Comadre, palo no compone muchacho

in #spanish6 years ago

Saludos, amigos de la comunidad de Steemit.

Retomo la idea de compartir con ustedes otro de los cuentos de mi familia, del libro Blacamán en Maturín y otros relatos.

Dibujo a tinta sobre papel. A. Martell. 2011.

Comadre, palo no compone muchacho

Dorotea, nació en Muelle de Cariaco, un pueblo de trueques. Su madre se casó a los trece años, parió doce hijos y Dorotea fue la séptima. Venía de una familia igualmente prolífera, educada bajo normas y costumbres europeas, es decir, orden y mucha asepsia. Inmadurez y malos hábitos, eran vigilados por las tías mayores, quienes ayudaban en la crianza de un gran número de primos hermanos. Esos niños crecían con la “suerte” de convivir y el deber de respetar a varias mujeres incluyendo a las serviciales y consentidoras nanas. Estas damas, educaban y quitaban las malas costumbres con ingenio.

Al tremendo, le advertían con frases cantaditas: “cuando el culo quiere cuero, el mismo lo anda buscando”. Si brincaba mucho, se le sentaba en una silla a jugar con las manos entrelazadas, haciendo con los dos pulgares círculos, a ver, cuál de los dos llegaba primero. Toda esta serie de advertencias, por demás divertidas, daban paso a otras de sometimiento, más espontáneas y difíciles de esquivar, como un coscorrón, las palmadas o los correazos de un tal “Pedro Moreno”.
Eran tiempos de bahareque, adobón y pisos de tierra que, con el paso de los años se revistieron con baldosas de terracota. Irse a la cama sucio no tenía perdón, puesto que, las niguas, son bichitos que buscan de anidar en los pies, haciendo sentir un sabroso, pero, desesperante picor. Una reprimenda eficiente, aplicada por el tío Pablo, para conseguir que los muchachos fueran cuidadosos con su aseo diario, era hacerles tomar a los negligentes, un vaso de leche con las niguas extraídas de sus pies.

El rítmico despertar en las haciendas comenzaba con el canto de los gallos, por muy tarde, los niños se paraban a las cinco de la mañana, ellos debían pedir la bendición y a esa hora eran supervisados, y, ¡ay!, de quién se hubiese orinado en la cama, porque a esa hora se le zumbaba al río, junto con el primer baño del señor Emeterio, abuelo de todos, quien inmutable enjabonaba la piedra para restregar en ella su voluminosa y sonrosada espalda. Si se llegaba a los 7 años, con esa mala costumbre, se sometía a consideración de las tías. Si persistían, se hacía necesario comenzar a despejar incógnitas sobre el asunto, para ayudar a superar el problema. Dorotea, padecía del mal de la incontinencia, arrullada por un estado de paz, solo posible desde su candidez.

Al respecto, la única en aplicar una metodología particular, para cada caso, era la entonces tía Tococa, ya casada con el tío Pablo, quien por cariño la llamaba así, y residían en Santa María de Cariaco. En época de vacaciones, en agosto, Dorotea fue enviada a la casa de la honorable tía, quien se había empeñado en solucionar aquel problema. Por lo que le asignó a la niña una hamaca en su cuarto y una ponchera de peltre, colocada debajo, para escuchar de inmediato el chorro de la vergüenza, que avisaba al caer de cierta altura; la tía prendía la lámpara, la veía dormida y a esa hora le era aplicado el primer tratamiento: unos cholazos, con alpargatas que hubiesen ido a las misas de gallo.

Los días subsiguientes, si el problema persistía, se le comenzaba el tratamiento preventivo: poca agua en la tarde. Además, se le contaba, a manera de advertencia, el famoso cuento del arriero de burros, el que se llevaba a las niñas meonas muy lejos. La expectativa tenía a todos con ojeras, menos a Dorotea, a quién todavía le parecían divertidos los tratamientos aplicados, puesto que en medio de 37 muchachos, tanta atención, era para ella, una muestra de cariño.
Algunas noches después, la tía Tococa para comprobar cuán profundo dormía Dorotea, encerró a un sapo en una lata, negándole el agua, y lo colocó al lado de su cama. Durante el día le dio de comer a la niña una ingesta de comida alta en sal, por lo que Dorotea demandó tomar mucha agua. En la madrugada, tanto la tía como el sapo sintieron el chorrito de orina de Dorotea. La tía Tococa trató de sacar el sapo y este se le escapó de la mano y fue a parar sobre la niña posándose encima de la fuente del escandaloso líquido, cantando grueso y feliz. El grito de la tía espantando al sapo retumbó por la casa e hizo correr a todos hacia el cuarto para mirar a Dorotea. Pasado los años, los allí presentes recrearon aquella noche, una y otra vez a lo largo de sus vidas, mientras que Dorotea, como no despertó, lo recrearía desde el ámbito de sus pesadillas. ¡Tamaño problema! pensó la tía cuando envió a todos a la cama. El asunto es muy grave, mañana le diré al compadre Casimiro, que el lunes, día de traer los barriles con el agua, debe venir de madrugada, para colocarle a la niña dentro de una de las maras, y se vaya de inmediato al cerro, yo lo seguiré de cerquita. Y así se hizo. Dorotea despertó con los primeros rayos de sol en la cara, incómoda, doblada dentro de una mara, arropada por su cobija húmeda y pestilente a orines, trató de incorporarse, sentía el corazón en la boca, miró al burro subir por un camino angosto y zigzagueante, delante iba jalando al burro un señor de capa de saco y un largo cayado. Dorotea palideció, trató de gritar y no le salía la voz, en eso escuchó una voz suplicante, la de la tía Tococa ¡Señor! Se lo ruego, no se la lleve, ella no lo volverá hacer. Dorotea fue rescatada. Y por siempre se acostumbró a esperar hasta las 12 de la noche para desocuparse responsablemente en su vaso de cama, y dormir hasta el amanecer.

