. Pero lo que le mereció la aprobación definitiva de la comunidad fue que logró frenar, casi en su totalidad, el desorden respecto a la basura estableciendo un horario: nadie abre bolsas sino hasta las 7:00 p. m., apenas dos horas antes de que la unidad de aseo urbano pase a retirar los desechos.

Entre los policías y varios gerentes de negocios árabes en el sector comenzaron a llamarlo el Viejo. En seis tiendas es norma que le aparten las cajas y los martes baja hacia las torres de El Silencio para recibir archivos vencidos.

Reconoce que los días más flojos son los lunes y los miércoles porque a duras penas consigue apilar 60 kilos de “mercancía”, tal vez menos. Su horario de trabajo se puede medir con la jornada del Metro de Caracas: a las 5:30 a. m. toma el primer tren hasta La Hoyada y a las 10:30 p. m. sube al último para desembarcar en Caño Amarillo. Cuando piensa en las ganancias de su oficio lamenta no tener una cuenta bancaria, si así fuera, podría cobrar 5000 bolívares por el kilo de cartón u otro material…

Pascual se acerca. José Luis está en medio de una calada, le queda menos de la mitad del cigarrillo. Suelta el humo y le tiende el resto a su compañero, que se va para compartir unas jaladas con José Gregorio. El Viejo comenta de pasada que el muchacho tiene catorce años y no ha querido poner un pie en el colegio desde que le agarró el gusto al dinero. “Mala cosa, yo le digo que estudie, que vea que la gente preparada tiene más posibilidades, pero él no quiere”.

En cuanto al asunto del banco, sonríe y baja la vista, duda que las hojas de cuaderno alcancen para lo que tiene que contar. Como comentó en principio, no siempre vivió de la basura. Dedica una mirada a José Gregorio, a quien cariñosamente se refiere como el Menor, y expresa: “Yo antes era sinvergüenzón”.

José Luis proviene de una familia evangélica. Sin embargo, él estuvo alejado de la fe durante la pubertad: “A los dieciséis años yo creía que era Superman. Fumaba, me la pasaba bebiendo, en jodedera y jodedera y estaba en medio de una depresión amorosa, así que terminé con malas juntas”.

Para la época de los 80, la inmigración de colombianos a Venezuela estaba en su apogeo —508.166 personas, según el censo nacional de 1981— y “en La Pastora eso era puro colombiano por todos lados”, cuenta el Viejo. Un grupo formó una banda delictiva conocida como Camerún y el José Luis adolescente se unió a la pandilla. “Hice cosas malas, muy malas, a muchos de mis compañeros los mataron y a mí me tendieron una trampa, me pusieron de carnada para una estafa y me atraparon”.

Lo condenaron a 10 años de prisión. Como era menor de edad los primeros tres años los pasó en el Retén Judicial Los Flores de Catia, que tenía un internado pequeño en el cual, no obstante, convivían jóvenes y adultos.

Los mayores le enseñaron cómo defenderse tras las rejas. “Agarraban los palitos de madera que tenían los ganchos de ropa antes y los partían por la mitad, en la punta les ponían goma espuma y dos palitos de fósforos. La idea era aprender a mover las manos, como en una pelea de cuchillos, si te apuntaban al corazón, bloqueabas con una mano y atacabas con la otra”.

La comida en Los Flores era “como vómito de perro”. Había un área a la que le decían “el rancho”, que hacía las veces de comedor. José Luis asiente tres veces: “Yo eso [ir preso] no se lo recomiendo a nadie”. Lidiar con el entorno carcelario solo era viable por medio de la droga, que fluía con regularidad entre los internos.

Cumplido el primer periodo en el Retén de Catia —obra del gobierno de Raúl Leoni que fue escenario de una masacre años más tarde, en 1992, y posteriormente demolida— el resto de la condena se distribuyó entre la cárcel de La Planta y la de San Juan de los Morros. De su época de recluso conserva tres experiencias clave: haber sido testigo del castigo a un violador a manos de otros presos (“fue horrible, horrible de verdad”), la exposición a condiciones difíciles que le dejaron como secuela una úlcera varicosa en la pierna derecha y la habilidad de hacer manualidades con papel tualé, que en su momento solía vender a 10 bolívares.

Una vez fuera, tuvo miedo. Imaginaba que sus enemigos lo sorprenderían en cualquier esquina. Recuerda que una de sus primeras paradas fue la iglesia de La Pastora. Allí se postró ante la Virgen y le rogó que lo protegiera. Le pidió perdón a Dios y a su madre. Pasó dos años sin trabajo, el estigma de su expediente le cerraba puertas, pero no cedió a los vicios. Por fin, un contacto lo recomendó para integrar la cuadrilla de obreros de Corpoelec, el gusto del asalariado fue breve: ver a varios compañeros robando los recursos de la compañía le hizo desistir de permanecer allí. “Eso sí, sin delatar a nadie, me fui por mi cuenta y ya”.

