El mal no es cosa de la vida así no más
El mal no es cosa de la vida, así no más. Tampoco es un azar per se. Las cosas malas, realmente perversas, nacidas en la entraña de un monstruo rabioso, no pueden ser englobadas como una vicisitud. Ni el victimario ni la víctima merecen tal apoplejía del significado. El holocausto judío no fue una vicisitud. El gulag soviético no fue una vicisitud. El salto delante de Mao no fue una vicisitud. El socialismo del siglo XXI no es una vicisitud. No son azares los mares de sangre, aquellos que reciben, ya empozados en el fondo de la historia, la mirada lenitiva de ojos curiosos, que resplandecen cual zafiro cuando confunden la «mirada» con «comprensión», como si el sólo sentido de la vista fuese, al mismo tiempo, el sentido de la comprensión; las imágenes son bloques de píxeles, que también pueden ser bloques de información, pero jamás son una imagen provisional de las vísceras que gimieron de placer mientras penetraban hondamente en la libertad, como si ésta, virtud de los hombres, representase simbólicamente la acequia que riega la trabécula de los falos abyectos, falos que en conjunto, son un mismo falo: el del diablo; que no sería, en grado sumo, un error señalar como falo de la luz —Lucifer— y falo de la tierra —Por humillitas, tierra, tras ser condenado a la tierra, el fango, por el padre de aquellos que fueron los pobladores del paraíso—. La luz, que a la hondonada, representa la iluminación de sus anélidos, sus lombrices. Es algo de la lógica, una verdad de Perogrullo: el mal caza, sin más propósito que el de abrir una herida, inmovilizar a la víctima y conseguir en la parálisis impuesta y la indefensión los frutos de su poder; es un sistema de los abúlicos del bien.
¿Cuáles son los vicios del optimismo? Pensar que todo terror, crimen o siniestro indurándose en la concavidad repleta de esa mar de azúcares, grasas, hormonas y sangre, es un desafío, netamente un reto, una imposición, pero «imposición» no es vocablo correcto según los que hacen apología al designio del cosmos. Digámoslo así: es un desafío, netamente un reto, pero enderezado al robustecimiento del psiquis; un regalo. Rigurosamente hablando, una «sorpresa». El optimismo genérico es una coraza de los que no obtienen respuestas, pero se confunde un elemento: al mal no se le interroga, él es la respuesta a todas las preguntas de los atrabiliarios, presos de la vileza y ensombrecidos por el yugo de la voluntad de la* humillitas* y lucifer. Ni la viejita detrás de los visillos oyéndolo todo es una vicisitud o un acontecimiento «sorpresa», colocada divinamente para robustecer una virtud. Mucho menos los híspidos y grupetos fanáticos dispuestos a enaltecer un dogma con la flaqueza propia y forzada. Si es así, las interpelaciones morales, éticas y jurídicas son un sinsentido; las ciencias humanistas serían una forma de disentimiento contra el universo y el destino con que el Creador moldea y modela las vidas de los seres; los Estados de Derecho serían una blasfemia a los albores del orden cosmológico. Ese es el problema subyacente a los esquemas de prefabricación que se le da a todo desde el optimismo genérico; como dice Aristóteles con la ética: es lo dado. Barnizarlo todo de indecisión e involutad: este es el problema con los que predican y hacen el bien. Por eso el mal siempre lleva la delantera: la maldad requiere voluntad y decisión, pero el bien no, se supone que es lo dado.
Sucede una particularidad, muy subjetiva además, con el malvado, el abyecto que decide alterar el orden: ¿Por qué se ha rebelado contra el bien? ¿Es acaso el bien un totalitarismo inaudito para la conciencia individual? ¿Por qué un código de valores, descubierto y definido por la ciencia ética, aquello que es «nombre provisional» de Dios para lo cual todo es buen devenir enderezado al interés colectivo y, dicho sea de paso, nominal o epónimo de un pretérito atemporal como la residencia del Absoluto, del cual todo es preestablecido, por ende, dado, mera e infinitamente dado? Las cosas enderezadas a un bien, son lo dado; lo que no, no es dado, producto, entonces, de la más abominable muestra de voluntad. El mal se ejecuta con una razón de Perogrullo: porque se puede. El bien, como cosa divina, con una razón quijotesca: porque es lo ideal para la especie y la supervivencia colectiva. Entonces, hay un principio de determinación basado en el iusnaturalismo, precisamente aquello invaginado en los principios racionales del Derecho natural; un hombre malvado encuentra en la razón fundamentos válidos para subrogar los espacios donde se promulga un fin que, en génesis propiamente dicha, no tiene asidero en la conciencia, pues ¿Por qué denominar un «bien» como algo del Creador? Porque quizá no es del hombre, mas si todos de él somos parte, dígase, cuerpo somático de una entidad supramaterial, la reminiscencia de los griegos sería un buen paliativo para esto.
