Aquí me quiero quedar.

in #spanish7 years ago

A la memoria de Laurentina Gracia de Morales, mi abuela adorada.

#Aún escucho sus gritos. Es tan reciente la sonaja de su andadera arrastrándose por el piso y el trajín de gente que se cruzaba frente a ella pero que sólo ella podía ver. Ahí está su mecedora. A veces la veo y no sé qué es lo que realmente pienso pero sé que pienso en su movimiento cuando se mecía en ella, y no tanto en su recuerdo. Ahí, también, están las tazas de café donde ella tomaba su Coca Light o su agua para las pastillas.
Están también los cubiertos y las almohadas que acomodaban su cabeza. Su cama sigue allí, y nadie duerme en ella, ni la reclama. Allí escogió ella estar. En ese pedacito de 1x2 metros que sostenían sus delicados huesos, las alucinaciones que habitaron su mente de fantasmas y de miedos que nosotros sólo supimos recriminar porque no podremos nunca acercarnos a ella y a lo que ella hacía cuando otros no la veían.

¿Cómo podría yo saber a qué vengo a esta vida sin que sea ella la que me diga si fue buena suerte, o si solamente la configuración del mundo me puso donde ella? No sé qué sea más aterrador, pero sé que este lugar donde ahora estoy, fue el mismo lugar en el que su hilo de sabiduría empezó a deshacerse. Estas paredes no retienen nada de ella, su ruido ya no está. Su olor tampoco queda. No hay más medicinas sobre el buró, no está el grito que me sacudía a media noche y que me obligaba a acudir a ella porque la amaba.

Aún perdura el olor a naftalina, su silla a la cabecera de la mesa; perdura en el perro la costumbre de buscarla cuando amanece para volverse cómplices, y no la halla. Todavía está el billete de quinientos pesos que me pidió que le guardara la noche en que me di cuenta que el mundo le hubo guardado aquí, con su hijo que la amaba más de lo que pueda decir, y que yo sin quererlo – o más bien sin buscarlo – hacía de suplemente circunstancial. Era sencillo verlo. Mi papá la amó por oficio de hijo y de hombre bueno, o al revés; yo la amé porque no habría otra forma de invocar la benevolencia de un pasado que me perdonó. La amé porque sin su recuerdo, no tendría punto de comparación el bien con el mal, sin su recuerdo no sentiría mi pecho y mi garganta quebrarse cuando digo su nombre, cuando me siento vivo porque duelen sus uñas encajándose en mis brazos para sostenerse.

La amé porque sólo a ella pude haber herido y aun así haberme perdonado sin consecuencia más allá de la vergüenza de poderla ver a los ojos porque le hube fallado. Ella era la única de quien pude haber aprendido la inmensa paz que trae perdonar, y querer dar después de dar. Tener ganas de dar, esa dicha tan incontrolable que me invade, me la instaló ella. Ella me enseñó a perdonar, o quizá lo heredé de ella, o quizá fue ella quien le dio significado, o no sé. La amo, claro, porque me dio a mi papá, que sólo seríami papá gracias a mi mamá. No, no están. Ni mi papá, ni mi mamá, ni mi abuela, ni mi abuelo, ni mis hermanos. No hay nadie, no hay nada. Acaso el ruido acompañando el ladrido del perro que por supuesto sabe que ya no va a regresar.

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