Lisérgica concupiscencia ☣ | Relato

Nos encontramos donde habíamos quedado, llegué un poco tarde pero igual todo fluyo como lo esperado. Caminábamos Caracas como dos inmortales, buscando alguna esquina para fumar y caernos a besos antes de todo el proceso. 

Y así comenzó, nos adentramos, nos escapamos, nos fuimos lejos de este mundo, hasta que llegamos a su casa, todo normal, mi mente no dejaba de repetirme "si te gusta ¿por qué pensar que está mal?". Fue cuando no me resistí, tenerlo ahí todo todito para mí, sentado en su silla fingiendo ver tv mientras en realidad miraba arriba de mi pantorrilla. Procuré excitarlo más de lo usual, quería que se sintiera especial, un babydoll y el vestido adecuado fueron la coartada perfecta para mantenerlo a mi lado, lo hicimos sin prisa pero como la brisa, fluyó rápido sin obstáculo, sin impedimento, era nuestro momento. Mientras fumaba disfrutaba de cómo se lo mamaba, hasta me alababa, y yo botando babas no podía parar de jugar, era involuntario no poder parar de follar. 

Cuando creíamos que había acabado, fue que en verdad todo estaba comenzando, fumamos más y luego quisimos ir un poco más allá, saqué un cuadro de lsd  —dietilamida de ácido lisérgico—  que había guardado para una ocasión especial, lo dividimos mitad y mitad, y allí empezó el verdadero viaje. 

Recuerdo que no parábamos de reír, excesivas morisquetas de su parte y sensibilidad de la mía, parecíamos dos niños bromeando por cualquier tontería. Entre chistes y ocasionales besos me cantó, se abrió a mí sin necesidad alguna, solo demostraba quién de verdad era, lo que pensaba y lo que tanto le emocionaba pero que nadie hasta ahora había sabido valorarlo, no negaré que me perdí en sus rimas, fui adicta al acelerado movimiento de sus labios y la fluida simetría del compás de algún boom bap con su voz. 

Nuestros sentidos empezaron a tomar sentido verdadero, el oído saboreaba, mis ojos lo escuchaban y mi tacto lo veía, no era como creía, no escuchaba ruidos extraños mucho menos los veía, tampoco aluciné elefantes de colores, pero si percibía nuevos olores, probaba en él nuevos sabores, hasta sentía amores y entendía mi obsesión por que sublimemente me devores. 

El hambre atacaba, y nos dio por cocinar, preparamos cualquier cosa que encontramos, la descargábamos en medio de risas sin motivos, una que otra canción y una aleatoria película de la pequeña tv sobre el mesón. El efecto psicodélico corría en nuestros cuerpos, solo fluíamos como rocas por el río y mientras nos conectábamos hacía un trío involuntario: el ácido, él y yo. La cena estuvo lista, comimos. Y luego nos comimos. Esta vez todo sucedió en el sillón, no aguantamos subir hasta la habitación, las ganas gobernaban en plena dictadura, y él entrando en mí sin cordura, poco a poco sin ataduras terminábamos siendo el uno del otro, sin pensarlo, sin decirlo, solo siendo.

No podíamos dormir, aquella sustancia más nuestro indomable libido nos había activado, buscábamos algo para hacer, para ser. No encontramos más nada que intentar escapar en la televisión, ya estaba amaneciendo y fue cuando de despedida lo hicimos en el balcón, ningún canal le daba el entretenimiento que mi cuerpo se cansaba de ofrecerle, me gustaba que me tocara, sentirme suya, quería que me conociera a punta de besos, quería formarnos como uno mientras lo hacíamos, y simplemente follar hasta quedarnos dormidos. 

Así fue como nuestra travesía terminó, aquel viaje en ácido y yerba nos conectó, pero ya todo había acabado, la nota se había esfumado.

Y aquí sigo yo, todavía en plena carretera, excitada, esperando su rescate con pasaje en mano para otro viaje.