Encontremos el clímax, el callejón que no tiene salidas ni entradas: el «mal» es más del hombre porque es una muestra de voluntad, de poder, de razón; el «bien» no es tanto del hombre, porque en los anales de la historia de la humanidad y el cristianismo, incluso en las santas escrituras, se puede subrayar que el «bien» es algo per se del Creador y no del hombre. Esto vuelve a la especie humana, axiomática expiación, una vacilación originaria: ¿si el bien no es enteramente suyo, racionalmente suyo, entonces qué si es de él? Es allí donde muchísimos abrazan al mal, abrasándose a sí mismos, individuando un ave fénix, como cosa alegórica de la razón, para que ésta, sumiéndose en el corazón de la lumbre, renazca como una poderosa, inimaginable, notoriamente individual, razón humana con un nuevo código de valores, una moral del «mal» que le guíe en los propósitos y elecciones que den al curso propio, una dimensión profusamente entintada con la pluma de los Derechos racionales como nunca se habían pensado.
Es algo insoslayable: el mal, ius racionalis. El bien, nihil obstat per supra divinidae. Esta es la problemática que históricamente se ha pasado por alto: a lo dado, que nada cuesta para el hombre, salvo la reproducción cotidiana, no sufre los accesos de la pasión porque no es una determinación de sí, mas el mal, lucha con garras y mísiles balísticos, porque no es obsequiado, se busca, se le modela y se le reconoce como ajeno, distanciado, inhumano, antidivino. Y esto es un problema: el mayor fuerte del bien «bien» es la intransigencia tácita de los que se dicen buenos, pero son intransigentes y no militantes del bien; por ello, en las pugnas históricas, han sido los intereses personales de grandes personalidades los que han librado la lucha por y para el bien. El mal, por otra parte, no necesita los laboriosos de su militancia activa y minúscula; su mayor fuerte es la militancia tácita que le prestan los indiferentes, aquellos intransigentes del bien. Males añejos y densos, como el comunismo así lo demuestran. Venezuela, por ejemplo, es una muestra perfecta de lo que sucede cuando los buenos no hacen nunca nada por y para el bien; y sujetos, de personalidades cetácicas, con grandísimos intereses económicos y globales, como por ejemplo Donald Trump, pueden asestar un golpe de grandes proporciones por y para el bien, sin que sea esa su motivación per se. Ese es el punto por el cual el mal no termina nunca de desaparecer: se educa para entender el «bien» como principio irreductible conferido por el Creador, pero, para fortuna de grupúsculos, no se educa para defenderlo. Mientras que el mal exprime todos los azucares de su pulpa para defenderse.
¿Con el «bien» o con el «mal»? Ya que la carne está condenada descomponerse bajo la tierra, igual que la serpiente tras sufrir la condena a manos de su padre Creador, rebelarse contra la psicóloga primigenia —¡La que se arrastra!—, contra la entidad que nos alejó del zaguán del edén, contra aquello, rúbrica de nuestra mortalidad, es conferirle a la razón un lugar más allá del bien y del mal. Más exactamente, un espacio llamado: súperdisidencia.
El mal es predicador y el bien, peregrino, demasiado peregrino.
"¿Con el «bien» o con el «mal»? Ya que la carne está condenada descomponerse bajo la tierra". la pregunta es ser bueno o ser malo cual es la razón de vivir, como expresa el marques de sade en juliet, como ha de portarse bien si la mentira y el engaño la recompensa...
un trabajo muy bueno, nuestras congratulaciones compañero
Gracias por leer, aprecio el comentario. Saludos.
Gran artículo! El bien y el mal...la eterna dicotomía...
Ciertamente, estimado. Unsaludo.
Muy buen trabajo felicitaciones @cavilacion
Graciasssssssss. Saludos.
Buena visión acerca del mal, te apoyo y seguiré. Un saludo desde Venezuela.
Gracias por el comentario. Saludos.
Muy buen tema excelente post lo voto.saludos desde Guarico,Venezuela
Gracias por leer. Un saludo hasta Guárico
Me ha gustado bastante este. Al final me he quedado un poco pensando en Gandhi, que noción tienes de el como defensor del bien? Lo fue, o moldeo el bien a los intereses, o a la idealización que tenia? Quizás el bien y el mal son solo conceptos abstractos como consecuencias de una acción. Realmente este te deja pensando. Saludos bro.
Buena forma de verlo. Quizá como dice Nietzsche "No hay actos buenos o malos. Sólo interpretaciones morales". Supongo que todo lo dicta el interés. ¡Salute!