Esta mañana saliendo de casa tropecé con una vecina, nos saludamos, charlamos un rato y después de varios minutos decidimos entrar para tomar un rico café, bueno… al decir verdad no tan rico porque aquí en Venezuela ya no conseguimos alimentos de calidad pero, como la compañía de mi vecina para mí siempre es agradable pues, nos degustamos el café como si fuese el mejor café gourmet del mercado.

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     Es común ahora entre los que vivimos en Venezuela hablar de los mismos temas todo el tiempo, a cada momento, en el mercado, en el transporte público, en las clínicas y hospitales, entre familia, con los vecinos, el tema sigue siendo la crisis que estamos viviendo. Nos hemos vuelto unos expertos hablando de economía, medicina, educación, dietas, bellezas, sociedad y un sinfín de cosas, aún cuando nos tomemos juntos una tacita de café.

     Mi vecina y yo luego de pasearnos por los chismecito típicos de la cultura venezolana, conversamos sobre la descomposición social, es preocupante y alarmante la cantidad de niños, niñas y adolescentes en situación de calle, a ambas nos preocupa el futuro de esos chamos y el futuro de la sociedad venezolana si no se ejecutan proyectos que rescate del abismo a tantos miles de muchachos.

     Tocamos el tema de la inseguridad, pero la inseguridad vista desde el contexto, la inseguridad vista desde una nueva concepción donde no solo el vandalismo, fechorías y bandas organizadas con el fin de delinquir definen el término sino, también de la inseguridad que sentimos cuando vamos a un hospital y no encontramos al médico ni tampoco las medicinas, inseguridad cuando me acerco al colegio de mis hijos para saber si fue aprobado o reprobado y salir pensando si será posible inscribirlos nuevamente el próximo año escolar, inseguridad cuando vamos al mercado con incertidumbres pensando si el dinero me alcanzará para comprar algo o no, inseguridad al momento de formular una denuncia porque realmente no sabes si la tomarán en cuenta o será otro caso para archivar porque en Venezuela ya nadie cree en las instituciones, definitivamente la concepción de “inseguridad” cambió por completo en nuestro país.

     Ese intercambio de palabras, ese momento de reflexión con mi vecina, nos siguió animando para juntas tomarnos otro café. Coincidimos en que lo más duro y triste de la conversación es el argumento de los niños y niñas en la calle pidiendo comida o muchas veces robándola, la prostitución infantil es decir, todo aquello que se conjuga para pensar en “violencia juvenil”.

     Trajimos de los viejos recuerdos eso que nos enseñaron en la escuela, “La familia es la base fundamental de la sociedad” y es verdad, pero igual nació la duda de si toda la responsabilidad debe recaer sobre la familia y esta vez coincidimos una vez más en que la duda se convierte en un dilema, puede que sí, puede que no sea responsabilidad total del núcleo familiar por sus múltiples factores, vimos varias situaciones de familias cercanas y pudimos concluir que no siempre somos los responsables del fracaso de nuestros hijos, un ejemplo vivo lo tenía yo en frente y no lo hubiese imaginado, mi vecina, afligida, con lágrimas en los ojos me confesó que su hijo, adolescente de 17 años está privado de libertad por el delito de robo.

     Creo que hacía falta esa tacita de café, aunque está muy costoso comprarlo, una tacita de café puede aliviar una pena y fortalecer el alma. Levantarse, tomar nuestras camillas y seguir andando como le dijo Jesús a Lázaro (Juan 5, 1-16).

     Señor, que me dé cuenta de lo pequeño que soy y de lo necesitado que estoy de tu misericordia y de tu amor.