El hambre y la gula; por @seifiro

in #spanish6 years ago

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El hambre es de todos el peor padecimiento del cuerpo. La misma no puede ser ni una virtud como tampoco un vicio, salvo en los casos de algunas religiones entre cuyas costumbres se halla el ayuno. Esto es algo que promulga el cristianismo, religión que más que condenar al hambre condena a la gula por ser esta última un acto vicioso, tanto así que ostenta al sexto círculo del infierno como lugar de castigo para los enfermos de la Gula, como también los hay para los coléricos y para los enfermos de bilis. Sostiene Santo Tomás que este vicio —el de la gula— no es «cualquier apetito del comer y del beber «[appetitum edendi & bibendi]» sino sólo el «desordenado [inordinatum]», o sea, «el que se aparta del orden de la razón». Algunos por su parte afirman que Dante convirtió a la gula en pecado debido a que la edad media era época de grandes hambrunas, lo cual significaba que si alguien comía más, otro comía menos. No obstante, es un dato bastante tremendista del cual no puedo precisar su exactitud.

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Sin embargo, no podemos entender a la gula como sólo un sentimiento contrario al hambre física, y menos como la acción de comer alimentos exageradamente. Un gobernante o una figura de Poder determinada, puede pecar de gula al devorar al Poder mismo para lograr así alimentarse de él y crecer. Dicha gula puede traducirse en la posibilidad de amasar fortunas como consecuencia de hacer pasar a otros el hambre física de la que he venido hablando.

De nuevo, regresando a «La comedia», la gula es representada por los cerdos y por el demonio Belcebú. En el círculo infernal que le corresponde, los gulosos, los cuales también son figuras católicas de la misma iglesia, como también políticos, se revuelcan en el lodo. Es el primer círculo del infierno, que se presenta en condiciones escatológicas. Por un lado está Cerbero, el perro de tres cabezas, y por el otro, el papa Martín IV quien hacía morir anguilas en vino dulce para luego aderezarlas en salsas.


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La pesadez del hambre comienza como un malestar físico en el estómago, exactamente como una sensación que alerta a un vacío dentro de uno mismo, y que alienta a una necesidad que precisa ser llenada. Sabemos entonces que tenemos que comer algo; pero de no hacerlo, este vacío se irá intensificando progresivamente hasta que en un punto determinado se empiece a convertir en una sensación horrenda de mareos, de debilidad, de hinchazón del vientre; una sensación de estar siendo comido internamente, acompañado de una desconexión con los sentidos, y en especial con la mente. Pero también con una desconexión con la sociedad cuando el hambriento realiza que el pan no se halla sobre la mesa.

El hambre produce irritabilidad, cansancio físico y emocional, acompañado de una ira que nos remonta a nuestros instintos primitivos que en el peor de los casos, puede llevar a un individuo como también a un conjunto de ellos a tomar comportamientos basados en acciones barbáricas. En el momento en el que el hambre convierte al individuo en esto, este mismo se transmuta en un ser débil que se siente siempre patético e inútil, algo así como un animal pequeño extraviado en las calles de una enorme urbe que se erige violenta e inhóspita sobre él.
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La mesa de una casa, es en sí misma una institución familiar, de hecho, es el centro de todas las instituciones familiares que conformen a un grupo de individuos en tanto a lazos sanguíneos como también de nombres. El pan y el vino sobre la mesa, son en sí mismos una "coordenada" que, además conforman per se a la eucaristía (en la tradición cristiana como en el propio círculo familiar): sangre (vino) y al corpus (pan) de la familia, la cual se reúne en la mesa todos los días. En ella existe una jerarquía cotidiana en donde los padres van a la cabeza, después los hijos; en la mesa se habla del día a día mientras se come. La jerarquía secundaria no es menos importante, sucede lo mismo en tanto a charlar y a compartir el día a día, pero la ubicación de los padres son ocupadas por los abuelos, quienes son los patriarcas y matriarcas de todas las familias en tanto a sus autoridades en función de sus edades dentro del clan. La imposibilidad de conseguir comida para llevarla a la mesa rompe con estas tradiciones familiares tan sencillas que las hacemos de manera inconsciente durante toda nuestra vida sin reparar en ello. El pan, además es el origen de toda la civilización humana. Esta aseveración no es exagerada. La mesa es el punto de encuentro no sólo de la familia casera sino también de la meramente política y mercantil.

