Después de tanto tiempo, esto tampoco es una divagación.

Nos perdemos los recuerdos de cuando las cosas eran mejores, de cuando el fuego iluminaba todo a su paso.

Nos perdemos y nos quedamos con lo negro, con las cenizas.

Nos perdemos y nos olvidamos de aquel sol de atardecer que alguna vez avivó nuestro interior dormido.

Y luego nos encontramos, dejamos que el viento se lleve las cenizas.
Ya no hay más angustias, más gritos, más lágrimas perdidas en el tiempo, más lágrimas que drenan sólo para sólo lastimar a una herida abierta.
Las cicatrices ahora bailan en medio de las despedidas y en medio del destierro, sale alguna sonrisa.
Poco a poco nos vamos convirtiendo en un conjunto de muecas torcidas y rupturas que más adelante mostraremos a aquella persona que quiera conocer la historia de nuestro desastre.
Y a pesar de que a nadie le gusta quemarse, de que a nadie le gusta ser abrazado por el fuego hasta convertirse en cenizas, seguimos coleccionando sonrisas, las mías, las tuyas y las nuestras.

Y entonces construimos el desastre del que todos hablan.
Aquel imposible de lograr, aquella venda que tanto cubre nuestros ojos.
Esas circunstancias que te han hecho quién eres, la razón del por qué sigues aquí.
Las columnas y muros que te refugiaron.
La vista de aquel atardecer que te vio crecer.