Reflexiones: Hay abrazos que no se olvidan

Hay abrazos que no se olvidan, que dicen tanto mientras duran que llegan a sobrecogerte, a conmoverte, a cambiarte. Ayer una ex alumna de la universidad cambió su foto de perfil de Facebook y no pude evitar poner un comentario diciendo que se le extrañaba, y estaba siendo sincero, la extraño.

Pongamos que se llama Emma, un nombre que además significa mucho para mí por razones ajenas a ella. Egresó hace poco de la universidad y me dio uno de esos abrazos que nunca se olvidan. Emma es de esas chicas que generan comentarios cómo: “ojalá mi hija fuera como ella”, “si tuviera una hija ojalá y al crecer sea como Emma”, y similares, pero aunque muchos pensamos así de ella, sus padres aparentemente no, y en parte es porque no saben algo muy importante de su hija, que es homosexual.

Todos en la universidad siempre lo supimos, ella y su pareja, otra alumna de la universidad, pongamos que se llama María, siempre fueron aparte de buenas chicas, buenas alumnas, muy apreciadas por sus compañeros y sus maestros, y que fueran pareja en realidad nunca fue tema de conversación, para todos era lo más natural del mundo, era común verlas charlando en los pasillos o comiendo en la cafetería, eran y siguen siendo una linda pareja.

El día de la fiesta de graduación de la generación de Emma, que está un año adelantada respecto a María, un servidor llegó un poco tarde por un evento de la universidad, y no alcancé lugar en la mesa destinada a los maestros, así que tuve que sentarme solo en otra mesa cercana. Unos minutos después llegó otra maestra que igual no pudo llegar temprano, y rato después se acercaron a saludarnos Emma y María.

Tanto la maestra como yo estábamos al tanto de los últimos acontecimientos de la pareja, después de romper por un tiempo, estaban de nuevo juntas, y el motivo del rompimiento había sido el estrés derivado de ocultar su relación a sus padres, si, esa relación tan linda que toda la universidad conocía y nadie veía mal, era una relación de la que los padres de ambas no estaban al tanto, al ser estos muy conservadores, sobre todo los padres de Emma.

María era la única compañía de Emma en su fiesta de graduación. Mientras muchos de sus compañeros de generación estaban celebrando con toda su familia, la familia de Emma decidió no ir a la fiesta, y no por su preferencia sexual, porque para ese entonces no lo sabían, y puede que aún no la sepan, sino por la mala relación con ellos derivada en buena parte de tener que mantenerla en secreto, al igual que su relación con María. Emma estaba visiblemente acongojada por ello, por lo que la maestra y yo invitamos a ambas a acompañarnos en la mesa; fue así que ese día, Emma, María, la maestra y yo fuimos familia por una noche.

Al final logramos nuestro objetivo: hacer sentir mejor a Emma y que tuviera una linda noche de graduación. Finalizada la noche, nos despedimos todos y nos dispusimos a partir a casa a descansar y fue así que Emma me dio ese abrazo que se me quedó grabado en la memoria. Ya al llegar nos dimos una largo abrazo, fue de mis alumnas preferidas, y creo que siempre lo será, y sabía por lo que había pasado, ya que yo mismo le había buscado apoyo sicológico con una maestra amiga de la misma universidad para que le ayudara a manejar mejor el rompimiento con María.

Sin embargo ese abrazo de despedida fue diferente, fue más largo, más fuerte, sin palabras, no hacían falta en ese momento. Al final ambos teníamos los ojos rojos, una lágrima queriéndosenos escapar, y una sonrisa sincera dibujada en el rostro. Ese abrazo es especial para mí por todo lo que había en él: cariño, agradecimiento, respeto, amistad.

Lo recuerdo y no puedo evitar sentirme de nuevo como en ese momento. Pocas profesiones como la docencia te dan la oportunidad de ser parte de la vida de los otros de esa manera. Ver como tus alumnos crecen como profesionistas y seres humanos, y saber que eres parte de ello, en menor o mayor grado, aunque suene trillado, es de lo más satisfactorio. Y en ese camino uno crea vínculos, amistades, cariños que lo acompañan para siempre. Como el de Emma, que sé que, al igual que yo, siempre recordará esa fiesta de graduación en que más que maestro y alumna fuimos familia, y ese abrazo en que dejamos que el silencio dijera lo que la emoción no nos dejó decir con palabras al despedirnos.

Ya han pasado meses de esa fiesta, y cada vez que en alguna reunión me dicen: “y tú, ¡¿cuando nos das la sorpresa y sientas cabeza?!” no puedo evitar pensar que si alguna vez tengo una hija, homosexual o no, ojalá que al crecer… sea como Emma.