Tuvo una segunda oportunidad con la Misión Barrio Nuevo Barrio Tricolor, lanzada por el gobierno de Hugo Chávez en 2009, también para laborar como obrero. Le abrieron una cuenta nómina en el Banco de Venezuela, el sueldo era bueno, el trabajo lo motivaba. Con todo, la viveza criolla se empeñaba en nublarle el panorama. “Mis compañeros me decían, ‘agárrate ese pote de pintura que sobró, llévate esas mandarrias, nadie las va a contar’, y yo decía ‘no, vale, no me calo esto’. Renuncié”. La del Venezuela fue la única cuenta bancaria que tuvo.

Dimitir de su empleo lo ayudó a tener la conciencia limpia pero le vació los bolsillos. Intentó rebuscarse con sus manualidades de papel, sin embargo, las ganancias eran irrisorias y había un bebé en camino. “La mamá de mi hija me presionaba. ‘Sal a robar o lo que sea, hay que comprar la leche’, me decía. Me hice responsable de mi hija pero a mi mujer la dejé. Yo no vuelvo a hacer lo malo. Es más, le agarré tanto miedo a la cárcel que no me gusta estar encerrado”.

Ganchos para los cartoneros

El oficio de cartonero se lo debe a José Gregorio. Un día vio al niño escarbando en la basura, fue él quien le habló del camión que pagaba por reciclar cartón. El Menor lo observa desde la distancia mientras mueve la cabeza al ritmo de la música que oye con sus audífonos. Para José Luis, el muchacho es como su segundo hijo. Un hijo precoz, visceral, terco, “a veces tengo que regañarlo para que no rompa las bolsas antes de tiempo porque los policaracas me llaman la atención”; pero un hijo al fin y al cabo.

Y ahora los tres, incluyendo a Pascual, están a punto de perder su puesto.

Un efectivo castrense le dio la noticia a José Luis. “Viejo, me soltó, ‘te lo digo porque tú eres pana, la alcaldesa no quiere ver cartoneros en el centro’”. Unos minutos después de notificarlo, el funcionario recibió una transmisión de su jefa directa en la que le ordenaba “ponerle los ganchos” a cualquier cartonero que estuviera a la vista. El Viejo escuchó todo.

La recién electa alcaldesa del municipio Libertador, Érika Farías, heredó la gestión de su compañero de militancia en el Partido Socialista Unido de Venezuela, Jorge Rodríguez —que a su vez tuvo como predecesor al alcalde Freddy Bernal, también del partido de gobierno— quien no pudo cumplir la promesa hecha al inicio de su mandato sobre solucionar el problema de recolección de basura. Las protestas en las distintas parroquias del municipio son constantes, los camiones del aseo urbano tardan días en pasar por algunos sectores y los desechos se acumulan en las calles, convirtiéndose en un botín para mendigos y recolectores que contribuyen a esparcir aun más los desperdicios. Farías identifica a los cartoneros con esta población, suprimir a los recicladores parece ser una de las tareas con las que arranca su gerencia.

Mientras tanto, el aseo urbano continúa adoleciendo de la falta de unidades y los pocos trabajadores que se mantienen llevan a cabo sus funciones sin el equipo adecuado.

El Viejo se muestra resignado. “Habrá que buscar otro sitio para que venga el camión y si no, yo lavo carros, lo que sea. No vuelvo al vicio”.

.
.
.

La foto es mía n.n

Si te gustó esta historia, ¡déjame saberlo!

PD: Este material fue originalmente publicado en Piedra de habla

Abrazo.

Sort:  

Congratulations! This post has been upvoted from the communal account, @minnowsupport, by Devinalivaudais from the Minnow Support Project. It's a witness project run by aggroed, ausbitbank, teamsteem, theprophet0, someguy123, neoxian, followbtcnews, and netuoso. The goal is to help Steemit grow by supporting Minnows. Please find us at the Peace, Abundance, and Liberty Network (PALnet) Discord Channel. It's a completely public and open space to all members of the Steemit community who voluntarily choose to be there.

If you would like to delegate to the Minnow Support Project you can do so by clicking on the following links: 50SP, 100SP, 250SP, 500SP, 1000SP, 5000SP.
Be sure to leave at least 50SP undelegated on your account.

¡Qué buen trabajo, @devinalivaudais! Una crónica certera y emocionante, que no cede ni una palabra al sentimentalismo. Te felicito.
Te votaré esta noche, pero quería dejar el comentario.
Muchos saludos.

@rjguerra, ¡siempre es un gusto tenerte por acá! Muchas gracias por la lectura y el comentario. Esta fue una historia que disfruté mucho escuchar y compartir, espero haber capturado la esencia de ese momento.

Abrazo.

Coin Marketplace

STEEM 0.20
TRX 0.14
JST 0.029
BTC 67363.69
ETH 3247.42
USDT 1.00
SBD 2.66