Domingo, el quinto de los hermanos de Dorotea. Era su par en los juegos. Cuando ella empezó a acostarse muy tarde, pasaba adormilada buena parte del día. Ahora el problema lo tenía Mingo. Lleno de rencor, ideó un astuto plan. Después de sentir que su hermana hizo su última pipiciada, esperó un poco, se acercó de la manera más cautelosa posible, se colocó en posición para dejarle caer un chorrito de orín sobre las sábanas. Justo en el momento de levantar el borde del mosquitero entró una plaga, Dorotea se incorporó para manotearla, se dio cuenta de lo que hacía Mingo y gritó como si la estuvieran matando. Todos despertaron y encontraron al tremendo de Mingo con “las joyas” en las manos. Al día siguiente, bien temprano lo vistieron para salir y lo enviaron con un recado escrito a la casa de tía Tococa; como estaban en pleno desayuno, la tía leyó el papelito y se lo pasó a su hija Toñita. La prima mucho mayor que él, dobló el papelito, lo guardó en el bolsillo y le ordenó, -Espérate un momento que terminemos de desayunar ¿Quieres tomarte algo? Mingo que aún no sabía leer, con tranquilidad responde, -No, ya me dieron avena. En el acto de recoger la mesa, le dijo la tía a Toñita, -Hazlo tu, hija, hoy no estoy para estos trotes, me puede dar una embolia, mejor le escribo una recomendación para este niño a la cuñada. Toñita se le acercó en silencio, de su cintura salió una correa y júas! júas! júas! … júas! júas! júas! … júas! júas! , uno por cada año cumplido, era la ley. -¿Sabes por qué te mereces estos correazos? ¡Contesta! porque si no te doy ocho más. Con los ojos desorbitados confesó ¡Por meón, por meón!
Antes de irse a su casa, al niño le entregaron un papelito para su mamá: Cuñadita, palo no compone muchacho, hable con el padre Francisco para que lo haga monaguillo y lo prepare para la Primera Comunión, a ver si vemos al sobrino Domingo hecho un hombre de bien. Su hermana que la aprecia mucho. T.
Todo iba muy bien, con Minguito de monaguillo. Había que verlo. Con fundamento asistía a los bautizos masificados de indios apadrinados por el abuelo Emeterio Aguilera, que desde su envestidura de Jefe Civil del pueblo, siempre resolvía lo del papeleo de inmediato. La palabra burocracia y enajenamiento no existían en el ilustradísimo Libro Camejo. Ante la pregunta del Padre Francisco: -¿Qué apellido les colocaremos? El abuelo contestaba sin la menor duda y con la mejor de las intensiones: -Benedetti, para que tengan suerte en la vida y parezcan gente de mucha plata.
Domingo se había ganado el respeto de las tías, éstas llenas de orgullo le guardaban generosas raciones de melcochas y pirulís. Todas estas consideraciones hicieron soportable lo inaguantable para Mingo, hasta el día que no llegó el pedido de incienso, para revestir los gases diagnosticados del padre Francisco, expulsados en cada genuflexión a la cara del muchacho. La irreverente actuación de Mingo tan comentada en el pueblo, junto al paludismo imperante en el pueblo, hizo que la familia se mudara a Cumaná.

Hasta el próximo cuento amigos. Por fortuna cuando ya la tía Tococa me tocó de abuela, había superado esos ingeniosos castigos, conmigo fue amorosa pero determinante, recuerdo me decía, -Mi nieta, evite que se le repitan las órdenes.

Sort:  

jejeje buen articulo mi mama me daba cuero de cuando en cuando creo que ya es cuestion de cultura.. jejeje Saludos y mis respetos mi apoyo con mi voto.

Gracias @malpica1 por tu lectura, a mi también me tocó algo de eso.
Saludos!

Ja, ja, ja. Vaya cuento. Me pegaban por otras cuestiones, pero nunca por meona. Palo no educa, pero si hace falta de vez en cuando eso acompañado de una buena dosis de teatro , amenazas y enseñanzas .

Gracias @franciscaaponte25, en la familia de mi mamá las dosis de teatro, amenazas y enseñanzas era lo cotidiano.

Tuve la dicha de nunca ser golpeada, a mi mamá le daba mucha pena eso de tomar un arma y blandirla ante nosotros, que al ser seis, eramos peor que la pata del diablo. Ella buscaba la manera de que eso nunca ocurriese, y bueno lo logro, yo tampoco nunca les he puesto un dedo encima a mis hijos. Bonito y aleccionador cuento donde el respeto es lo mas crucial.

Fue una dicha en verdad, es lindo ver tu reconocimiento a tu mamá. Por fortuna, como educadora reduje al mínimo las situaciones de violencia en casa, también descubrí que hablar era lo mejor. Un abrazo por tu comentario, espero sea leído y lleve a reflexionar a otros sobre el asunto.

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