Divagación #17. Persiguiendo instantes que mueren.

Fuente.

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Esta mañana mientras desayunaba, se cayó el pétalo de alguna flor que adornaba mi mesa. Y a pesar de que presencié todo el descenso, no fui consciente de ello. La cocina estaba en silencio, yo estaba sola, tranquila y vacía pero no lo suficientemente alerta para advertir cualquier movimiento.
Y qué curioso que justo en ese momento lo efímero del tiempo unió la belleza y la muerte en el mismo instante.

Y mientras esa flor -cuyo único objetivo era adornar mi mesa - moría, he comprendido lo maravillosamente trágica que es la vida una vez que creces lo suficiente para empezar a entenderla. Vamos persiguiendo instantes que aviven nuestro interior y calmen esas ganas incontrolables de llorar. Vamos en busca de pequeños momentos que nos devuelvan esa energía que necesitamos para desnudar el misterio que nos envuelve, energía que hemos malgastado en quién sabe qué cosa. Vamos en busca de instantes que nos hagan olvidar que la esperanza que llevábamos encima la dedicamos a rentabilizar nuestra inteligencia para así asegurarnos un puesto en la sociedad que tanto criticamos. Vamos persiguiendo momentos que nos hagan ignorar el incesante pensamiento de cómo terminamos acabados sin las esperanzas que dieron fruto a una existencia tan vacía.

A veces me pregunto cómo es que llegamos aquí, cómo es que somos capaces de pasarnos toda una vida viviendo en modo automático sin detenernos a la mitad de uno de esos instantes que tanto perseguimos, a pensar en si esto es de verdad lo que queremos. En si de verdad buscamos pasarnos la vida tomando decisiones vacías creyendo que van a repercutir grandemente en nuestras vidas.

Se no has olvidado cómo soñar, se nos ha olvidado que parte de la esperanza que malgastamos se recupera soñando, ya sea despierto o dormido.

No hacemos más que coleccionar recuerdos de todos aquellos momentos en los que la vida permite que queden guardados en nuestra memoria.
Pero nos perdemos de la ilusión. Porque la realidad siempre arremete contra ella. Porque tenemos miedo de la decepción en la que puede transformarse. Porque preferimos confiar siempre y cuando dependan sólo de nosotros las consecuencias. Porque nos volvimos escépticos. Porque llenamos el vaso de las decepciones y nos inmunizamos a la belleza de esos pequeños instantes que perseguimos sin darnos cuenta. Porque permanecemos inmóviles de pensamientos a la espera de algo que nos haga reaccionar, a pesar de que ese algo se encuentra justo frente a nosotros. Porque hemos olvidado que la vida no se mide según las falsas relaciones que establecemos, o según la cantidad de dinero que genere nuestra inteligencia.

Y dee alguna forma u otra, no podemos escapar de nuestro fin. No podemos huir de la misma manera en la que perseguimos instantes. Viviremos una vida llena de equivocaciones necesarias e innecesarias y de repente, algún día, como el pétalo de esa flor que adornada mi mesa, caeremos y al tocar el piso que nos sostenía, nos daremos cuenta de que todo habrá acabado.