El deseo es un destino turístico en el que un viaje es toda la vida
En las arterias del tiempo, uno, a veces, se vuelve un aneurisma que estalla sin demoras. Deseamos caminar. Un caminar vano. Deseamos caminar, para exultar las rutas que hacen de nuestros pasos tradición histórica, individuación paroxística del individuo para acrecentar el arsenal de cándidos cuentos, esperando a ser relatados frente a párvulos de fisonomía y pensamiento, pues, éstos también esperan desear caminar. Un caminar vano, siguiendo las rutas de un mapa, para, frente a los suyos, ataviar de utopías los pasos ya disecados por el devenir del tiempo… Historias secas, de matices apergaminados, con aspecto arrugado como el de las pasas frescas o los frutos deshidratados. Elevamos el acicate de vivir dentro del deseo, esa suma excitante de posibles experiencias destinadas a la eterna juventud de la memoria, a los amaneceres edénicos de un buen paraíso… Para el Alzheimer, no serían más que puros sinsentidos; la abolición de memorias no se haría esperar. Pero, no quiero llevar al Alzheimer a ser el objeto de esto, sino, solo subrayar, como extendiendo los visos de cualquier ironía subyacente, lo advenedizo del absurdo. Lo que nos interesa aquí, son las figuras que simbolizan el coito prístino: el hombre y su ansía de realización. Porque la ansiedad, esa forma agitada del deseo, nunca es orgánica per se, todo lo contrario; es una consecuencia, es un adolecer por siempre, porque la realidad es que somos seres adolescentes desde que, gracias a los límites racionales, explotamos la ambición de realizar a toda costa, a costa de cualquiera, a costa de nosotros mismos, el camino que dote a nuestras suelas de un sentido. Por supuesto que no toda forma del deseo, es siempre propia; también es ajena e igualmente nos llega. Y que además, muy pocas veces, sea cual sea la circunstancia, deviene acción. Uno de los deseos impropios que devino acción en el otro, fue el caso de Eva y el fruto prohibido le otorgó un sentido: el de la expiación. Aunque, sea cual sea la forma del deseo, sea propio o impropio, devenga o no acción, siempre nos otorga un sentido muy distinto al que tanto se había prefigurado en el deseo: el de la expiación.
Todos sufrimos el éxtasis de la realización aunque no hayamos realizado nada, aún. Y ese “aún” es una suerte de puntos suspensivos que se utiliza como bocanada de aire fresco, a pesar de que esa bocanada dure a veces varios años, hasta incluso, una vida entera. Bajo ese paradigma de dotes crepusculares, nos observamos frente al espejo, como quien ve un ocaso teñido de poderosas mescolanzas entre colores y formas, barruntando, enmarcados bajo los albores cosmológicos del universo, la divinidad de la realización y, cómo no, inyectando dosis de ansía almibarada con el zumo de gloriosas proyecciones futuras. El sendero que más tiempo nos ocupa y que más empeño nos arrebata, es el deseo y sus demás formas de agitación. Somos senderistas del deseo. El deseo es a nosotros lo que el opio es a Rimbaud. Suelas de viento en Rimbaud, suelas de deseo, en nosotros. Esta ansía de futuro, este deseo de realización, esta búsqueda de sentido que muchas veces no es sino inacción. Inacción aprehendida. Porque exalta el querer ser y no el ir siendo. Siempre paralizados, observando las primaveras bajo el velo del deseo. Paradójicamente, la realización que no pose con los zapatillas del deseo, sino, con los pies descalzos de quien un día entre tantos, cinceló un bombillo en las paredes de la caverna, para encenderse, para entender la extensión de las sombras, es la única rebelión frente al deseo y el deseante aspirando a devenir cosmos en el organismo de cualquier víctima.
Un fragmento de Dostoievski, tomado de “Los Hermanos Karamazov”:
Iván: ¿Sabes lo que me estaba diciendo hace un instante? Que si hubiera perdido la fe en la vida, si dudara de la mujer amada y del orden universal y estuviera convencido de que este mundo no es sino un caos infernal y maldito, por muy horrible que fuera mi desilusión, desearía seguir viviendo. Después de haber gustado el elixir de la vida, no dejaría la copa hasta haberla apurado. A los treinta años, es posible que me hubiera arrepentido, aunque no la hubiera apurado del todo, y entonces no sabría qué hacer. Pero estoy seguro de que hasta ese momento triunfaría de todos los obstáculos: desencanto, desamor a la vida y otros motivos de desaliento. Me he preguntado más de una vez si existe un sentimiento de desesperación lo bastante fuerte para vencer en mí este insaciable deseo de vivir, tal vez deleznable, y mi opinión es que no lo hay, ni lo habrá, por lo menos hasta que tenga treinta años. Ciertos moralistas desharrapados y tuberculosos, sobre todo los poetas, califican de vil esta sed de vida. Este afán de vivir a toda costa es un rasgo característico de los Karamazov, y tú también lo sientes; ¿pero por qué ha de ser vil? Todavía hay mucha fuerza centrípeta en el planeta, Aliosha. Uno quiere vivir y yo vivo incluso a despecho de la lógica. No creo en el orden universal, pero adoro los tiernos brotes primaverales y el cielo azul, y quiero a ciertas personas no sé por qué. Admiro el heroísmo; ya hace tiempo que no creo en él, pero lo sigo admirando por costumbre… Mira, ya te traen la sopa de pescado. Buen provecho. Aquí la hacen muy bien… Oye, Aliosha: quiero viajar por Europa. Sé que sólo encontraré un cementerio, pero qué cementerio tan sugeridor. En él reposan ilustres muertos; cada una de sus losas nos habla de una vida llena de noble ardor, de una fe ciega en el propio ideal, de una lucha por la verdad y la ciencia. Caeré de rodillas ante esas piedras y las besaré llorando, íntimamente convencido de hallarme en un cementerio y nada más que en un cementerio. Mis lágrimas no serán de desesperación, sino de felicidad. Mi propia ternura me embriaga. Adoro los tiernos brotes primaverales y el cielo azul. La inteligencia y la lógica no desempeñan en esto ningún papel. Es el corazón el que ama…, es el vientre… Amamos las primeras fuerzas de nuestra juventud… ¿Entiendes algo de este galimatías, Aliosha? --terminó con una carcajada.
Aliosha: Lo comprendo todo perfectamente, Iván. Desearíamos amar con el corazón y con el vientre: lo has expresado a la perfección. Me encanta tu ardiente amor a la vida. A mi entender, se debe amar la vida por encima de todo.
Iván: ¿Incluso más que al sentido de la vida?
Aliosha: Desde luego. Hay que amarla antes de razonar, sin lógica, como has dicho. Sólo entonces se puede comprender su sentido."
Quizá, mejor que desear vivir en busca de sentido, es amar vivir porque no necesitamos ningún sentido.
Aliosha que amorosa
Demasiado.
Te has mandado un escrito de esos que la verdad me dejan sin palabras, solo se pueden leer y leer haber si la suerte quiere grabar unas líneas en la memoria. genial simplemente genial :)
¡:D!
Amigo, disfruté tanto, tanto leyéndote... que te volví a leer:)
Te quedó genial, te felicito!
Un abrazoo @cavilacion
Suegrisssss gracias por pasarte