Me construí de errores que no quiero repetir, de infinidad de noches abrazada por el miedo, tantas inseguridades cosidas a mi piel; hasta que tomé un sacacosturas y decidí arrancarme los estigmas que mi propia mente había creado y me impedían, tantas veces, vivirme a mi y vivirle a él como ambos merecíamos. Pero no es fácil. No basta con descoser y suturar de nuevo. Es un proceso largo, pero jamás había estado tan segura de querer terminar algo que había iniciado. Quizás, la perseverancia, sea una de mis más grandes locuras.
Llévenme de vuelta a todos esos bares de Trinidad, donde la embriaguez no era por licor, sino de libertad. Volver y hacerlo mejor, porque de otra manera no tendría sentido. Perderme en él, como tantas otras veces me he perdido en mi propio destino, pero ahora en él, en sus brazos que son calma y en su risa que ha sido tantas veces mi propio motivo para sonreír.
En mis sueños, vuelvo al bar. Sonrío al verlo frente a la barra, con toda su dedicación puesta en el trago que está sirviendo. Sus ojos brillan, pero no se lo voy a decir. Pensará que estoy mintiendo. Lo veo reír al entregar el vaso y el corazón se me convierte en un cubito de hielo tintineando en otra copa ¿Por qué es capaz de hacerme ver lo más simple como extraordinario?
Me detengo. No puedo parar de mirar sus manos danzando sobre sus tareas, las mismas que quería atadas a mi cintura en cualquier baile. No sabes bailar, Betania. No importa ¿Verdad? Que importa si sé o no bailar, yo solo quiero que sus brazos me rodeen y aguantar mi pena. Bendita vida que me dio dos pies izquierdos.
Y así lo extraño y así lo quiero, obstinado como nadie en sus momentos más difíciles, pero con una pasión infinita para comenzar de nuevo y observar su sonrisa escondida detrás de sus temores. Porque también teme. Todos tememos.
Termina el día y me asusto. Quiero volver a aquél bar y en silencio contemplarlo trabajar. No diría nada, solo lo observaría a través de las persianas que impongo a mis ojos para que no se escape el amor como un rayo de sol a las 7 de la mañana. Que no se entere, que me asusta. Que sepa que lo quiero, claro, pero ¿Rendirme así? ¿Declarar mi derrota admitiendo que su luz alimenta mis motores? Asusta, Betania. Claro que asusta.
Pero hoy no quiero persianas. La luz natural es más bonita, aunque nos despierte. Y lo miro, una y otra vez, como solía mirarlo en silencio, pero ahora lo grito. Bueno, lo escribo. Me cuesta gritar lo que siento cuando el nudo en la garganta bloquea cualquier posible intento de comunicación. Hoy te veo así, como te veía, y el corazón me da un brinco en el pecho.
Hermosa manera de mirar con el alma. Tus palabras suenan a puro amor. Excelente. Estamos en contacto. Saludos.