El deseo (un sueño que tuve y plasmé en forma de pequeña historia)

in #spanish4 years ago

20200926_180619.jpg

—Si te concedieran un deseo, ¿qué pedirías? —la persona frente a mí preguntó. Era un chico, bastante joven. Me sorprendí de lo sería que era su expresión mientras esperaba mi respuesta.

—Mi grupo de amigos de infancia —dije, sin añadir nada. Su expresión cambió un poco al escucharme. Parecía inconforme. Luego de pensarlo un rato, volvió a preguntar:

—¿Por qué, de todas las cosas posibles, eliges algo tan simple?

—La vida es injusta a veces, ¿sabes? —hablé, mirándolo fijamente a los ojos—. Te da pero también te quita. Lo mismo me ocurrió, al perder a mis amigos, lo perdí todo. Con ellos mi vida tuvo sentido. Me sentía tan completo con ellos, que no quería nada más. Pero un día…

—¿Un día qué? —preguntó con curiosidad.

Fue entonces que comencé a contarle de mi pasado.

Éramos un grupo de seis: Cesar, Gabriel, su hermano José David, Carla, Jorge y yo. Los inseparables.

Desde que tengo uso de razón, siempre fuimos nosotros seis. Todas las actividades, juegos, y salidas, las hacíamos juntos. En ninguna de ellas faltaba alguien. Si a alguno de nosotros se le presentaba un contratiempo que lo obligase a no poder acompañarnos, posponíamos los planes hasta que todo se solucionara.

El tiempo pasó, comenzó nuestra adolescencia, y con ello nuestras responsabilidades. Aun así, no dejamos de reunirnos. Incluso cuando teníamos que atender algo, nos dividíamos para resolver cualquier asunto.

Nos divertíamos haciendo lo que considerábamos cosas de gente grande.

Nuestra vida transcurría de una forma casi perfecta. No se podía considerar totalmente perfecto ya que también teníamos dificultades, problemas personales, y conflictos internos, como todo ser humano. Pero no era algo oculto para nosotros. Nuestra confianza era tal que todos sabíamos la vida del otro, y nos aconsejábamos. Discutíamos nuestros problemas en grupo para buscar la mejor solución posible, animarnos, o consolarnos de acuerdo a lo que ocurriese.

La preocupación de uno era la preocupación de todos. Como decían los Tres Mosqueteros, «Todos para uno, y uno para todos».

Todos me dejaron un buen recuerdo. Pero de todos, el que abarcó más lugar en mi corazón y mi mente fue Gabriel. La persona que se convirtió en lo que más amé y, a pesar de todo, sigo amando.

Él siempre fue alguien muy reservado, a pesar de nuestra confianza, era a quien más le costaba hablar de su vida. Odiaba sentirse como si pidiera ayuda al contarnos. Todos entendíamos eso, y no lo presionábamos.

Recuerdo que el momento más incómodo que tuvimos, pero no por eso dejaba de ser gracioso, fue un día en el que estábamos todos reunidos en el jardín de la casa de Carla. Ese día, Gabo me apartó del grupo para confesarme que le gustaba. No dejaba de mirar hacia el suelo, y mascullando las palabras, lo dijo.

Admito que eso me sorprendió, no por el hecho de que un hombre me dijera que le gustaba. Para mí eso era algo normal, los seres humanos tienen distintas formas de amar, y aunque la sociedad quiera obligarte a seguir las ideologías del amor, no deberías limitarte a eso. Tienes derecho a elegir a quién querer y con quien compartir tu vida. Era solo que no solía pensar en que pudiera existir un vínculo amoroso entre amigos de la infancia, quienes se criaron como hermanos.

Luego de ver que seguía nervioso, sonreí. Usé mis manos para alzar su cabeza y mirarlo fijamente a los ojos. Le dije que me sorprendía, era algo que no esperaba, y que me disculpara por no mostrar la reacción esperada por él.

—No esperaba nada, sentía que debía decirlo. Entre nosotros no hay secretos, ¿cierto?

Fue lo que dijo. Asentí. Y lo abracé. Luego lo tomé de la mano y, sin soltarlo, comencé a caminar en dirección al grupo.

