Sí al perdón.

En oportunidades le depositamos confianza a un ser querido o de nuestro entorno, y éste nos traiciona, ofende, engaña o perjudica, ante semejante situación, sentimos decepción, y porque no rabia o rencor, ya que consideramos una injusticia lo que nos ha hecho.

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Inevitablemente caemos en el odio, hacia esa persona, a tal extremo que no deseamos ni que nos mire, ya que el rechazo es fuerte. Nos repugna, todo lo que tiene que ver con ese ser.

Como seres sociales, que somos, no estamos exentos de sufrir decepciones de familiares o seres queridos, también sabemos que mientras más cercana sea la persona, la decepción es más intensa, duele más, ya que está en juego otro elemento llamado confianza.

El odio, es un sentimiento de rechazo intenso hacia un sujeto o hacia algo, al experimentar ese sentimiento, también estamos envenenando nuestro cuerpo, debido al desgaste de emociones estamos sometiendo a daños severos a la salud como: presión sanguínea, ritmo cardíaco elevado, úlceras, etc. Tarde o temprano las emociones atrapadas pasarán factura al cuerpo.

Ahora bien, que debemos hacer. Se lo dejamos al tiempo y olvidar, o simplemente perdonar, que de paso es una virtud que tenemos los humanos. Perdonar es un sentimiento sublime que nos enseña a regenerarnos como personas. Aún sabiendo que para perdonar, se necesita sobre todo de autocontrol y estabilidad emocional, que va en beneficio de nuestra salud, generando paz interior e iluminación al espíritu. Sanar las heridas y superar las dificultades, es un acto de contribución tanto para el que solicita el perdón, como para uno mismo.

El perdón como experiencia liberadora.