Los malvados condenan a sus prójimos a pasar hambre para poder así enfermarlos y enloquecerlos. Un gobierno que promueva al hambre y a la miseria no puede escapar de esta definición de malvado, como tampoco quienes los amparen desde las armas o desde la intelectualidad. Alimentar al ejercicio del hambre es imperioso en cuanto se quiera mantener a raya a una población que para un gobierno totalitario y fascista, según afirmaría Bataille («Estructura psicológica del fascismo»), sus habitantes (o los"gobernados") pasan a ser meramente seres inferiores que representan al pecado y a la impureza, mientras que los gobernantes son el «corpus sano» y «sacrosanto», por el que si lo precisa su supervivencia, debe de exterminar a los representan a un «tabú» dentro de la sociedad. Hacer pasar hambre a los habitantes, además de debilitarlos física, mental y socialmente, también los desgasta intelectualmente. La necesidad de caminar demasiado para comer apenas arroz es esencial en tanto para que los gobernados acepten que este castigo (de forma metafísica) quizá se lo merecen, como para que de igual forma acepten cuando les arrojen los restos de algunas comidas y se peleen por ella como seres barbáricos, ni siquiera al nivel de los animales salvajes. Dicho esto, el hambre en este sentido siendo intencionada por grupos de poder, también busca romper con la relación humano-animal. Los gobernantes promueven a los gobernados que un conejo es también lo que es en función de su peso en carne y valor proteínico. Además, se induce a presenciar a las muertes y sacrificios de animales caseros, (o por lo menos con nombres y reconocimiento por conjuntos humanos) al punto de hacer desaparecer en algunos o muchos individuos la noción de que exista la posibilidad de ver a los animales como mascotas o como amigos, el cual es otro principio de la sociedad occidental y civilizada.

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Del daño y del dolor, se supone que la muerte brinda un escape definitivo, pero ni la muerte misma puede hacernos escapar del hambre; los zombis comen carne, y los vampiros beben sangre.

La figura del zombi independientemente de su concepción artística, es la representación del cadáver de clase media y baja; su estética es sucia pues se define en una mezcla de heridas sangrante, pus; carne lacerada y también podrida, con ropas andrajosas y mal oliente, el cual vive en el frenesí de ingerir carne sin la posibilidad de preocuparse por su propia existencia pues, no tiene tan siquiera la capacidad de pensar por sí mismo; sólo “vive” para devorar y satisfacer a sus propias necesidad sin tener en cuenta otras razones más que sí mismo pues no puede estar a la altura ni del vampiro ni tampoco a la de Frankenstein, quienes pese a ser cadáveres como él, el zombi al igual que la clase proletariada no se preocupa por los problemas de los burgueses con respecto al existencialismo, a la igualdad de clases sociales, de género; ni tampoco las formas éticas ni estéticas de ser como en contraposición posee el vampiro, que es la representación del cadáver del burgués. El vampiro, por supuesto como podemos apreciar desde «Drácula» hasta «Entrevista con el vampiro» en cualquiera de sus formatos, conoce su posición como cadáver, es decir, reconoce a su propia existencia dentro del mundo. Asimismo, esta le aterra o le abruma, como Lois («Entrevista con el vampiro); o como Drácula, quien se permite hacer el mal desde su condición aristocrática, en un castillo en donde también se puede dar el lujo de contar con mujeres hermosas, voluptuosas y llenas de ferviente lasciva. Por supuesto, el apetito del vampiro es mucho más refinado pues cumple una función estética, de la misma forma en que lo cumple un plato de un restaurante fino en donde las porciones de comida son pequeñas: no se trata de llenar estómagos sino de disfrutar de la presentación, cosa que el zombi no puede hacer. He ahí la diferencia estética entre el sujeto que dice preferir una hamburguesa de la calle en tanto a «me va a llenar más que un plato de esos de los ricos que se sirven de forma miserable». El zombi cumple con su propia determinación de permanecer en el ya definido círculo de la gula y el hambre establecido por Dante en «La comedia»; el vampiro desde su educación y posición aristocrática y burguesa, puede romper con este paradigma en tanto se mantenga en dicha posición. Por otra parte, además de las dos criaturas ya mencionadas, existen otras que consuman sus existencias en la ingestas de alimentos como lo son los demonios que en diferentes culturas raptan bebés y niños para comérselos; y si no a las almas de los hijos de Dios.
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En síntesis, el hambre es la condición perenne tanto de la vida como también de la muerte. Del hambre no se puede escapar en ningún plano pues, siempre está presente como el dolor físico, espiritual y existencial el cual podemos padecer, y el cual podemos concebir. Toda hambre que se provoque de manera intencionada hacia un individuo o un grupo de individuos se hace con la intención de atentar en contra de sus espíritus.


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Leer sobre entes que viven siempre con hambre y no pueden saciarla esas historias son las que de verdad dan miedo.



! En síntesis, el hambre es la condición perenne tanto de la vida como también de la muerte

C’est la vie.

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