—¿Qué haces? —preguntó.

—Regresamos con los muchachos.

—Pero no es necesario que me lleves de la mano —intentó soltarse disimuladamente cuando vio que estábamos más cerca.

—¿Qué tiene de malo? —sonreí. Llegamos donde estaban Carla y los demás, y alzando mi mano que sostenía la de Gabo, dije—: Chicos, me les caso.

La expresión de todos fue digna de recordar. Carla inclinó la cabeza. César y Jorge se miraron uno al otro, confundidos. Solo José David estaba tranquilo. Por lo visto ya sabía, o al menos tenía la sospecha de la orientación de su hermano.

Después de ese momento extraño, todos comenzaron a reír y preguntar si era en serio. Ya cuando el ambiente dejó de estar tenso, Gabriel comenzó a hablar. Dijo que no lo había comentado ya que sentía que eso podría destruir la relación que había entre nosotros, tanto conmigo como con todo el grupo.

Con él aprendí muchas cosas. Aprendí a ser más paciente. A entender distintos cambios de humor. A amar. No niego que nuestra relación pudo parecer extraña. Debido a toda la confianza que existía desde pequeños, no había dudas entre nosotros. Predominaba la sinceridad. Algo que muchas relaciones carecen, y que es un pilar muy importante para la pareja.

Incluso cuando la familia de Gabriel se enteró de su condición homosexual, y peor aún, que compartía una relación conmigo, hicieron hasta lo imposible por evitar que nos comunicáramos. A pesar de eso, nos esforzamos por sobrellevar todo sin colapsar. Sus padres eran el tipo de personas que se basaban en las apariencias; en el qué dirán.

Al ver que no lograron lo esperado, «aceptaron» nuestro noviazgo. Pero con una condición: que Gabo al cumplir los 21 se tenía que casar con alguna chica. Todos vimos eso como algo ilógico. Si iban a aceptar nuestra relación, ¿por qué hacer que Gabriel se casara con una mujer? No solo iba a afectar un poco la felicidad de su hijo, sino también de la que se convirtiera en la esposa. Aun así, todos concluimos en que aceptara. De todas formas todavía faltaban dos años para que se cumpliera la fecha establecida por los señores.

Si para ese momento ellos no cambiaban de opinión, nosotros encontraríamos una solución que tuviera un impacto menor.

¡Definitivamente no pensábamos dejar a Gabriel solo en eso!

Sin embargo, los meses fueron pasando, y las cosas no parecían ocurrir favorablemente. Por eso, un día Carla decide ser quien se convertiría en la esposa de Gabo. Todos quedamos sorprendidos. Intentamos convencerla de que eso le podría afectar su futuro, estaría atada a un matrimonio donde ninguno de los dos sería feliz. Aun así, ella explicó que, fuera ella u otra persona, nadie sería feliz.

Y tenía razón, Gabriel era mi novio, y el simple hecho de imaginar verlo vinculado a alguien más y estando conmigo era algo que me destrozaba por dentro. Incluso, aunque fuera con Carla, nuestra mejor amiga, no me sentía cómodo. Pero al ver que él no objetaba, decidí aceptarlo.

Pero las cosas no acabaron allí.

Cierto día, Jorge nos comenta que, gracias a los contactos de una de sus recientes aventuras, consiguió una entrevista de trabajo para una empresa muy importante, y por esa razón debía viajar fuera de la ciudad. En un principio nos opusimos. No nos agradaba la idea de que alguien con quien tenía muy poco tiempo de relación lo hiciera ir hacia un sitio desconocido.

Pero al ver que él no desistía, no tuvimos más opción que dejarlo.

Desafortunadamente para él, lo que se pensaba sería una entrevista de trabajo, no fue más que un secuestro y posterior asesinato para extraerle sus órganos y ser vendidos en el mercado negro. Algo que solo fue descubierto a los meses; y luego de varias investigaciones, el caso tuvo que cerrarse sin encontrar al responsable ello. Era como si esa persona se la hubiese tragado la tierra.

El chico me miraba con una expresión de ligero asombro, pero también interés en mi historia. A pesar de que estaba anocheciendo, eso no parecía importarle. En ese momento, su único interés era que yo continuara la historia. Y eso hice.

