De vez en cuando, entre tanto maestro literario, es aconsejable leer algo más ligero. Por ello, después de una buena dosis de Bolaño y Fitzgerald, y antes de reencontrarme con Hesse y Faulkner, decidí releer esta novela que había leído tiempo atrás. Aunque hace algunos años abundaban en mi biblioteca los thrillers y las novelas de género, confieso que hoy día son muy, muy pocos los que conservo, razón por la cual mis opciones son limitadas en lo que a best-sellers se refiere.

Terapia de Sebastian Fitzek (Die Therapie en su alemán original) es un thriller psicológico al mejor estilo de los libros de John Katzenbach, máximo referente del género. Sin embargo, en este libro Fitzek me parece superior al autor de La historia del loco porque consigue el mismo efecto en menor cantidad de páginas y con mejor ritmo. Los libros de Katzenbach a menudo tienen fragmentos lentos en sus historias, pero Terapia es vértigo de inicio a fin. La historia inicia con el psiquiatra Viktor Larenz llevando a su hija Jossy a una consulta médica. Once meses, una veintena de doctores y aún no saben qué enfermedad aqueja a la pequeña de once años que padece fiebre y ataques repentinos. De pronto, Jossy no está junto a su padre, ni en el consultorio, ni en la clínica... el doctor Larenz mira a todos con suspicacia y los acusa de ser cómplices en el secuestro de su hija. Pero, ¿es realmente así?

Uno de los puntos positivos del libro es que alterna diferentes narraciones ocurridas en diferentes lugares y momentos. A lo ocurrido en la consulta hace ya cuatro años, se suma la narración del tiempo presente: Viktor está internado en un psiquiátrico, atado a una camilla, en donde lo visita un psiquiatra joven que intenta descubrir (al igual que el lector) qué ocurrió realmente. Y entre estos dos tiempos se inserta la narración de Viktor sobre un hecho más reciente: retirado en una cabaña de su propiedad, dispuesto a contestar por escrito una entrevista solicitada por una revista sobre la misteriosa desaparición de Jossy, el Dr. Larenz recibe la visita de Anna Spiegel, una escritora célebre que padece una esquizofrenia un tanto particular, porque “todos los personajes que imagino se vuelven reales”. Viktor no está en condiciones de atenderla en consulta, mucho menos en esa cabaña y en medio del invierno, pero la historia de la última aparición de Anna, una niña llamada Charlotte, se asemeja tanto a las circunstancias de la desaparición de Jossy, que el psiquiatra, sospechando que Anna puede saber algo, decide tratarla.

De allí en adelante, las narraciones de Anna sobre Charlotte se añaden a las diferentes voces ya presentes y hacen entretenida la lectura y absorbente la trama. Como es propio del género, hay cosas que no cuadran (Anna llega después de una lluvia, atravesando charcos, pero no está mojada y su ropa está intacta), un detective, puertas que se abren de la nada, videos de seguridad borrados, secretos, misterios, retiros de dinero no autorizados y por supuesto, una tormenta. Cuando Viktor investiga a Anna y habla con la clínica en la que fue tratada, le dicen que Anna Spiegel era una estudiante que trabajaba allí y que murió de forma violenta. El miedo lo invade, ¿quién es esta mujer? ¿qué oculta? ¿qué relación hay entre ella y Jossy? Además, las frases del Dr. Roth, médico actual de Larenz, nos arrojan otras preguntas, ¿qué hizo el doctor Larenz? ¿por qué está atado a una camilla y no pueden dejarlo en libertad?

La novela tiene el lenguaje característico del género que se refleja en frases como "…el inesperado sonido que desgarró el silencio que reinaba en la pequeña sala lo sobresaltó". El resaltado es mío para mostrar la forma en que la narración busca imponer un clima de encierro, angustia y temor. Y allí radica una de las diferencias de los libros de género con la Literatura, en que esta última emplea menos cantidad de adjetivos y adverbios e intenta no imponer nada, sino dejar indicios suficientes para que el lector agregue la pieza faltante y reconstruya una atmósfera que además puede ser polisémica. Las novelas de género, en cambio, no dejan nada a la imaginación y muchas veces la imposición falla por restar naturalidad a la lectura. Sin embargo, en su sencillez y limitación, se pueden encontrar frases reflexivas como “Tras acabar algo, se sabe cómo se hubiera podido hacer mejor” o “De vez en cuando hasta las personas más inteligentes actúan de un modo extravagante y ridículamente ilógico”.

El aspecto médico se mantiene al mínimo, concentrando la narración en el suspenso y el desarrollo de los hechos. Sin embargo, hace importantes acotaciones sobre el síndrome de Münchhausen y esa condición casi contraria a la esquizofrenia en la que la persona “sólo simula ser esquizofrénica para arreglárselas mejor con la realidad”. El lector atento sabrá leer los indicios y darse cuenta de la verdad antes de que esta sea revelada, al notar como todo se va deteriorando, la salud de Viktor, el clima, la imagen de Anna, cuyo nombre, un palíndromo, junto a un apellido de significado evidente, revelan el secreto desde el inicio. Sin embargo, como compensación para estos lectores herederos de Poe y Conan Doyle, Fitzek se guarda una última carta bajo la manga y logra sorprender en las últimas páginas con una nueva revelación.

En general, se tata de un libro que mantiene al lector cautivo y que aunque no lo deslumbra ni en forma ni en fondo, cumple lo que promete: una atrapante lectura ligera. Recomendado para quienes gusten de los libros de Katzenbach o las novelas de género y para aquellos amantes de la Literatura que deseen leer algo menos desafiante y menos denso que sus autores predilectos, Terapia es una historia que Alfred Hitchcock habría querido llevar al cine, sin duda alguna, por sus implicaciones psicológicas y sus giros argumentales. Dicho todo esto, es su decisión leerla o no.