El reconfortante abrazo de su madre aliviaba cualquier pena, cualquier, enojo, frustración, eran su puerto seguro y su refugio, la palabra dulce siempre lista, el oído atento. Le recordaba muchas veces el cuento del Rey Midas sí ese que decía que todo lo que tocaba se convertía en oro, pues su madre era algo parecido todo lo que tocaba se convertía en un “cariño” en un “mimo” en una extensión de su abrazo.

Y un ejemplo de eso era su comida, el simple hecho de entrar a casa y percibir el aroma que venía desde la cocina era una estupenda bienvenida, era un “Qué bueno que ya estás aquí hija” y en la mesa siempre había “algo“ esperando al resto de la comida un pan, una cestita con tortillas, un molcajetito con salsa, o ese guacamole que solo se podría describir con una palabra "divino”. La sazón de su madre no tenía comparación, la comida no sabía igual una vez que pasaban por sus manos.

Fabiola sentía desde muy temprana edad curiosidad por la cocina y su madre lo noto por lo que comenzó a involucrarla, primero observando desde un banquito de lejos y después acercándola poco a poco, alcanzando desde esa banquita la estufa, dando vueltas con un cucharon a la comida, y osadamente a las tortillas en el comal, le encantaba probar la temperatura del sartén dejando caer unas cuantas gotas observando como chisporroteaban al contacto.

Así fue como la cocina en casa de Fabiola era el lugar entrañable de miles de conversaciones, de festejos, de regaños de incontables alegrías y también de tristezas, era el confesionario entre ella y su madre. Siempre había una comida nueva favorita, que siempre disfrutaba asegurando esa si era en definitiva su platillo favorito hasta que llegaba uno nuevo, el ultimo antes de casarse fue el “atún con brócoli” y seguía siendo su favorito, aunque por más veces que lo intentaba nunca, jamás le quedaba igual ni siquiera cerca al de su madre, como con otros platillos los reinventaba hacía su versión de, logrando un buen sabor pero siempre diferente, comprendía que el secreto siempre ha sido poner el corazón en cada platillo comprendiendo que el fin de los alimentos preparados por ella, no solo era el de satisfacer unos estomaguitos hambrientos y aunque nunca sabría igual a los de su madre, siempre reconfortaría también a su propia familia.