Polos opuestos II —relato

El tímido sonido, de una gran puerta de vidrio al cerrarse acalla y enmudece todo el lugar, lo observo y una especie de nudo evita que mis palabras fluyan, el sentimiento de ansiedad me invade cuando lo veo ahí sentado en esa silla metálica; cubriendo su cara para evitar mostrar alguna lagrima escurridiza.

Estos meses compartimos lo mejor y lo peor de los dos, más de una vez logró hacerme sentir horrible, hasta partirme el alma con sus estados depresivos, pero por mi cabeza no pasó eso de abandonarlo, para esos momentos lo acompañaba en total silencio guardando mi distancia. Aunque aún no entiendo qué clase de sentimientos hay prefiero pensar en que somos grandes amigos, compañeros que nunca permitieron que transcendiera esa palabra, que resulta tan fácil decir pero difícil hacer "Amor" Él nunca lo dijo pero aprendí a conocer y adivinar, lo que siente, es tan cómico ver lo torpe que se vuelve al hablarme cuando me acerco. Sus ojos color café siempre lo delatan y expresan un lenguaje extraño que solo los dos sabemos descifrar, pero no lo apreciamos de tal forma como para hablarlo.

El reloj avanzaba alocadamente las horas restaban minutos y aceleraban la amarga despedida, no soporto decir adiós, prefiero marcharme sin voltear, pero esta vez tengo que ser diferente y tener el valor de ver lo inevitable.

Él tiene la vista clavada al suelo; las palabras son entrecortadas, intenta reír pero no creo que desee hacerlo, está tratando de recordar anécdotas locas; imagino que solo le está dando vuelta al asunto buscando decirme algo importante.

En cambio yo avanzo hasta la silla que está detrás y tomó asiento quedando de espalda a él, no hay contacto visual pero le recuerdo mi presencia, sin que se sienta incómodo, quizá lo hice para esfumar los nervios y ser nuevamente cómplices de lo inusual.

No me gusta llorar y de verdad que sería muy estúpido hacerlo y que sea lo último que él recuerde de mí.

— Último aviso pasajeros con destino a España vuelo 1 —exclama una voz que retumba en todo el lugar.

Noté un escalofrío trepando por mi espalda que erizo mi piel y congelo mis manos.

— ¡Mariana ya debo irme ese es mi vuelo! —dice él nervioso.

— Si, lo sé Carlos ¡que esperas levántate! No entiendo qué hacemos aún sentados —le digo entre risa.

— Recuérdalo tú eres el cazador y yo la asustada presa, quiero decirte tanto Mariana y no sé cómo expresarlo, lo siento —expresa Carlos.

— Lo sé, yo también te quiero mucho, fue muy lindo conocerte eres una gran persona, aunque te empeñes en decir que estás muerto por dentro, que eres frío y que no puedes querer a nadie, me di cuenta que eres lo contrario; estos meses junto a ti han sido geniales nunca voy a olvidarte, estarás siempre en mi corazón. — le digo muy cariñosamente.

Ninguno dijo absolutamente nada, después de eso nos levantamos y con un poco de inseguridad di el paso y lo abrasé, fue la primera vez que sentí uno de sus abrazos, sus brazos me rodearon con fuerza por unos minutos, luego tomó su maleta y le pidió a su padre que estaba dos puestos al frente levantarse.

Me incliné ligeramente a recoger el gancho del cabello y seguí hacia la salida. Casi al mismo tiempo giramos la cabeza y el clavo fijamente sus ojos brillantes profundos y misteriosos en los míos. Sentí algo extraño en el pecho, entonces entendí lo que me decía: soy una persona muy inestable, no puedo quedarme a tu lado, aunque lo desee yo nunca funcionaría, estoy roto y no quiero condenarte.

Cada uno tomó su camino y ya casi llegando a la salida alguien toca mi hombro.

— Ese beso que me diste, si lo sentí y me gusto, fue cálido y dulce el hielo se derritió en segundos, no quería irme sin que lo supieras. Adiós Mariana que tengas una buena vida —dice y se despide Carlos

Salí sonriendo del aeropuerto, por dentro me moría, pero nunca lloré y le agradecí al destino haber conocido al muchacho más frío, pero al mismo tiempo cálido de toda mi vida.