Sentada junto a la ventana, ella observa la amplitud del paisaje y la difusa línea que separa el mar del cielo. Los tonos de azul se confunden en una hermosa degradación que solo le produce desasosiego. En algún lugar de ese horizonte yace su amor enfermo, a quien no puede ver ni acariciar, ni amar. La enfermedad lo carcome, las heridas más vivas y purulentas se multiplican por dentro y por fuera. Ella solo quiere estar a su lado para cuidarlo hasta el último suspiro; se pierde entre los azules imaginando una vida juntos, plena de felicidad. Ella quisiera burlar el cruel destino.

Él, del otro lado, solo consigue consuelo mirando el mar azul y echando a volar su pensamiento. Lo que más desea es besar los ojos de su amada, contemplarlos hasta perderse en ellos, pero la realidad lo golpea como ola y sabe que nunca más podrá tenerla.