Misa de amor

MISA DE AMOR

No hay noche de prodigios, ni mañana tan deleitosa como las de San Juan. Yo he tenido la suerte de ser testigo de dos milagros y de estar muy cerca de otros pocos.
El primero tuvo lugar en mi pueblo, en aquella raya montañosa que separa Castilla de Extremadura. Allá, a mil metros sobre el nivel del mar, los calores se retrasan y al verano le cuesta entrar. Mi madre cada año esperaba a San Juan para retirar las mantas de la cama y dejarlas esa noche al relente, para que se impregnaran del rocío sanjuanero, que las preservaba de la polilla. Un año hubo en que, por no sé qué descuido, mi madre las sacó otra noche de junio… pero se echaron a perder.

Hace años mis alumnos del instituto de Rute (entonces eran unos mozalbetes de 13 o 14 años y ahora son hombres y mujeres bien hechos y muy derechos) me enseñaron ciencia muy rica y secreta: allí todos los mozos y las mocitas salen a darse “la colá de San Juan”, esto es, a empaparse bien de agua en las fuentes, porque trae suerte y salud, es buena para el cutis y el pelo y sirve para tener éxito ante las personas del otro sexo. Además de la colá, un sinfín de rituales, que tienen como protagonistas a las muchachas, sirven esa noche para curar a los niños quebrados (herniados) y para adivinar el nombre, el oficio y el carácter de sus futuros maridos…

Del segundo milagro anoto aquí cabal y ceñida noticia:

Mañanita de San Juan,
mañanita de primor,
cuando damas y galanes
van a oír misa mayor.
Allá va la mi señora,
entre todas la mejor.
Viste saya sobre saya,
mantellín de tornasol,
camisa con oro y perlas
bordada en el cabezón;
en la su boca muy linda
lleva un poco de dulzor,
en la su cara tan blanca,
un poquito de arrebol,
y en los sus ojuelos garzos
lleva un poco de alcohol;
así entraba por la iglesia
relumbrando como el sol.
Las damas mueren de envidia,
y los galanes de amor;
el que cantaba en el coro,
en el credo se perdió;
el abad que dice misa,
equivocó la lección;
monaguillos que le ayudan,
no aciertan responder, non:
por decir “amén, amén”
dicen “amor, amor”.

¿No es prodigioso que alguien haya escrito esto? ¿No es asombroso que lo hiciera hace más de 500 años y desconozcamos su nombre? ¿No es, amigos, el más portentoso de los milagros la entrada de mi señora en misa mayor...?
Anteayer estuve en la playa de Carvajal con mi gente hasta bien entrada la noche. Y hoy, me levanté de buena mañana, bajé al mar, entré en el agua, me sumergí hasta media cara y esperé a que despuntara el sol: al punto, un reguero de fuego culebreó como pólvora encendida sobre el agua y llegó hasta mis ojos.

No sé cuál ha sido, ni tampoco me importa, pero estoy seguro de que San Juan ya ha obrado otro milagro.