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Tan solo tenía cinco años cuando lo vi por primera vez, su belleza era tan grande y cautivadora que aún recuerdo claramente el día en que lo conocí.

Estaba apenas en el jardín de infancia, y decidí hablarle. Muchos dirán que lo que yo sentía no era amor, ¿Cómo un niño tan pequeño podía amar? Y aunque yo no sabía realmente el significado de esa palabra, tenía más que claro que lo que él me hacía sentir era diferente a todo lo demás.

Tenía mucho miedo, no quería que mis padres me castigaran por lo que estaba sintiendo. Así que preferí amar en secreto.

Los días se convirtieron en meses, los meses en años y yo en un guapo jovencito. Al pasar a la escuela nos separamos, ya de aquel buen amigo con el que jugaba en tardes de infancia solo quedaba el sentimiento que hacía saltar mi corazón.

Nunca me volví a enamorar, y no es que no lo haya intentado, pero nadie podía causarme aquella sensación que me invadió la primera vez lo vi.

Continué mi vida con normalidad, tenía altas calificaciones y estaba apunto de graduarme de la universidad, cuando él apareció nuevamente. Su rostro ahora más robusto y su voz un poco más gruesa me hicieron poner nervioso. Tenía muchos años sin verlo, había cambiado bastante físicamente, pero a simple vista sabía perfectamente que era él.

Me acerqué a saludarlo, trataba de mantenerme calmado, no quería que descubriera todas las emociones que reboloteaban en mi interior.

Él, sin dudarlo, me dio un gran abrazo y yo sentí que estaba soñando, mi corazón bailaba en ese momento.

Comenzamos a platicar sobre lo que había sido de nuestras vidas después de aquel adiós hace tantos años. Caminamos hasta un café, donde reímos y bromeamos con el recuerdo de todas las anécdotas de nuestra adolescencia.

Poco a poco fue cayendo la noche, era momento de despedirnos, él revisó su teléfono y escribió algo rápido; se me ocurrió pedirle su número, cuando una expresión enamorada me dejó sin palabras, sabía lo que él estaba sintiendo porque esa misma expresión la había visto muchas noches en el espejo mientras pensaba en él.

Se levantó de la silla y camino hacia mí, ahora a sus ojos de amor se sumaba una sonrisa, extendió su mano hacia una hermosa chica que estaba acercándose con un bebé en brazos.

Besó a la chica y me presentó a su hijo, el nombre del pequeño era igual al mío. Estaba destrozado por dentro, pero a la vez me encontraba feliz, aquel hombre que tanto había amado sonreía como nunca.

Me despedí de ellos con un fuerte abrazo, estaba destinado a callar por siempre lo que sentía. Caminaba por las calles solo con mi corazón roto y los ojos llenos de lágrimas, me cuestionaba sobre el porqué tenía que haberme topado con él.

Una mezcla de emociones me hizo comenzar a llorar, me senté a esperar el autobús y las lágrimas no paraban de caer. De repente, un joven se acercó a mí y extendió un paño para secar mi cara.

Le devolví una sonrisa de cortesía. El chico me comenzó a hablar, en ese instante no quería escuchar nada de nadie, por lo que sutilmente comencé a ignorarlo, él continuó insistiendo sobre los días malos, que no debía estar triste, que todos pasamos por eso.

Me causó mucha risa su insistencia y dejé escapar una carcajada, el comenzó a reír conmigo.
Realmente necesitaba algo que me hiciera sentir mejor.

Ambos nos presentamos, y comenzamos a hablar, no quise contarle nada acerca de lo que me había pasado, aunque la verdad él tampoco preguntó. Se hacía cada vez más tarde y el último autobús estaba a punto de pasar, tuve que decirle adiós.

Cuando el transporte iba a arrancar, me pidió mi número de teléfono. Dudé por unos segundos sobre si era correcto dárselo, pero al ver sus ojos ilusionados no pude decirle que no.

Al llegar a mi casa tenía un mensaje de él, le respondí y comenzamos a hablar nuevamente, las horas se quedaron pequeñas con nuestras historias. Los días comenzaron a parecer cortos cuando hablábamos.

Entonces comprendí que la vida me había regalado la oportunidad cerrar el capítulo con mi primer amor, para poder dar paso a algo maravilloso.

Nuestras noches en vela conversando se sumaron y pasaron de ser una o dos, a ser cientas. Sus serenatas, a veces por teléfono y otras en persona, se iban ganando pedacitos de mi corazón.

Aquel curioso joven que conocí por casualidad en la parada de autobús, ahora era mi gran amor.

Me gradué de la universidad, y comencé a trabajar, caminábamos cada mañana juntos al trabajo y nos encontrábamos en aquella parada al anochecer.

Compramos nuestros primer auto, nuestra primera casa, ya no éramos unos jovencitos. Me gustaría contarles que nos casamos, pero en mi ciudad en este tiempo eso no es posible.

Sin embargo, eso no fue impedimento para que nuestro amor se volviera gigante. Mi segundo amor, pero el verdadero, me ha regalo un sin fin de buenos recuerdos. Hoy, muchísimos años más tarde, seguimos uno al lado del otro, nos amamos y sé que nos amaremos por el resto de nuestras vidas.

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Muchas gracias por leer hasta el final nuestro relato, esperamos lo hayan disfrutado tanto como nosotras disfrutamos escribirlo. Alguna duda o sugerencia déjala en los comentarios, nos hace muy felices poder interactuar con quien nos lee.

Desde este lado del mundo, se despide con cariño @cafeconleche.

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