Hacía 5 horas desde que me había enterado de aquella noticia, cuando me di cuenta que el día había expirado, tenía los ojos tan enrojecidos como la sangre y todo por contener el llanto.

Mis pies se habían clavado al piso rojo de aquel frente palidecido de un azul insípido, ahí estaba yo; sollozante pero, serena, a unos pasos de la puerta que me separaba del cuerpo esquelético maltratado y sin alma que tanto quería. En ese estado de incredulidad los recuerdos me golpeaban como ráfaga de vientos, mis manos estaban frías, temblaba y llegue a temer abandonar el lugar sin despedirme.

La negación me jodía el cerebro y los sentidos, comencé a creer que sufría una pesadilla y que las personas eran bultos borrosos que entraban y salían de mi cabeza. Cuando tropezaban conmigo me regresaban a la realidad, algunos me abrazaban y de sus labios brotaban palabras que no deseaba escuchar.

Mis ojos querían volver a verla como en los día alegres y silenciosos, pero la razón me hacía retroceder. ¡Ella se ha marchado, es mejor recordarla como es y no como la fatalidad la borro al final!

Divagaba en medio del camino de una multitud que se dividía en chismosos, y personas que si la querían. Entonces, di vueltas al anillo que viste mi pulgar; símbolo de un obsequio entre amigas, un lazo inquebrantable más poderoso que la vida o la muerte, y pasé a la sala, mi andar era pesado y fatigado, el llanto de otros hacían crecer mi miedo y el dolor de estómago me impedían hablar.

Sentía tantos ojos encima de mí y algunos indiscreto no median el tono de su voz, tantos susurros por mi presencia me desesperaban.

La sala estaba helada, repleta de gente vestida de luto, dividida por dos familias que lloraban a sus seres queridos, uno de los féretros no significaba nada para mí, pero el otro lo era todo. Pude observar su nombre y apellido en una placa identificado con capilla 1, me paralicé y cubrí mi rostro con las manos unos segundos, respire tan hondo como pude, buscaba quizá fuerzas en donde no la había, cuando sentí que ya no podía avanzar una señora me cubrió con sus brazos, tenía un sobresalto espantoso en su rostro y sus lágrimas brillaban, era su madre.

Nos acercamos al ataúd, estaba cubierto de flores, en cuya cuatro esquinas estaban iluminadas con velas que daban luces tristes y opacas, al frente habían coronas con su nombre, y algunas flores marchitas o al menos así lo percibí.

*Me sentí tan culpable, de alguna forma pude evitar que ella estuviera allí tan quieta, lo intente y no pude hacerla cambiar de opinión sobre ese viaje, la culpa me quemaba por dentro, el dolor me hizo desviar de mi propósito y me senté, estuve muda por horas. *

Recuerdo que saque una pequeña libreta y le escribí algo, le hacía preguntas al papel y aunque muchos intentaron ayudarme para llegar hasta donde estaba su cuerpo no pude levantarme de esa silla.

¡De pronto!, la chica que se encargaba de repartir café en una bandeja de aluminio, tropezó y terminó por hacer desastre en los pies de varios, aproveché la distracción de todos y un impulso me motivo a llegar hasta donde estaba mi amiga, quería imaginar que había privacidad entre las dos, que solo ella escucharía mis reclamos y mi llanto seco, simplemente quería platicar el por qué se marchaba de mi vida...

Un marco de vidrio era lo único que me permitía verla, estaba muy pálida su maquillaje ocultaba algunos golpes, sus labios un poco más grandes, desee ver sus ojos una última vez, imaginando que si la veía fijamente los iba abrir, mi mirada recorrió lentamente desde su frente hasta sus manos cruzadas y mi asombro fue ver su anillo en el pulgar derecho, una lágrima bajo por mi mejilla y luego otras y otras, recordé todas sus peleas tratando de enseñarme que no debía colocarme el anillo así.

―¡Oye se ve tan ordinario en ese dedo, debes usarlo en el dedo correcto a mí me agrada en la mano izquierda.― decía ella molesta.

No entendí en ese instante por qué al final decidió usarlo como yo suelo hacerlo, pero después logre darme cuenta que fui importante en su vida y quizo dejármelo saber antes de partir...