Deux (Cuento)

in #spanish6 years ago (edited)

Deux

Entretenido frente a la pantalla, disfrutas de esa novela que tu amigo de mal gusto te ha recomendado, y que ahora, relees tras el inesperado final.

—¿Nunca fue real? —preguntas, mientras te replanteas todo lo que dabas por hecho.

Aquella novela de erótica, presentó un escalofriante desenlace, y aún dudas cómo es posible que Javier, el apasionado novio de Elena, fuese todo el tiempo un producto de su propia imaginación.

Mientras que tú lees en tu cómoda cama, él te está buscando. No eres capaz de recordarle, no porque no le hayas amado en su momento, sino porque él mismo ha hecho que lo olvides, que no le recuerdes, a pesar de que no llevan ni siete días desde que terminaron.

Su cuerpo se balancea, mientras hace esa mueca que tanto te desagrada. Sin que tú lo sepas, él te va a buscar, y te hará saber la razón por la que la gente le llama Deux.

—¿Me dices que no te conozco? —se pregunta mientras se monta en un autobús escolar—. ¿Quién más sabría sobre tu rechazo a las restricciones? De tu deseo de ser libre a pesar de lo retraído que llegas a ser a veces.

Sentado al lado de un niño, le habla con aquél tono que tan desagradable te parece, y por el cuál se separaron:

—Dudas de tus decisiones, de si haces mal o bien —recapitula un instante—. ¿No es eso cierto?

Contempla al niño sentado a su lado.

—Entonces, ¿por qué no dudaste al dejarme?, ¿era tan fácil hacerlo? —pregunta con una clara sentencia—. Autobus, descarrílate.

Las ruedas del autobús se vieron obligadas a descarrilarse, con sólo él pedirlo. Tú sigues leyendo el libro; que incauto eres al no tomar precauciones, pero que se le va a hacer.

Enfrente, un autobús arde con el cadáver de algunos niños adentro. Han muerto por el choque; por enfermedad; por fuego; y porque Deux lo ha querido así.

—Tienes una gran capacidad para olvidar, pero aprendes rápido cuando te lo propones. —Se acerca a las llamas—. ¿Te acordarás de ese amigo tuyo? Aquel que pudo haber sido un gran estudiante si tan sólo hubiese querido estudiar… ¿Lo haces? Pues haré que lo veas.

Los cadáveres de los niños forman a tu amigo de la infancia, ese que has olvidado a pesar de encontrártelo hace poco en la calle, tú ni le reconociste, pero aún así le devolviste el saludo.

—¿A ti también te olvidó? —pregunta—. ¿Dónde quedó la independencia de tú pensamiento? Esa que te llevaba a no creer aquello lo que te decían a menos que lo descubrieses por tu propia cuenta. —Levanta la ceja—. ¿Dónde quedó eso, si a día de hoy no estás refutando lo que digo? Escuchando lo que te tengo que decir… tan paciente.

—…

—Pareces introvertido, algo que tienen en común —dice mientras que su mente divaga al pensar en tí—, pero era más, mucho más, sabía cuando ser con la gente y cuando no, y quizás sea en esto en lo que siempre me superará.
Del autobús sale una chica, esa que conociste en aquella clase tan tediosa cuyo tema hoy no recuerdas, pero que te gustaría volver a ver con tal de no encontrarte más con ella.

—Nunca le caíste, y eso que siempre fue alguien que sabía quién le caería con sólo verle, con sólo escucharle, con solo entenderle —culmina sin dejar de mirarle—. Quizás juzga demás algunas veces, pero no se equivocó contigo.

Lo percibes, algo no anda bien.

De los escombros del choque, avanza aquella persona que no querrías ver en una situación así, esa cuyo primer encuentro te llevó a crear aquella amistad tan eterna como duradera.

—Daría su vida por ti. —Chasquea los dedos—. ¿Por qué no te ha abandonado a ti? —se pregunta sin perder la vista de aquél ser que tanto aprecias—. Tendrá que hacerlo, yo me encargaré de ello.

Y así, mientras tú leías, aquél desconocido, esa chica que te caía mal, y tu mejor amigo, son ahorcados por sogas que bajan desde el cielo, traídas con pesar por el mismo Dios, quien se ve obligado ante la voluntad del todopoderoso Deux.

Los cadáveres quedan suspendidos en el aire. Deux aparece junto a ti.

No necesitas recordarle para pegar un grito, y con un chasquido quedas inmóvil. Sabes que te contempla. Con provocadora intención, lee la caratula de aquel libro de erótica que tienes en la mano, y en su mente se deslumbra una pecadora idea.

—Haremos todo lo que diga esta novela.

Tan dicho como tan hecho, su voluntad se cumple, y su cuerpo se desvanece. Sin comprender lo que ha ocurrido, asumes que sólo ha sido una alucinación, provocada por el impactante final de aquél libro, en el que Javier se desmorona al no ser real.

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