Exigir ante la vida un sentido, es proporcionarle cadenas a la distensión
Podemos decir con total tranquilidad, desembarazados de cualquier conocimiento, que la vida no tiene sentido. No obstante, es lo más difícil de admitir para cualquiera, pues, nadie quiere formar parte de ese principio general; es sórdido, al parecer, para quien nace, crece, se reproduce y produce. Es quizá, ello, lo que embaraza las existencias de tanto ajetreo; esa manifiesta intención de ruptura con lo que parece ser el prolegómeno de todos y cada uno de nosotros. El modernismo ha codificado la existencia únicamente en sus manifestaciones, pero ¿Es acaso la voluntad del hombre y, a su vez, cada acto consumado dentro de la idea de desligarse rotundamente de tal principio general, lo que hace al sentido en sí mismo, el sentido de la estancia en que uno se ramifica, como existente? No lo sé. Uno vive, uno existe ¿Qué hay con eso? La existencia, dentro de su campo semántico, nos remite a que aquello todo, sentido por los sentidos del hombre, ha emergido dentro de la estancia universal; algo que salió de su esencia o se eyectó ontológicamente para manifestarse, para ser, para no ser un simple soslayo en la mirada que intuye en cada hálito una apariencia fenoménica. No sé si la esencia del sentido está en su liberación, es decir, en su devenir entidad material…
Un ejemplo de la esencia y lo existente, creo, lo podemos ver, digamos, en audiciones de “American Idol”. ¿Cuántos de ustedes no han visto a Simon Cowell sentirse maravillado en las audiciones cuando, de forma extraordinaria y solemne, uno de los participantes deslumbra y sorprende por tan explosivo timbre vocal, vibrato, variaciones tonales, etc? Pero, no sólo eso; él siempre hace una acotación a esos jóvenes, una exhortación para nada trivial. Comenta, cada vez que puede, lo siguiente: ”Cariño es increíble lo que haces; tienes una esencia única, pero no la demuestras del todo. Tienes que dejarla salir”. Liberar la esencia. Eso somos; una esencia liberada, que ahora existe porque se ha manifestado. Esto nos conduce a otra disyuntiva muy erguida: ¿Las manifestaciones por las cuales algo existe son necesariamente cosa de liberarlas una vez o todas las veces posibles? Languidecidos ahora por lo finito y lo infinito, inflamados, engrosados cual arteria a punto de devenir ACV, se atrofia la dubitación entre un perenne ser o no ser. El Absoluto devino universo; precisamente lo infinito del universo, es prueba irrefutable de la manifestación del Absoluto, existe, pero aún así, en los libros de historia no hay ilustraciones sobre el rostro del Absoluto. Quizá, nosotros seamos su único rostro.
La dicotomía inicial: uno vive, uno existe. Pero, la vida no tiene sentido, mas, lo existente, alcanza su sentido al manifestarse. El ser humano es un organismo pluricelular; existe porque la esencia natura se manifiesta celularmente; en estricto rigor, los organismos, biológicos y naturales, alcanzan el sentido cuando no son más un óvulo y un espermatozoide. Ese organismo pugna finitamente por no ser más una esencia sino algo que se ha librado de su esencia primigenia y ahora, tras el tráfago uterino, se manifiesta pluricelularmente. Pero, una cosa es el organismo y otra mi yo, mi conciencia, mi espíritu. El organismo es cosa aparte. Lo biológico y lo metafísico: la otra dualidad tan erguida como un volcán. Pero aún no sé cuál es el sentido de la vida. Al menos la mía.
La frase inicial: la vida no tiene sentido. No obstante, nadie se reduce a ese principio. Pareciera que se presenta como el clímax de la inutilidad. Nadie nunca, durante los extravíos que proporciona el placer, ese instante extático en que el creador guiña el ojo, se atrevería a aceptar tal baratija del sinsentido que supone la vida. Supongo que a eso se enfrentan los escépticos y los pesimistas; a la flojedad de la libertad. Si sé es tan libre cómo se piensa, ni siquiera el aguijón del sinsentido debería tener el suficiente cianuro como para envenenar el amor por la vida. Tenga sentido o no, qué carajos, ya uno está aquí. No hay vuelta atrás. Pero ello, no debería desmeritar nunca el propósito del sinsentido.
Emile Cioran, en “Ese maldito yo” lo expresó de forma hermosa, sublime, descongestionada:
”El hecho de que la vida no tenga ningún sentido es una razón para vivir, la única en realidad”.
No tenemos mandato, no tenemos misión, no tenemos que ir a ningún lugar en específico si no nos da la gana. La vida no tiene sentido; precisamente, esa ausencia, es la ubicuidad de la alegría, de la fuga.