Todos los días llegaban a la cascada un par de niños, parecían hermanitos porque siempre andaban juntos.

    Frecuentemente antes de nadar, conversaban sobre sus travesuras, reían y jugaban. Los oía de cerca; sus anécdotas eran muy divertidas. Disfrutaba demasiado de esos momentos pero no me dejaba ver.

    La niña era de piel muy blanca, grandes ojos y pelo negro resplandeciente recogido en dos largas trenzas. Era las más ocurrente y se llamaba Esmeralda.

    El niño era el mayor por su tamaño, con dientes blancos como perlas y de piel achocolatada; por eso la niña lo llamaba cariñosamente Chocolate.

    En ocasiones los acompañaba un perrito llamado Puppy.

    La cascada era un lugar maravilloso y mágico. Era muy florido y fresco, de árboles bastante altos y abundaban plantas frutales. También, había muchos animales; entre ellos: conejos, venados, ardillas. Para llegar al lugar había que atravesar un puente rudimentario de madera.

    Un buen día, los dos niños nadaban apaciblemente y de repente Puppy comenzó a ladrar intensamente; llamando la atención de los amiguitos. Salieron rápido del agua y fueron expeditos al encuentro del peludito a ver qué le pasaba o qué lo inquietaba.

—¡Qué te pasa perro loco! —exclamó Chocolate.

    El perrito no paraba de ladrar. Entonces decidí salir de atrás de la roca donde me escondía. Impresionados por lo que estaba ante sus ojos, no lograron emitir palabra alguna y rompiendo el silencio; les dije un poco nervioso:

—Hola chicos, ¿acaso nunca habían visto un unicornio?

    Ellos todavía con la sorpresa en el corazón, contestaron al unísono:

—¡Jamás! ¡nunca!

—Solamente en los cuentos —acotó Esmeralda.

    Acercándome un poco más y el perro más calmado; les comenté:

—Bueno niños, este es un lugar encantado, lleno de seres mágicos; como alegres hadas, dormilones duendecillos e inquietos unicornios —agregué—. Miren, las mariposas son las hadas y los duendecillos duermen en las hojas de las plantas pero despiertan por la noche para iluminar la cascada con sus lámparas. Es un mundo mágico donde cualquier cosa que imaginen puede pasar.

    A partir de ese instante nos hicimos grandes amigos y los encuentros fueron más frecuentes. Se divertían mucho correteando a las hadas y cabalgando largo rato sobre los unicornios por todo el campo. Comprendían lo que los animales en su lenguaje decían. Junto a nosotros en la cascada vivieron muchas aventuras fascinantes.

    Mucho tiempo después y para sorpresa de todos; Chocolate y Esmeralda dejaron de visitarnos y pensamos que estarían distraídos con otros amigos. Un día, volvieron a la cascada pero cuando salí a saludarlos, ya no me veían; pues eran adultos y sólo su imaginación de niños permitiría encontrarnos nuevamente.

Y como decía mi abuelita pero ahora lo digo yo colorín colorado este cuento hasta aquí ha llegado.

Si deseas participar, todavía hay tiempo. Acá les dejo el link del concurso