Cierto día, Gabriel y yo acordamos quedarnos en mi casa. Necesitamos un tiempo a solas, para pensar, hablar con mayor soltura. Hablar de nosotros.

De cómo llevaríamos nuestra vida luego que se casara.

Y aunque yo sabía que me diría que no pensara demasiado en ello, que todavía faltaba para ese día, que disfrutáramos lo que teníamos ahora y que en su momento ya decidiríamos qué hacer, no podía evitar preocuparme.

En la noche que regresamos de compras, él recibe una llamada.

Inmediatamente su rostro cambió. Nunca en mi vida lo había visto así. Era una expresión de miedo, horror.

Cuando terminó de hablar. Me dijo que su mamá preguntaba si su hermano estaba con nosotros. Había llamado a los demás para preguntarle lo mismo, porque no aparecía. Era extraño. Él nunca salía de noche solo.

Insistí en acompañarlo, pero me dijo que para evitar situaciones incomodas con sus padres, lo mejores era que no fuera. Que regresara a la casa, y no me preocupara que me mantendría al tanto de lo que ocurriera.

Pasó la noche y no hubo novedad. La policía comenzó a realizar las investigaciones pertinentes, y no fue hasta la mañana siguiente que encuentran a José David. Muerto. En el bosque.

Los resultados de la autopsia no dieron con las causas de la muerte.

Esa noticia nos destrozó por completo. Ya el grupo que solíamos ser no existía. César se fue del país, hizo su vida, tuvo dos hijos. Eso fue lo último que supimos de él.

Al final, solo quedamos Carla, Gabo y yo.

Gabriel ya no era el de antes. La muerte de su hermano hizo que fuera más callado que antes. Sin embargo, no por eso lo nuestro se debilitó. Al contrario, él necesitaba más de mí, y yo estaba dispuesto a todo por seguirle brindando mi amor y cariño. Aunque él no hablara casi.

Después de varios meses, llegó el día menos deseado. La boda.

Todo después de ese día pasó muy rápido. Se casó con Carla, y como ella vivía sola, se mudaron a su casa. Sin embargo——

——una semana después, me llaman diciendo que había tenido un accidente de tránsito, y había fallecido.

—¿Hace cuánto que ocurrió eso? —me pregunta el chico, luego permanecer en silencio alrededor de un minuto.

—No lo sé. 10 años, 15, quizá —hablé—. Solo te puedo decir con seguridad que el pecho todavía me duele al recordarlo. ¿Sabes? A veces pienso que la tristeza podría acabar conmigo en algún momento.

»Después de perder a Gabriel, el dolor que me invadió fue enorme. Hubo momentos en los que quise llorar, pero no había lágrima que corriera por mi rostro.

—¿Y qué pasó con Carla? —volvió a preguntar. Me sorprendía el interés que tenía.

—Después de la muerte de Gabriel, se mudó. Nadie logró ubicarla después —callé por un momento, y continué—. Bueno, ¿ahora comprendes el motivo de mi deseo?

—Sí. A pesar de todo, me sigue pareciendo algo simple —el joven se levantó—. Bueno, es hora de irme. Es tarde. Fue bueno hablar contigo. Adiós.

No dije nada. Solo me quedé viendo cómo se iba alejando cada vez más, hasta desaparecer de mi vista.

—Señor Manuel… Señor Manuel. Despierte.
Una joven se encontraba junto a mi cama.

—Es hora de su medicina. Tome…

Recibí el medicamento y el vaso con agua que ella me entregaba. Luego de eso, sonríe y sale de la habitación.

Han pasado veintiocho años desde las tragedias de mi pasado. Tras la muerte de Gabriel, sufrí muchas decaídas. Incluso intenté suicidarme.

Debido a todo eso, aquí estoy. Encerrado en un hospital psiquiátrico.

Recibiendo todo tipo de medicamentos. Olvidado por todos. Excepto por… el chico que viene todas las noches en mis sueños a hablar conmigo y realizarme la misma pregunta.

Coin Marketplace

STEEM 0.18
TRX 0.13
JST 0.028
BTC 57034.02
ETH 3084.35
USDT 1.00
SBD 2.41